Aquel 30 de junio, recién investido
presidente de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, y tras comer
en Cartagena con su Grupo Parlamentario, el soberano inició una
travesía regional que le llevó, según leemos en la crónica periodística
de aquel día, en primer lugar, a Caravaca, donde fue a rezar al
santuario de la Vera Cruz, para posteriormente, trasladarse a Puerto
Lumbreras, su localidad natal donde además fue alcalde durante una
década. Una vez allí, seguimos leyendo en la crónica periodística, el
recién nombrado soberano fue recibido con «las campanas de la iglesia de
la localidad que repicaron con fuerza para celebrar su proclamación
como el sexto presidente de la Comunidad». Para su sorpresa, el cura
Serafín Buendía organizó en la Casa del Cura un cálido homenaje rodeado
de familiares y amigos al que a partir de ese día, «pasará a dirigir el
destino de la Comunidad».
En la teoría política moderna,
efectivamene, se ha dado en llamar soberanía a esa capacidad de
dirección de los destinos de una comunidad. Fue el jurista alemán Carl
Schmitt quien identificó el componente teológico del soberano: la
soberanía imita literalmente no solo el poder de Dios, sino su capacidad
de inducir sobrecogimiento en los súbditos. Por ello, Carl Schmitt,
frente al dogma liberal del sometimiento del soberano a la norma y al
procedimiento, destacó la autonomía de la política expresada en el
soberano para expresar la capacidad de facilitar y contener otros
poderes, incluidos los económicos y los religiosos. El soberano tiene
capacidad de decidir con autonomía frente a los poderes económicos, y
por tanto decide hacer y cuándo, una política más favorecedora del libre
mercado o por el contrario opta por políticas más de distribución de la
riqueza social.
Aquel 30 de junio, en su travesía hacia el
santuario de la Vera Cruz en Caravaca, el soberano se preguntaba qué
queda de su soberanía y autonomía. Una región endeudada con casi 8.000
millones de euros, intervenida y controlada por un Gobierno
supranacional „la Unión Europea„ que supervisa los objetivos del déficit
(y el consiguiente techo de gasto presupuestario para limitar el
déficit por debajo del 3%) y que le impone una continua política de
recortes en los servicios básicos. Tal vez aquel día se descubrió como
el heredero de una época de la que ya no queda nada, una época en la que
su predecesor de nombre Ramón Luis Valcárcel ejerció como un
auténtico soberano, que tomó decisiones de forma autónoma, pues ni
siquiera la ley o el procedimiento pusieron límites a una época de
decisiones ´soberanas´: Marina de Cope, aeropuerto de Corvera,
desaladora de Escombreras, reclasificaciones de suelo en cascada,
auditorios y un largo etcétera. Aquel 30 de junio percibía con claridad
que era un soberano sin soberanía. Sintió vértigo y tal vez por ello su
devoción ante la Vera Cruz fue mayor.
Qué sucede cuando el
soberano ya no tiene los poderes de Dios y no puede contener a las
fuerzas externas globales, como las de la economía. Paradójicamente, nos
descubren los teóricos de la política contemporánea como la
estadounidense Wendy Brown, «a medida que disminuye la soberanía del
Estado, sus actuaciones tanto internas como externas van tomando cada
vez más y de forma manifiesta un ropaje religioso». Es decir, la
soberanía necesita más a Dios cuanto más se debilitan sus otras fuentes y
poderes y más vacila su control territorial y su control sobre otros
poderes como la economía. El soberano sin soberanía recurre más a Dios
en ausencia de capacidad de autonomía y contención de los poderes
no-políticos.
En los días posteriores a aquel 30 de junio, ya en
la tranquilidad del despacho, a la hora de constituir su Consejo de
Gobierno, consciente de su fragilidad y de su ausencia de autonomía, el
soberano no dudó en encomendarse a Dios. La presencia de un negocio
privado y de decantada vinculación religiosa, la Universidad Católica,
iba a darle la oportunidad de apuntalar su malogrado poder de decisión.
Algunos de sus consejeros y consejeras provendrían de tal universidad
(bien por tratarse de antiguos alumnos, bien por su dedicación docente) y
le proporcionarían el deseado ropaje religioso. Muchas de sus
decisiones irían en beneficio de los privilegios de este establecimiento
religioso.
Cuando el soberano sin soberanía descubrió su
herencia, quizás no le quedó otra que resignarse y adoptar una de las
pocas decisiones disponibles en todo el repertorio a mano.
(*) Diputado regional de 'Podemos'
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