Es el título que Max Brod, curioso
albacea literario de Kafka, puso a un relato inédito e inacabado que
este había titulado de otros modos. Brod supo ver que la enjundia estaba
en América, país que Kafka jamás pisó. La Amerika de Kafka es,
desde luego, América. Como lo son todas las demás Américas. Tantas que,
en realidad, no existe. Como se decía en un cuento de Peter Bichsel,
"America no existe". Cada cual se hace la suya. Y todas son posibles.
La América de Trump existía ya antes de su victoria electoral. El propio Trump ya era Trump mucho antes. Un ariete contra el establishment,
dicen los medios. No solo ha vencido a los medios y las encuestas.
También ha vencido a su propio partido. Y ha dejado a los europeos
occidentales (los rusos son otra cosa) absolutamente perplejos. Clinton
era su opción. Los europeos miran a América como una Europa más grande,
más ruidosa e infantil, pero Europa. Hace decenios que los europeos
tienen presidentas de gobierno y jefas de Estado. Apoyan y entienden una
primera mujer presidenta de los EEUU.
Pero América no es Europa. El
presidente anterior fue un negro, cosa que en el viejo continente ni se
sueña, si bien es verdad que hay a veces ministros de etnias no europeas
y el actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, es un musulmán, quien, por
cierto, ya ha pedido a Trump que trabaje por el entendimiento
multicultural. El Trump que ha dicho en campaña que prohibirá la entrada
en los EEUU a los musulmanes. El musulmán Kahn, a su vez, sucede en el
cargo de alcalde a Boris Johnson, otro maverick hoy ministro con muchos puntos en común con Trump.
Trump
es la voz de una América profunda que ahora están demógrafos y
sociólogos analizando en su composición. Además de profunda es una
América antigua, la de las leyendas del self made man y el go west young man, la tierra de la libertad y las oportunidades. Tiene puntos de contacto con el Tea Party
pero le separa la mojigatería del último que se pasa el día rezando
allí donde Trump suelta procacidades sin cuento y habla de las mujeres
como dicen hacen los camioneros. Asimismo puntos en común con
Reagan.Trump también ha sido actor. Entre otras cosas. Y candidato por
otro partido sin éxito. Pero le separa que ya no hay guerra fría. Trump
es Trump. Amerika. America at its best. Los europeos de
izquierda, tan atónitos como los de derecha, le llaman "fascista".
La
verdad es que el hombre es tremendamente verbenero, pero le separa del
fascismo su falta de respeto por el orden y la disciplina. Si no me
equivoco, alardea de no haber pagado impuestos federales en su vida.
Toda la imagen de seriedad fiscal de los EEUU se ha venido abajo. Trump
es también un show de un hombre solo, puro caudillismo, como los
fascistas; pero le faltan las masas disciplinadas. Incluso las
desprecia: alardea de liarse a tiros en la 5ª avenida y, no perder un
voto por ello.
Así que con razón están los de la Asociación de Amigos
del Rifle encantados de la vida. América vuelve a los orígenes, Make America Great Again,
MAGA. Los viejos valores de progresivos y populistas del XIX ("los
olvidados ya no serán olvidados") vivos de nuevo y el poderoso
aislamiento: fuera tratados globales, internacionales, fuera compromisos
mundiales como el del cambio climático. Ya veremos qué pasa con la ONU y
demás ámbitos de coordinación internacional. Y la OTAN. Amerika.
Europa,
contrita, lamenta el amargo desengaño de Hillary Clinton y lo hace
suyo. Sin embargo, es una derrota personal. El voto colegiado ha sido
abrumadoramente para Trump, pero el voto popular está dividido por la
mitad, con ligera mayoría del campo demócrata. Muchos descubren que
Clinton no era la candidata más adecuada. Claro que no, pero eso no es
lo esencial, sino el hecho palmario de que el país está partido en dos,
que hay dos Américas. Ahora Europa ha visto la cara oculta por los ocho
años de Obama, Amerika. Pero como, después de todo, Amerika es América
(y por eso, seguramente, Kafka no pudo terminar su relato,
convirtiéndose así en su primer antihéroe), nadie sabe qué cabe esperar.
Pero todos auguran que el escenario mundial va a cambiar y mucho.
Al
fin y al cabo, cada cuatro años, los americanos tienen el privilegio de
elegir al presidente de un imperio. El mayor de la historia.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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