Metroscopia en El País de hoy. Los pelos como escarpias. El titular de primera suena a ABC Los separatistas logran mayoría de escaños y casi el 50% del voto.
No se lo pierdan: los "separatistas"; ya falta menos para lo de los
judeomasones. Se hace un primer análisis electoral erróneo como siempre,
y se señala que la lista de Juntos por el Sí no llega a la
mayoría absoluta y necesitará de la CUP. En realidad, CDC y ERC, el
independentismo, han bajado 4 o 5 escaños con relación a 2012. Sí, es
cierto; pero la CUP ha ganado siete u ocho. La conclusión obvia es que
el independentismo ha aumentado y se ha radicalizado.
Lo
interesante, sin embargo, es el análisis político del conjunto del
sondeo de Metroscopia y, por su impacto, en efecto, cunde el pánico en
el campo españolista. Además de la encuesta, el diario consagra a
Cataluña un editorial (Elecciones críticas) y un artículo de Cebrián, anunciado en portada como si fuera el oráculo de Delfos, Reconstruir el Estado.
Los títulos traslucen el nerviosismo. De celebrar, cuando menos, que se
den cuenta de la trascendencia y gravedad de las circunstancias que
hasta la fecha han estado ignorando con una estolidez irritante.
Palinuro se ha aburrido de señalar que en la cuestión catalana (que ha
sido siempre la "cuestión española" y sigue siéndolo) el nacionalismo
catalán llevaba la iniciativa política mientras el español ni se
enteraba. Ahora se van viendo las consecuencias de confiar el gobierno a
una manga de necios e incompetentes.
Tanto
en el editorial como en el artículo de Cebrián se sigue cargando contra
el independentismo catalán, aunque no con la virulencia con que se ha
venido haciendo hasta la fecha; pero, y eso es lo importante, ya se
reconoce abiertamente que la responsabilidad de la situación de ruptura
es en lo esencial del presidente del gobierno, mejor dicho, de
su patente ineptitud y del desastre que ha provocado en el conjunto del
país. El artículo de Cebrián, que no es el habitual exabrupto lleno de
petulancia y soberbia, trata de simular una imposible equidistancia
entre el independentismo y el cerrilismo del gobierno. Todavía ayer su
diario asustaba a la audiencia con la pueril amenaza de la banca de
marcharse de Cataluña en caso de independencia, algo tan absurdo que
solo puede ser producto de la colaboración intelectual entre Rajoy y
Linde, el gobernador del Banco de España, dos lumbreras.
Reconstruir el Estado se llama la pieza cebrianesca. En realidad viene a decir que hay una crisis de Estado, algo tan evidente como que el movimiento catalán es, en realidad, una revolución. Cebrián se ve a sí mismo como estadista y por eso quiere reconstruir el Estado.
Sigue sin ser ecuánime en su análisis y continúa reduciendo un vigoroso
(y ejemplar) movimiento social a los supuestos cálculos tácticos de
Mas, pero no es tan abusivo y mendaz como su propio periódico. Parte del
supuesto de que no habrá independencia por diversas razones, todas
ellas refutables que, en realidad, se resumen en una: no habrá
independencia porque él no quiere. Al margen de la validez de esa
conclusión, su diagnóstico es generoso en distribuir culpabilidades para
lo que, en efecto, se considera una "crisis de Estado", al hablar de
los "últimos decenios".
Reduzcamos el foco al último: Zapatero sería
mejor o peor en política económica, pero no hay duda de que era un
demócrata y respetuoso con el Estado de derecho. Eso no puede decirse de
la última legislatura con el PP. Ni democracia, ni Estado de derecho,
ni nada. El país lleva cuatro años en manos de un partido corrupto hasta
la médula, imputado por tal por los jueces. Como tal no ha hecho otra
cosa que expoliar los caudales públicos al tiempo que legislaba o
pretendía legislar verdaderos disparates, atropellos e injusticias que
luego se ve obligado a revertir él mismo: ha pasado con el aborto, con
la exclusión de los inmigrantes del acceso a la sanidad pública, con los
expolios de los funcionarios, el rechazo a los matrimonios homosexuales
o la LOMCE, un auténtico bodrio eclesiástico por el cual sus
perpetradores disfrutan de un retiro dorado en París a costa de los
constribuyentes españoles.
