El mítico Circo Ringlin de USA, al que se llamó ‘El mayor espectáculo
del mundo’, ha anunciado el cierre ante la prohibición de utilizar
elefantes y otros animales en sus pistas. No importa, la pista central
del nuevo circo mundial ya está en el despacho oval de La Casa Blanca.
El lugar desde donde Donald Trump, el elefante del Partido
Republicano, firma a diario sus órdenes ejecutivas (o decretos
presidenciales) sacando de su chistera mágica toda una colección de
conejos de colores con los que tiene encandilada a la prensa
internacional, a los políticos de Washington y a La Bolsa de Nueva York
que batió el récord histórico de los 20.000 puntos.
Ayer Trump sacó el esperado conejo negro de la construcción del muro
en la frontera de Mexico, y otro más de retirada de ayudas federales a
los estados americanos que no informen al gobierno sobre la situación de
los inmigrantes irregulares. Y a punto está el presidente de enviar a
Chicago a ‘los federales de Eliot Ness’ contra la creciente oleada de
crímenes que asola la ciudad.
El presidente no se para en barras ni en muros y ha provocado la
euforia en varios sectores de Wall Street (construcción, siderurgia,
automóvil, petróleo, etc) donde los inversores están a la espera de que
Trump saque de una vez el conejo blanco de la gran rebaja fiscal que
prometió a los empresarios para así apuntalar la euforia desatada en el
Dow Jones.
Y este fin de semana se estrena Trump en la escena internacional
recibiendo a la ‘premier’ británica Theresa May en el Despacho Oval,
recién decorado con cortinas doradas y con un busto de Winston Churchill
a quien ni Trump, que adora a Putin, ni May (que es la nueva
Chamberlain) se parecen en nada.
De momento Trump está cumpliendo sus promesas más notorias -veremos
si le anuncia pronto y oficialmente a Netanyahu el traslado a Jerusalén
de la embajada USA de Israel- y no sabemos cuántos conejos más le quedan
por sacar de la chistera presidencial antes de que se dedique a
gobernar.
Aunque todo apunta a que su estilo presidencial es el espectáculo en
sesión continua para construir su pirámide dorada que, como el muro
mejicano, él piensa que será indestructible como lo creían tras las
murallas de Jericó. Pero este fabuloso relato que Trump ha empezado a
contar desde su gran butaca capitoné está convocando al otro lado de sus
cortinas y sus muros a millones de ciudadanos que pronto se harán oír.
Porque ‘no es oro todo lo que reluce’ y tampoco funcionará en la
política el cambio del ‘establishment’ de Washington por el de Wall
Street.
(*) Periodista
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