Wikilleaks confirmó que muchas de nuestras sospechas eran atinadas.
El escándalo de aquellas revelaciones no se produjo por los contenidos
de los correos diplomáticos, que ya suponíamos, sino por el hecho de que
éstos fueran secretos. El secreto, no el contenido, es el escándalo. De
modo que, si de partida todo se intuye y al final todo se sabe ¿para
qué recurrir al secreto cuando éste es el único factor que añade
escándalo?
Esta es la razón de que Bruselas no tenga pudor en hacer públicos sus
mensajes al Gobierno español. Le acaba de decir: “Los Presupuestos del
Estado que habéis aprobado no se atienen a nuestras exigencias. Pero
podéis presentaros con ellos a las elecciones. Así, los ciudadanos
picarán y os votarán. Ahora bien, cuando forméis el nuevo Gobierno
debéis reformarlos (actualizarlos’, dicen) de acuerdo a nuestros
criterios”.
Esto lo anuncian en voz alta, sin valijas diplomáticas de
por medio. Y los votantes lo escuchamos. También los partidos de la
oposición. Si gana una opción distinta al PP, asimismo tendrá que
‘actualizar’ los Presupuestos, pero no en el sentido que la izquierda o
Ciudadanos dicen que lo harán, sino en la línea de austeridad que pide
Bruselas. Y todos sabemos, por la experiencia, que así será.
Pero, de momento, iremos a las urnas y votaremos, en muchos casos
hasta con entusiasmo, unos Presupuestos falsos o unas promesas
imposibles para su reforma. Nos lo dicen a la cara porque saben que lo
sabemos. De antemano. Y así se evitan que haya un secreto que pueda ser
descubierto con escándalo. Nos conciben como borregos, aunque esto no
sea ya ningún secreto.
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