Cuatro
años de incompetencia y puros dislates bajo mayoría absoluta de unas
gentes que no saben ni lo que es la democracia. Cebrián enumera
escandalizado los casos más graves: un Tribunal Constitucional presidido
por un ex militante del partido de la Gürtel, unos jueces también
sumisos al partido que no se inhiben y pretenden juzgar por lo penal a
una organización a la que están agradecidos, una perversión sistemática
de las instituciones, una práctica de gobernar mediante decretos leyes,
una ignorancia del principio de división de poderes, etc, etc. Cuatro
años que coronan más de veinte de corrupción sistemática, en muy buena
medida, responsable de la crisis. Cuatro años de gobierno de un
presidente que debería haber dimitido casi antes de tomar posesión, de
haber tenido algún mínimo sentido del decoro y de la democracia. Cuatro
años de degradación de la vida democrática, del debate público, de la
comunicación política, monopolizada por una banda de esbirros y matones.
Y,
en lo referente a Cataluña, cuatro años de arrogancia, desprecio,
ignorancia e intento de sometimiento, sin el menor espíritu dialogante o
constructivo. A los años anteriores de verdadera catalanofobia (hasta
un político tan tosco como Albiol reconoce que la recogida de firmas
contra el estatuto fue un "error") siguió después un ánimo abiertamente
hostil, ya inaugurado con la estupidez de que había que españolizar a los niños catalanes
y coronado hasta la fecha con la arbitraria reforma en solitario de la
ley del Tribunal Constitucional, lo cual ya es el colmo para un personal
que luego sostiene cínicamente que las leyes están para que los demás las cumplan.
Está
bien que la élite pensante del país caiga en la cuenta de que a
punto se encuentra de quedarse sin él por ponerlo en manos de una banda
de incompetentes y corruptos, en la más pura y acrisolada tradición
hispánica. Basta con observar el nivel de los políticos que han tenido
más poder en los últimos años, los Rajoys, Aguirres, Gonzáleces,
Cospedales, Camps, Fabras, Barberás, Matas, Granados, Ratos, etc. Por no
hablar de los Florianos, Casados, Hernandos y otros detestables
corifeos. Con esta tripulación, ningún navío llegará a puerto.
Está bien asimismo la idea de que ya no basta con una reforma de la Constitución, sino que hay que reconstruir el Estado. La pregunta es: ¿cómo? Y ¿qué Estado?
Aquí ahora mi artículo de hoy para elMón.cat. Se titula l'ombra del fracas. Para quienes quieran leerlo en castellano, incluyo aquí la versión original:
La sombra del fracaso
Ramón Cotarelo
La
mayoría absoluta que los sondeos pronostican al bloque del “sí” en las
plebiscitarias del 27 de septiembre anuncia que el independentismo ya ha
triunfado, que Cataluña es una nación, que tiene derecho a constituirse
en Estado y que esto es ya indiscutible política y moralmente. Que lo
sea ahora jurídicamente es el meollo de lo que nos jugamos en los
tiempos que vienen a continuación, ya, ahora mismo.
La
campaña del 27 de septiembre, la realizada y la que falta, es la prueba
de que en Cataluña, efectivamente, la vieja política ha muerto, que
está naciendo otra y una forma nueva de hacer las cosas, pero no como lo
predican los emergentes, sino de verdad y en serio. Todas las opciones
españolas, desde el PP hasta Catalunya sí que es pot se negaron
a admitir que estas elecciones fueran plebiscitarias porque no están
acostumbradas a que las cosas en su país sean como quieren y las definen
los catalanes, sino como quieren y se definen en Madrid. Madrid decide;
Cataluña obedece. Madrid pone los nombres; Cataluña los acepta. Y, por
eso, siguiendo la querencia, han desembarcado todos en Barcelona, a
decir a los catalanes lo que tienen que pensar, hablar, hacer.
