Los sondeos aciertan por lo general con
anterioridad al resultado que vaticinan. Después de este es fácil que
muestren fallos garrafales. Pero antes suelen traducir lo que un
generalizado sentido común tiene por verosímil, debidamente orientado
por los intereses de quienes los encargan. Esa es la explicación de la
proliferación demoscópica. Los sondeos son en buena medida un arma
electoral más con la que no se pretende anticipar un resultado sino
configurarlo. En la situación de parálisis del sistema político español,
el sondeo de Metroscopia de El País
parece pensado para premiar a los chicos buenos, los que han hecho los
deberes de preocuparse por la gobernación del Reino, y castigar al
díscolo, al que entró en el hemiciclo a soltar soflamas incendiarias.
Lo
primero, que el electorado premie la voluntad pactista, moderada (o la
que pasa por tal) era muy de esperar. La gente disfruta viendo
espectáculos de gladiadores y cómo unos candidatos arremeten a mordiscos
contra otros, pero, cuando reflexiona sobre las consecuencias, prefiere
actores tranquilos, capaces de sentarse, hablar y llegar a acuerdos y
conclusiones, por insulsos que sean. O quizá, precisamente, por ser
insulsos. En cambio, con los fogososy exaltados sucede al revés: gusta
verlos de gallitos en el corral pero, llegado el momento de saber con
quién quiere uno jugarse los cuartos, no con el que va buscando bronca
como en los garitos apaches. Hay que ver cómo ha cambiado la
consideración pública de Podemos en cosa de meses: Iglesias ha pasado de
ser casi un icono del fervor popular a ser uno de los líderes peor
valorados, apenas por encima de Mariano Sobresueldos. Y eso es terrible.
En cambio, el vacuo Rivera pica alto en las preferencias populares. Es
el único líder al que la gente valora en positivo.
El
descenso de Podemos en caso de elecciones, algo que ve cualquiera, no
solo está producido por la incapacidad de su líder para controlarse en
el discurso público, sino también por la creciente percepción de que el
partido no es más que una copia disimulada de IU, con las inevitables e
incomprensibles broncas internas entre fulanistas y menganistas, como
diría Unamuno. Y con dos veces más que salga Anguita recordando a los
del partido morado su sacrosanta misión, por delante de toda otra, de
acabar con el PSOE, sus expectativas electorales pueden retornar a la
franja del 3% al 6%, en la mejor línea de IU. Por más que las hordas de
fanáticos de Podemos sostengan que el partido está unido como una piña
en torno a la egregia figura del líder, está claro que las disensiones
internas (tanto en las diferentes franquicias autonómicas como en el
ámbito estatal) no le dejan actuar y la prueba es que seguimos sin saber
qué se propone hacer, si negociar con el PSOE/C's o romper con la idea
negociadora y prepararse para nuevas elecciones. Y no lo sabemos porque
la propia organización no lo sabe.
Es
decir, si Mariano Sobresueldos continúa en La Moncloa es en gran medida
consecuencia de la incompetencia de la izquierda y específicamente de
Podemos que aún no ha explicitado su propósito táctico.
A
su vez, aunque los de Metroscopia anuncian otra cosa, es bastante
razonable que el PP también se dé una buena castaña en unas nuevas
eleciones. Primero por la corrupción que ya chorrea en todas las
instalaciones oficiales. En segundo lugar por la incapcidad de Rajoy de
articular una política de recuperación que no sea una pura estafa y que
no pueda criticarse porque la Ley Mordaza lo prohíbe. En tercer lugar
porque los electores de la derecha, al menos los más espabilados,
piensan llegada la hora de votar por un recambio de forma, alguien como
Rivera, tan derechas como Rajoy pero con unas diferencias de estilo y
apariencia nada desdeñables.
Si
Podemos quiere de verdad evitar las elecciones, debe permitir un
acuerdo a tres (PSOE, C's y Podemos más confluencias) basado en la
necesidad de echar al PP del gobierno. Lo tienen seguro y en un pispas
mediante una moción de censura que proponga de presidente a Sánchez y
eche a andar un gobierno de democratización.
La cuestión del referéndum tendrían que aplazarla, lo cual no es resolverla.
Y la nave se va
Mientras el Parlamento catalán trabaja
discretamente en el marco normativo que ha de hacer efectiva la
desconexión llegado el momento, el conjunto del Estado aparece
paralizado por la falta de gobierno. Una situación que fue previsible
cuando, a raíz de las elecciones del 20 de diciembre quedó claro que en
España, se abriría un periodo de incertidumbre en el cual el
tradicionalmente torpe aparato del Estado tendría dificultades añadidas
para reaccionar porque, por falta de liderazgo, no sabría en qué
dirección. Esa oportunidad fue un cálculo añadido que aceleró el acuerdo
entre los independentistas catalanes para la formación de un gobierno.
