Unas imágenes del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, conversando animadamente y riendo alegremente y como si tal cosa con el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, han
provocado durante este puente todo tipo de comentarios entre los que
defienden que es un gesto de educación y los que sostienen que con
actitudes como esta lo que hace la izquierda es normalizar el rampante
fascismo franquista que se sienta en las Cortes.
La escena, en el marco
de los actos de la Constitución en Madrid, no se limita a un simple
saludo de cortesía sino que es exactamente la misma que hubiera podido
tener lugar entre el líder de Podemos y cualquier diputado de otra
formación política.
No hace tantos días, en plena campaña de las elecciones españolas, el portavoz del PNV, Aitor Esteban,
le negó, al finalizar un debate televisado, explícitamente el saludo al
mismo dirigente de Vox que compartía este viernes como si tal cosa
risas y bromas con el líder de Podemos. Dijo Esteban: "No damos la mano a
franquistas". Un pequeño gesto que me pareció encomiable ya que el
peligro de Vox para la democracia no es una cosa como para reírse.
Iglesias ha dado a través de las redes sociales alguna explicación
para justificar su acción, ha hablado de que no es una falta de
coherencia sino condición humana y ha publicado otras tres fotos: dos
suyas con Rajoy y con Junqueras y otra de Rufián con un apoderado de Vox.
Ya se defenderán Rajoy y Rufián, que son hombres libres, si pueden y
quieren, pero el vicepresident Junqueras lleva 765 noches en prisión
entre las cárceles de Estremera y Lledoners.
¿De que condición humana está hablando Iglesias cuando sitúa al mismo
nivel unas risas con Espinosa de los Monteros con un saludo con
Junqueras en la constitución de las Cortes tras las elecciones del
pasado mes de abril? Junqueras, injustamente encarcelado, forzando
ostensiblemente la ley en el Supremo, gozó de unas horas de libertad
para acudir a su escaño. Vox era acusación particular en aquel juicio.
Prisionero y carcelero no son lo mismo, Iglesias.
Qué desastre. Qué mal todo.
(*) Periodista y director de El Nacional
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