La patada al tablero de Óscar Urralburu (en el trasero de Pablo
Iglesias) originó este viernes en la Región un auténtico seísmo político
en la izquierda. Se conocía sobradamente la afinidad política y
personal entre Urralburu y Errejón. De ahí que entrase dentro de lo
posible que el primero estuviera tentado de sumarse a la candidatura de
Más País (nosotros se lo preguntamos diariamente desde el martes pasado
sin obtener respuesta). Pero no dejó de sorprender su renuncia a la
secretaría general de Podemos. Sobre todo porque es una fuga de alto
riesgo político para quien ha liderado esa formación en la Región de
Murcia desde su aparición en 2014.
Y es que la primera consecuencia de
la guerra entre errejonistas y pablistas será una división del voto, en
un nicho menguante del electorado, que puede tener desenlace fatal: que
ni unos ni otros logren representación en el Congreso de los Diputados
por la Región, perdiéndose el único escaño que tenían los morados. Esa
es la perspectiva de un partido obligado, a semanas del 10-N, a formar
una gestora, a sustituir a sus dos diputados regionales y a improvisar
un liderazgo para salir del paso con un dedazo desde Madrid.
El golpe es aquí especialmente letal para Podemos. Hasta la fecha se
benefició de las reconocidas capacidades de Urralburu, sin duda uno de
los políticos mejor preparados de los últimos años en la Región, se esté
de acuerdo o no con sus planteamientos ideológicos. Ahora todos esos
atributos personales jugarán en contra de Podemos, cuyas expectativas
venían cayendo en picado tras perder 29 diputados en las generales del
28-A y pasar de seis a dos diputados en las autonómicas.
La batalla del 10-N se dirimirá entre los candidatos nacionales,
especialmente en sus apariciones en televisión. Pero la pugna local
también tendrá su punto de influencia. Si Podemos ya lo tenía difícil,
como reflejan todos los sondeos, ahora será mucho peor porque el tirón
de quien será su oponente, el hasta ahora diputado Javier Sánchez Serna,
es francamente inferior. Tampoco Urralburu lo tendrá fácil sin disponer
de una formación política detrás, tan solo una marca electoral en
construcción. Es posible que sin el lastre de la marca Podemos pueda
arañar votos de los abstencionistas de izquierdas y también del PSOE, al
tener el discurso errejonista más permeabilidad por su mayor carga de
transversalidad ideológica.
Las razones de la marcha de Urralburu serán
objeto de discusión. Habrá quien piense que tanto halago, a diestra y
siniestra, puede haberle conducido al delirio de creerse la última
coca-cola del desierto, pero su espantada tiene fácil explicación en su
hartazgo con la deriva de Pablo Iglesias y la estrategia electoral de
confrontación con Errejón que se ordenaba desde Madrid. A Urralburu se
le veía más que incómodo con el rumbo mandatado por Iglesias y pareció
sincero cuando el viernes dijo estar sin «espacio en Podemos para
cumplir los objetivos que nos planteamos, ni siquiera en el espacio
autónomo de la Región de Murcia».
Podría haber seguido cuatro años más
en la Asamblea y sin embargo ha decidido arriesgarse en una aventura de
desenlace incierto para ser coherente con sus convicciones políticas. La
suya es la última fuga de otras muchas ocurridas desde que el líder
nacional de Podemos firmó el 'pacto de los botellines' con IU,
abandonando la transversalidad y la posibilidad de convertirse en un
partido de mayorías. Si alguien ha dinamitado Podemos es Iglesias, con
sus purgas internas, su chalé en Galapagar y su oposición a facilitar un
Gobierno del PSOE si no es a cambio de no se sabe cuántos ministerios.
No es el único culpable (Sánchez le dio bastante soga), pero Iglesias es
el principal responsable de la transformación de un partido que cada
vez se parece más a las juventudes comunistas del PCE. Quien sale
ganando con la marcha de Urralburu es el PSOE, que puede beneficiarse
del lío y la división a su izquierda, y el PP, que por la ley D'Hondt
podría obtener un escaño más en el Congreso y además se quita de encima
en la Asamblea al más brillante de sus opositores. En principio, los
populares van a estar más cómodos sin él y sin María Giménez, una
diputada que ha hecho un trabajo legislativo más que serio durante estos
últimos cuatro años.
(*) Periodista y director de La Verdad
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