Hay que proponer una segunda Ley de Godwin. Si la clásica dice que "a medida que se alarga un debate online, la probabilidad de una comparación con los nazis o con Hitler tiende a 1", la nueva diría: "a medida que se alarga un debate online en el que haya algún viejo la posibilidad de que se le llame senil tiende a 1".
La primera fórmula se usa para explicar cuándo una discusión ha
alcanzado un momento en que es inútil proseguirla. Lo mismo pasa con la
segunda.
Es
muy frecuente que, allí donde jóvenes o adultos maduros discuten con
gente mayor, traten de zanjar las diferencias hablando de los años, de
que el adversario chochea o está gagá. Esta
generalización, como todas, tiene su punto cierto: con la edad suelen
darse manifestaciones diversas de pérdida de facultades mentales que, de
modo precipitado, abusivo y por lo común insultante, se resumen como senilidad.
Es un abuso que solo podría admitirse si quien invoca la condición
posee pruebas empíricas de que se da en el caso invocado. De no ser así,
no pasa de ser un exceso, un insulto, parecido al que emplean a veces
los viejos tachando a los jóvenes de ilusos, precipitados o inexpertos,
si bien esta actitud no es tan injusta ni denigrante.
En
realidad, el trato a la vejez en la sociedad, habiendo mejorado mucho
desde las costumbres nómadas de sacrificar a los ancianos que ya no
podían desplazarse o eran un estorbo, sigue siendo cruel y, a veces,
inhumano. El gran fallo del Estado del bienestar, suelen decir muchos
responsables políticos, es el aumento de la esperanza de vida. En otros
téminos más llanos, dichos por la señora Lagarde, baranda del FMI, que
los viejos viven demasiado y son muy caros. Con igual carga de
desvergüenza y estupidez, una alto cargo del gobierno del PP se
preguntaba en público si tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema. Obviamente, aunque esta señora no lo crea, eso dependerá de qué sentido se dé al término "sentido".
Se
trata de una actitud muy extendida, producto de los prejuicios y de la
ceguera pues parece partir del principio de que quien considera a los
viejos un estorbo o bocas inútiles, no lo será a su vez, llegado su
momento. Todas las formas de discriminación son crueles, inhumanas y
estúpidas. Pero la discriminación por razón de la edad es la más
estúpida de todas. En efecto, el blanco que discrimina al negro, el
machista que lo hace con la mujer, etc., saben que, salvo milagro, nunca
serán víctimas de esa discriminación mientras que quien maltrata a un
anciano es un imbécil que piensa que él no lo será.
Porque
de discriminación se trata. Y aceptada y legal. ¿Cómo? ¿Acaso no
prohíbe la Constitución toda discriminación por cualesquiera razones?
Sí, cierto. ¿Y no incluyen estas la edad? También cierto. Pero no lo es
menos que existe algo también legal que se llama la jubilación forzosa,
allí en donde se da. Y ¿acaso no es la jubilación forzosa una
discriminación por razón de edad para quienes, estando en posesión de
sus facultades físicas y mentales, quieran seguir
trabajando? Evidentemente lo es. Transcurridos determinados años -algo
de lo que la persona directamente interesada no es responsable- el
individuo en ciertas situaciones (en la función pública, por ejemplo) se
ve obligado a retirarse, quiera o no y a cambiar el conjunto de sus
existencia en contra de su voluntad. Es una obvia discriminación por
razón de edad y carece de toda justificación.
Por
supuesto, no se está diciendo aquí que la jubilación deba desaparecer o
alargarse. Se está diciendo solamente que, llegada la edad determinada,
se jubile quien quiera hacerlo y quien no quiera, pueda seguir en su
quehacer como sucede de hecho en las profesiones liberales. Que nadie
pueda obligar a otro a trabajar más allá de la fecha límite, pero que
nadie tampoco pueda obligar a otro a dejar de trabajar si no quiere y
está en condiciones físicas y mentales de hacerlo.
Ahora
que se eliminan muchas formas de discriminación tradicionales,
emboscadas en los pliegues más profundos de los prejuicios y
estereotipos sociales, sigue dándose una discriminación odiosa e
imbécil. Odiosa porque afecta negativamente a una colectividad de
personas que tiene una capacidad de respuesta y rechazo muy limitada e
imbécil porque la sociedad prescinde de sectores enteros de gentes que
poseen la sabiduría, la experiencia y, cuando así lo quieren, la
capacidad para ser útiles a la colectividad.
Esto
tiene que cambiar. Los ancianos, los jubilados son un potencial
político numérico considerable en nuestra sociedad. Pero, por el
sistemático abandono, la ignorancia y el desinterés de los demás
sectores, no disponen de la influencia que les corresponde. Si los más
de ocho millones de jubilados que hay en España se organizaran
políticamente, tendrían un potencial tremendo. En una época en que los
discursos políticos apuntan al "empoderamiento" (o sea, en castellano,
la "habilitación") de los sectores más perjudicados, proceder así con
los jubilados, sin duda, cambiaría el panorama español. Por ejemplo,
consiguiendo que, quienes toman decisiones sobre la cuantía, duración y
circunstancias de las pensiones en el sistema público, no sean
los pájaros de mediana edad que creen que con ellos no va a rezar.
Dada
la base de solidaridad intergeneracional del sistema público
de jubilaciones en España, es obvio para todos -excepto para quienes
quieren reventarlo a fin de favorecer los muy dudosos planes privados de
los bancos- que las pensiones no son mercedes o gracias que el Estado
otorga a los jubilados sino que estos se las han ganado como un derecho a
lo largo de su vida activa. Los jubilados son los únicos que carecen de
opción a defender sus derechos.
Y
el asunto es, además, más grave cuando se recuerda que, en condiciones
de crisis como las actuales, en una infinidad de casos, las pensiones no
solo sirven para mantener a los jubilados sino también a sus familiares
en el paro o a los dependientes a su cargo y eso sin contar que también
mueven demanda que tira de la economía.
Los
viejos no son bocas inútiles sino que deben ser bocas que hablen y, si
es necesario, que muerdan. Por eso seguiremos con la serie sobre la
vejez.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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