Según se acerca la fecha límite para formar Gobierno o disolver las
cámaras y convocar nuevas elecciones hay un run run de pactos de última
hora, en todas direcciones, porque cuando uno se asoma al precipicio,
saltan disparados el instinto de supervivencia y el miedo, y más de uno
sabe que ahora o nunca. Y los partidos libran batallas internas de fuste
que tendrán consecuencias, puede que alguna de gravedad. Se avecinan
cinco semanas y media de infarto.
En Podemos andan a la greña con sus cuitas internas y el gallinero
está alterado. Se avecina su Consejo Ciudadano Estatal, lo que sería una
Ejecutiva en el PP o el PSOE, que marcará el futuro inmediato de la
formación. Las crisis territoriales y la decapitación de Sergio Pascual,
afín a Iñigo Errejón, sustituido finalmente por el crítico Pablo
Echenique, ha abierto heridas profundas. Errejón dispone de mayoría
teórica en el Consejo Ciudadano, aunque Iglesias arma un pacto con los
Anticapitalistas para defenderse.
Monedero ya se ha expresado en Vozpópuli:
“hay que ir a un nuevo Vista Alegre y en eso estamos todos de acuerdo.
Había un punto de llegada, las elecciones, y ahora empieza otra etapa.
La pelea entre democracia y eficiencia es constante y estoy convencido
de que, en este partido, ese debate va a formar parte de su
cotidianidad”. O sea, que la guerra está abierta y las espadas en alto. Y
saben en Podemos que la demoscopia no le es favorable tras tanta movida
y después de haber dejado claro que quiere sillones de Gobierno.
Y en el PSOE andan más o menos igual, en plena batalla. Pedro Sánchez
tiene firmado su pacto con Ciudadanos, pero Albert Rivera y los suyos
andas mosqueados porque perciben, con razón, que Sánchez juega al
flirteo con Pablo Iglesias, evidencia temor y nervios y entre los
barones crece el temor a un pacto de última hora, porque como me dijo un
joven veterano socialista, y les conté a ustedes, “Sánchez está
decidido a ser ex presidente de Gobierno a toda costa, pero una cosa es
que la izquierda necesite gobernar y otra hacerlo a cualquier precio”.
Los barones y el sector crítico del PSOE temen a Pedro Sánchez más
que a un nublado y la Semana Santa ha sido movida, una procesión de
llamadas, encuentros, conversaciones a dos y a tres, en las que se
recuerda que Pedro Sánchez, “que se presenta como el redentor de la
izquierda, es el líder del partido que peor resultado ha obtenido jamás
en unas elecciones, y debió dimitir el mismo 20-D, y para colmo desde
entonces no hace más que agachar la cabeza ante las hostias que le
suministra Pablo Iglesias a él y al partido, pese a los acuerdos que han
posibilitado a Podemos gobernar en municipios importantes”.
El debate de investidura fallido le ha servido a Sánchez para
sobrevivir, incluso para trasladar ante la opinión pública y ante sus
militantes una imagen de liderazgo fuerte que no se corresponde con la
realidad. El juego a dos bandas con Ciudadanos y Podemos, y la
posibilidad de un acuerdo de última hora a la catalana con Pablo
Iglesias, ha activado a Susana Díaz a disputarle el liderazgo si no
consigue ser presidente antes del 2 de mayo.
Lo han contado con detalle Gabriel Sanz y Stella Benot en ABC.
La lideresa andaluza tiene decidido, si Sánchez no consigue formar
Gobierno, presentarse en el 39 Congreso, que se va a celebrar en mayo,
para disputarle a Sánchez el control del partido. Aunque algunos barones
creen que es necesario retrasar el Congreso para no abrir en canal el
partido en plena negociación de investidura, porque puede estimular a
Sánchez a un acuerdo a la desesperada con Podemos para gobernar y porque
si no lo consigue, el PSOE llegaría a las elecciones del 26 de junio
muy debilitado por las querellas internas, que siempre pasan factura.
En el equipo de Sánchez consideran que la información de ABC
“no es más que otro amago de la lideresa, que no va a tener arrestos
para dar el paso porque como le salga mal regresa a Sevilla tan débil
que tendría hasta que dejar la Junta”, pero una persona próxima a Susana
Díaz me garantizaba ayer que “a día de hoy la jefa está en eso. Aquí
las cosas pueden cambiar cada día, pero si tuviera que decidir en una
hora se presentaría”.
Y mientras tanto, en el PP de espectadores, con el hombre impasible
atrincherado a la espera de acontecimientos. Me encuentro en Semana
Santa en el barrio barcelonés de Sarriá a un hombre en pantalón corto
haciendo footing. Lleva calada una gorra y colocadas unas gafas de sol
que le hacen irreconocible. Se detiene a saludarme en un semáforo cerca
del famoso Bar Tomás. Se identifica. Le reconozco. Es uno de los hombres
del presidente, que ha viajado a Barcelona por motivos familiares.
Le
pregunto por la posibilidad de que haya algún acuerdo, el que sea, para
formar Gobierno, y es tajante: “Nosotros no lo creemos. Sería una
sorpresa. En Moncloa trabajamos con el escenario de elecciones el 26 de
junio, y con Rajoy de candidato. El ruido de fuera del partido no ser
produce dentro. En el PP no mandan ni los medios, ni el Ibex ni Rivera,
manda Rajoy porque así lo ha querido la militancia, y Rajoy solo se irá
si la militancia quiere”. Así, con un par. O sea, que en el PP se tiene
más que interiorizado que Rajoy no está en discusión y que hay que ir a
nuevas elecciones.
Rajoy, de nuevo, se lo juega todo a la parsimonia, a la paciencia
frente a la impaciencia de todos. Hasta la fecha siempre le ha ido bien,
agotando al adversario, interno o externo. Esta vez lo tiene más crudo.
Su única estrategia a día de hoy es llegar a las elecciones de junio,
ser de nuevo la lista más votada, y como parece que el escenario sería
más o menos el mismo, cinco escaños arriba o cinco escaños abajo, a ver
quién es el guapo que dice que no se puede pactar con el PP si los
ciudadanos le convierten de nuevo en la lista más votada: “ese resultado
sería para Rajoy como una absolución del Tribunal Supremo por todos sus
pecados, o mejor como una amnistía. El PSOE y Ciudadanos tendrían que
dar marcha atrás y formar un Gobierno a tres, porque lo que no
soportaría el personal es estar más de un año sin Gobierno”.
Las guerras de los partidos son cruentas. Podemos, PSOE y PP libran
las suyas, y lo que viene es fino. Va a haber vencedores y vencidos.
Todos no pueden ganar. Los que pierden seguro, están perdiendo, son los
ciudadanos españoles, que asisten perplejos al espectáculo. Pero esto es
lo que hay.
(*) Periodista
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