Daría un ojo de Soraya o los dos de Cospedal por subirme en el coche
de Rajoy cuando termine la investidura y acompañar al presidente desde
las Cortes a las puertas de la Moncloa, en ese breve trayecto donde
donde Mariano ya investido presidente podrá resoplar a gusto y empezar a
paladear la que ha sido una indiscutible victoria política y personal,
contra todo y contra todos.
Y ahí incluidos algunos de los dirigentes que su partido y también de
su Gobierno que insinuaron su retirada cuando los poderes fácticos mas
activos pensaron que la caída de Pedro Sánchez no era suficiente para la
abstención del PSOE, y que todo sería mas fácil para el acuerdo del PP
con el PSOE si el candidato o candidata (porque las tapadas de los
poderes económicos eran por el PP y el PSOE Soraya y Susana) del PP era
otra persona y no Rajoy.
Pero quienes eso pensaron, creyendo que Mariano estaba deprimido y
era eliminable, se equivocaron de plano por dos motivos muy claros y
fáciles de comprender.
El primero de ellos se refiere a la doble personalidad de Mariano
Rajoy, porque en él habitan dos almas distintas y paralelas. Está
Mariano, que es muy afable y cordial con todo el mundo y que a veces
puede ofrecer un semblante de debilidad o decaimiento. Pero luego está
su otro ‘yo’, que es el de Rajoy. Un político marmóreo, indestructible
-al menos de momento- e implacable con sus adversarios como lo demuestra
ese cementerio político que tiene en la Moncloa -‘de muertos bien
relleno’ como decía Espronceda-, donde descansan los restos de Zapatero,
Rubalcaba y Sánchez en el flanco izquierdo del camposanto, que es más
pequeño que el ala derecha donde figuran las lápidas de Aznar, Cascos,
Rato, Mayor, Gallardón, Aguirre, Zaplana, Acebes, San Gil, Rita, Mato,
Soria y todos aquellos que pretendieron moverle el sillón alguna vez.
El segundo argumento que avalaba el inmovilismo y la permanencia de
Rajoy al frente del PP y la investidura era evidente: ni el PSOE -sumido
en una crisis de unidad y liderazgo sin precedentes- ni C’S querían por
nada del mundo unas terceras elecciones. Y no por el interés de España
sino por sus propios intereses partidarios. Rajoy lo sabí,a se amarró al
mástil de su nave como Ulises, taponó con cera los oídos para no oír
los cantos de sirenas del Ibex 35, aguantó la tormenta y navegó hacia
Itaca que ya la tiene al alcance de su mano, mientras Viri teje de día y
desteje de noche el telar de su paciente espera.
Dicho esto regresemos al coche de Rajoy. Porque poco antes de acabar
la anterior legislatura Marcello le sugirió a Mariano tomar un café para
comentar la situación política. Y Mariano, cortés como siempre, aceptó y
añadió: ‘yo me ocupo’. Pero imaginamos que luego Mariano habló con
Rajoy y por eso el encuentro no se celebró.
Pero Mariano me debe un café y hora es que cumpla la promesa de ‘yo
me ocupo’ y que se ocupe, máxime una vez que su otro yo, Rajoy, ahora
está tranquilo y henchido de triunfo tras lograr su investidura. Lo que
lo proyecta hacia más de 20 años de coche oficial si contamos su paso
por la diputación de Pontevedra, la Junta gallega y sus cuatro años de
ministro de Aznar, otros cuatro de vicepresidente de Aznar, cuatro de
presidente del Gobierno y uno de presidente en funciones. Y vamos a ver
cuánto dura la legislatura que ahora comienza porque es capaz de sumar
otros cuatro años.
O sea, Mariano, cambio el café en el bar Manolo o en Moncloa por el
paseo en coche desde las Cortes al Palacio presidencial al término de la
votación de investidura del sábado. Ya sé que eso no es nada fácil pero
lo teníamos que intentar. En todo caso tiempo habrá para tomar un café a
lo largo de la legislatura pero mejor que sea en sus primeros meses no
vaya a ser que se rompa el cántaro de la lechera y que antes que cante
el gallo regresemos al territorio electoral.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés
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