Algunos, los del PSOE y C’s están de commuters, van y vienen como pendolari,
mareando el AVE o el puente aéreo. Otros, como los líderes de Podemos,
sabedores de que se juegan aquí su futuro en España, han cogido abono
fijo en algún hotel de la capital catalana y no se mueven ni para ir a
comer el domingo a casa. Y así han conseguido que el régimen habitual y
tradicional de tratar a los catalanes como gentes de la colonia o
menores de edad se les vuelva en contra. Cualquier agencia de publicidad
les explicaría que no es buena táctica que el personal no sepa quién es
el cabeza real de cada lista, si Rivera o Arrimadas, Sánchez o Iceta,
Iglesias o Rabell. Pedir a la gente que vote por teloneros es hacerla
muy de menos. El único cabeza de lista que parece genuinamente catalán,
Albiol, es el que más interesaría que no lo fuera.
El
27 de septiembre mostrará a los ojos de todos, especialmente de los
europeos, el fracaso de la vieja política, el fracaso del sucursalismo.
Un fracaso tan descontado que las fuerzas más sólida y tradicionalmente
españolas han decidido abandonar toda senda de diálogo o entendimiento
civilizado y han pasado a la acción directa que aquí no es otra cosa que
las amenazas y las provocaciones. “Se ha acabado la broma”, zanjó
Albiol hace unos días como resumen del intento de pucherazo del gobierno
de cambiar a la fuerza la ley reguladora del Tribunal Constitucional
para convertirlo en un retén de guardia del cuartel ya que como Tribunal
Constitucional tiene nulo predicamento.
Haciéndose
eco de este turbio propósito, reaparecen los militares –que nunca andan
muy lejos cuando se hace política en España- recordando que el artículo
8 de la vigente Constitución los hace garantes de la integridad
territorial de la patria. Evidente es que están dispuestos a cumplir con
su deber en Cataluña ya que se les sigue olvidando hacerlo en Gibraltar
por más que el ministro de Asuntos Exteriores no ve llegado el día en
que la Legión lo recupere. El ministro de Defensa advierte que, si los
catalanes “cumplen con su deber”, el ejército no tendrá que intervenir.
Por supuesto, el “deber de los catalanes” se decide en Madrid y los
cuartos de banderas respaldan estas hoscas admoniciones para que se
tomen muy en serio.
Todo
son anatemas, y excomuniones en caso de independencia. Según un
mandatario de la UE, familiarmente unido a militantes del PP, con lo que
no se sabe si habla como eurócrata o simpatizante del partido fundado
por Fraga, la República catalana independiente quedaría eo ipso fuera de
la Unión. Están acostumbrados a mentir, falsear, simular una autoridad
que no poseen y creen que en Europa puede prevaricarse tan impunemente
como se hace en España. Que Cataluña vaya a quedar dentro o fuera de la
UE es algo tan problemático como lo es con España porque si la República
catalana independiente es un “Estado nuevo”, también lo será una España
sin Cataluña que, entre otras cosas, tendrá que recalibrar su
representación y su aportación a la Unión; es decir, obligará a
renegociar los tratados, igual que si de un acceso catalán se tratara.
En
realidad, poco importa la verosimilitud o probabilidad de las
predicciones. Lo que se busca es conseguir mediante amenazas y chantajes
torcer la voluntad democrática de los catalanes. Se azuza a los
empresarios más recalcitrantes a que amenacen con salir del país, a los
banqueros a que presionen y afirmen, contra todo sentido común, que se
irán a hacer negocios en otras zonas más pobres.
Todo
vale para evitar o disimular el fracaso. Y, por si hubiera alguna duda,
el ministro del Interior, cuyo hilo directo con la divinidad por la
intercesión del Caudillo es permanente, lo ha dejado claro de una vez
por todas: ningún gobierno español aceptará un referéndum de
autodeterminación en Cataluña. Esto, claro, incluye al PP y al PSOE,
pero también a los demás partidos españoles que se adherirán a esta
prohibición no por gusto, dirán, sino por amarga necesidad.
Como
todos los esfuerzos han fracasado, solo quedará emplear la fuerza
bruta. Esta se encontrará con una desobediencia generalizada. Y ahí es
donde el triunfo moral y político del independentismo se convertirá en
jurídico por imposición de Europa y la comunidad internacional. Porque
si se emplea la fuerza contra el derecho, una fuerza mayor hará valer un
mejor derecho.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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