Un gobierno que aprovechara el vacío en el centro mismo del poder, hoy
impotente. Y es lo que está haciendo.
La
parálisis, el desconcierto, la incertidumbre del Estado con la
monarquía a la cabeza resultan patentes: un gobierno en funciones, sin
legitimidad ni autoridad, literalmente comido por la corrupción, pero
que se niega a marcharse y cifra su esperanza de continuidad en la
superior incompetencia del resto de las instituciones. El ocupante
accidental del poder, además pretende actuar libre de todo control
parlamentario aduciendo sofismas seudojurídicos para justificar su
pretensión de gestionar el gobierno de modo dictatorial. Rajoy no quiere
dar explicaciones que repugnan a su autoritarismo franquista y porque
es incapaz de hilar dos frases en su idioma materno que tengan un mínimo
sentido. De este modo, el panorama político estatal, a casi tres meses
de las elecciones y diez días de la votación de investidura es de
putrefacción, una verdadera necrosis del sistema político de la tercera
restauración borbónica.
La
oposición parlamentaria mayoritaria, consumida por una inopia y una
inactividad frenéticas no consigue articular una opción de recambio que
podría clarificar la situación y sanear la podredumbre en un abrir y
cerrar ojos. Con algo de sinceridad y sentido común, así como voluntad
real de cambio, con menos narcisismo y una actitud menos engreída, los
diputados de PSOE, Podemos, Ciudadanos e IU podrían llegar a un acuerdo
que sumaría 201 escaños para librar al país del peso muerto de este
gobierno de ineptos, apoyado en un partido presunta asociación de
malhechores. Es más, de hacer caso a los delirios españolistas de Felipe
González, que no ve diferencias entre Podemos y el PP a la hora de los
pactos, la suma alcanzaría los 324 escaños. ¡Esa sí que sería una
mayoría absolutísima que solo dejaría en las tinieblas exteriores a los
diputados nacionalistas, especialmente a los catalanes! Por fin el sueño
de un Parlamento que representara a los españoles y mucho españoles y
redujera a Cataluña a la irrelevancia, a punto de que el procónsul
Albiol suspendiera la díscola autonomía catalana.
Esta
opción, sin embargo, es irrealizable porque hasta los neofranquistas
tienen sentido del ridículo. Pero podría ponerse en marcha una coalición
de izquierdas entre PSOE, Podemos e IU (161 escaños) que disfrutaría de
una mayoría absoluta razonable de 178 diputados si aceptara algo tan
democrático como el referéndum de autodeterminación de Cataluña. Tanto
DiL como ERC han explicitado su voluntad de apoyar ese gobierno español
de izquierda si acepta el referéndum. ¿Por qué no se hace y se sale de
una vez de este marasmo de corrupción e inactividad en España? Porque el
PSOE no quiere y, aterrorizado Sánchez ante la posibilidad de que los
elementos demócratas y de izquierda de su partido (que los hay) lo
empujen hacia el acuerdo con Podemos y los independentistas catalanes,
ha decidido vincular cerradamente su destino con el de Rivera del mismo
modo que Ulises se hizo atar al mástil del navío para resistir la
seducción de las sirenas. De los independentistas catalanes el mucho
español Sánchez no quiere ni el apoyo.
Pero,
quiéralo o no, se lo han ofrecido. Nadie puede acusar a los
independentistas catalanes de no colaborar lealmente a la gobernación
del Estado y de no hacerlo en concreto en favor de un gobierno de
izquierda. Pero lo que no pueden estos hacer es, además, dar
clarividencia, determinación y audacia a los líderes españoles
responsables de las decisiones que han de tomarse y que, a todas luces,
obsesionados con mirarse el ombligo socialdemócrata o podémico, carecen
de ellas.
Resultado:
nadie hace nada y la situación se deteriora día a día. Basta ver el
profundo descrédito en que está sumida la monarquía, con un rey emérito,
gigoló septuagenario on the run, una hermana del Rey que lo que tiene
de infanta lo tiene de tonta acusada de varios delitos y una pareja real
cultivando las amistades de hampones de guante blanco según las
tradiciones de la familia. Ni la cerrada defensa de los medios
cortesanos y los partidos dinásticos consigue evitar que la verdadera
miserable naturaleza de la monarquía sea visible a los ojos de todos
cuando invoca la mierda que lleva en el alma.
Solo
la nave catalana va, con la sala de máquinas funcionando a todo
rendimiento aunque en sordina, por no despertar las suspicacias de los
últimos del imperio desde sus decrépitas almenas. Y va hacia la
república catalana, el único programa político vivo y prometedor en este
mar de los sargazos del Estado español.
Por
no ser capaz, la oposición española ni siquiera lo es de defender los
poderes y competencias del Parlamento frente a la usurpación del
gobierno y de ponerse de acuerdo para presentar una moción de censura
que libre al país de este puñado de indeseables.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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