Durante días han recorrido las
carreteras varias marchas reivindicativas que acaban hoy en Madrid, con
una gran manifestación. El 9 de marzo salieron de Murcia personas de
distintas ciudades y pueblos de la Región, a las que se han sumado otras
en las localidades por las que se ha ido pasando.
Piden cosas tan
entendibles como básicas: un trabajo digno, servicios públicos de
calidad y al alcance de todas las personas, derecho a una vivienda y a
las mínimas necesidades vitales.
Quienes aún caminan hoy no se
creen la gran mentira de la recuperación, porque cuando se dice que la
economía está remontando saben que no se refieren a la vida y la
economía de las personas, sino a los balances de las empresas que
cotizan en Bolsa.
Los Gobiernos han facilitado los despidos
afirmando que eso es lo mejor para recuperar el empleo. Cuando acaban
las prestaciones por desempleo nos dicen que así nos movemos más para
buscar trabajo. Quitan becas, ayudas de comedor para escolares, suben
tasas y reducen la oferta educativa. Hacen pagar por medicinas y
servicios sanitarios, cierran consultas o servicios de urgencias. Miles
de personas dependientes no tienen ayuda de ningún tipo, salvo las que
es capaz de dar el entorno familiar, sobre todo las mujeres que renuncia
a su propia vida para responsabilizarse de los cuidados. Abandonan a
familias en la calle y con la deuda de una hipoteca impagable para no
poner en aprietos a los bancos que les sobrevaloraron sus casas. Miles
de jóvenes emigran en busca de oportunidades que aquí no se les dan para
volver a la triste realidad de nuestro pasado no tan lejano.
Las
desastrosas aventuras de la Banca han sido colectivizadas,
convirtiéndose en deuda pública (e ilegítima) que nos obligan a pagar
entre toda la población anteponiendo, constitucionalmente, su pago al de
los gastos sociales. La OCDE, en su informe Panorama de la Sociedad
2014, reconoce que en España las personas pobres bajaron sus ingresos y
que la desigualdad ha aumentado más que en ningún otro país de la
organización. Como podemos ver, la crisis no está siendo igual para todo
el mundo.
Junto al Gobierno, se han sentado los dirigentes de la
patronal y los de CC OO y UGT, para ayudarle a convencernos de que todo
va mejor. Con esta realidad de paro, bajada de salarios y menos
protección social, decirnos que vamos por buen camino es un insulto. Las
personas paradas, desahuciadas, jornaleras o estudiantes que conforman
las Marchas no ven la salida del túnel porque no la hay. Porque la
esclavitud no es nuestra salida, aunque se empeñen en decirnos que sí.
Por eso se ha decidido marchar hacia Madrid. Para que no nos tomen por
idiotas, para que Gobiernos e instituciones que parecen sordos a las
demandas de la mayoría de la población escuchen la petición de Pan,
Trabajo Digno, Techo y Derechos que vendrá desde los cuatro puntos
cardinales.
No es una marcha de grandes líderes, aunque seguro que
habrá quien se haga la foto de precampaña con las Marchas como fondo.
Es una rebelión de personas silenciadas. De quienes no se habla cuando
se afirma, con todo cinismo, que ya estamos saliendo de la crisis. De
personas que no ven un futuro claro, ni para ellas ni para sus hijas e
hijos. Personas que quieren ser visibles, con sus problemas, sus anhelos
y sus exigencias.
Ha sido un camino en el que ha habido de todo.
Alcaldes y alcaldesas que han hecho lo posible y lo imposible para que
la Marcha no pasara por el centro de sus municipios con su mensaje y que
han negado la petición de un techo o una ducha. Al mismo tiempo, las
Marchas han encontrado la entrañable solidaridad de vecinas y vecinos
que les han preparado un caldo caliente y les han alentado en su
caminata. Gentes que han entendido como propias las peticiones de las
personas caminantes y han cargado de fuerza y optimismo sus gastadas
piernas.
No sé qué pasará después de este 22 de marzo. No parece
que el Gobierno de Mariano Rajoy vaya a ser permeable, si no lo ha sido
hasta ahora, a las demandas de justicia social. Tampoco pienso que
vayamos a conseguir, en el corto plazo, reorientar el sistema económico y
político hacia un Estado social y democrático más justo. Lo que sí creo
es que existe la posibilidad de subir un escalón en la conciencia de la
población. Un salto en el convencimiento de que nadie nos solucionará
los problemas y menos quienes se están aprovechando de la situación,
sean políticos, instituciones financieras o grandes corporaciones. Un
avance en la seguridad de que no nos vale un sistema que funciona en
torno al beneficio privado de la minoría a costa de la gran mayoría.
Quienes
han marchando estos días por las carreteras nos indican un camino de
rebeldía y de dignidad, un camino de denuncia y de reivindicación. No
sabemos cómo será el futuro, pero les aseguro que lo prefiero junto a
estas personas que lo están construyendo paso a paso. Hoy, no hace falta
que pregunten dónde estamos. Nos fuimos hasta Madrid a gritar, una vez
más, «que se vayan».
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