La única manera de que no cierren el
Cine Rex es ir a ver películas al Cine Rex. Protestar por su cierre está
muy bien, y yo me apunto. Pero puede que haga más de un año que no he
ido al Rex, de manera que me da un poco de cosa exigir que el empresario
siga perdiendo dinero por mi capricho de que ese edificio magnífico
siga albergando un cine.
¿Por
qué no voy al Cine Rex? Porque pasar por taquilla (¡qué digo taquilla!
las entradas las venden donde las palomitas, para ahorrar personal);
pasar por taquilla con mi señora, digo, nos cuesta tres veces más que
esperar unas semanas a que el estreno nos lo ofrezca Netflix o
cualquiera de las otras plataformas a las que estamos suscritos mediante
alguna oferta gratuita o por cinco euros al mes, y eso cuando no te lo
dan de manera simultánea o, a veces, en exclusiva antes de pasar a la
pantalla grande, si es que pasa.
Los cines tan majestuosos como el Rex
son ya una industria obsoleta. Y lo sabemos. Por eso enseguida giramos
la vista a la Administración, la local o la autonómica. ¿No se podría
hacer algo para rescatar ese edificio y darle un uso cultural? O, ¿no
podría mediar el Ayuntamiento ante la iniciativa privada e incentivar a
alguna empresa para que hiciera lo propio antes de que ese espacio tan
singular y tan céntrico se convierta en un gimnasio o en un
supermercado?
Por decir algo,
un Caixa Forum o un Camon de la Fundación CAM. O pasar un 'impuesto
revolucionario cultural' al Grupo Orenes, ya con implantación en la zona
y deseoso de participar en iniciativas sociales para paliar la
creciente crítica al negocio del juego. O promover un pull de
empresarios animados por alguna ventaja fiscal o urbanística. Algo.
Dos
problemas al respecto. Primero y principal es que el concejal de
Cultura de Murcia es insípido, carente de ideas, de iniciativa y de
perspectiva, proclive a lo cateto. Por ahí no cabe esperar mucho. Y
segundo, a la Administración le interesa la creación de negocios
convencionales, porque recauda más que si limita zonas de gran potencial
comercial a la supuestamente improductiva actividad cultural. Si
todavía no saben qué contenidos albergará la Cárcel Vieja, ¿cómo pedir
imaginación para cubrir lagunas en un edificio como el Rex?
Hablando
de la Cárcel Vieja, recuerdo vagamente que una de las decenas de
proyectos fallidos de Valcárcel consistió en convertirla, a través de la
consejería de Hacienda, en un espacio de mostración de las nuevas
tecnologías. Creo recordar que a aquello lo llamaron Panóptico, en
relación con la pieza central del edificio que finalmente se hizo trizas
en un derrumbamiento por dejadez. Tal vez la idea base de aquello
podría rescatarse en aplicación a las nuevas industrias de la cultura y
el ocio.
El remate de los
grandes cines de Murcia, la mayoría de ellos en edificios singulares, es
muy deprimente. Cerró el Coliseum y pusieron un bingo. Cerró el Iniesta
y pusieron una discoteca. Cerró el Gran Vía, y ahora hay un gimnasio.
El Roxy y el Coy sufrieron parecida suerte, y solo dos han sido
rescatados para la cultura: el Salzillo lo ocupa hoy la Filmoteca
Regional, y el Teatro Circo es el mejor escenario de Murcia en cuanto a
programación.
Quedaba el fabuloso Rex, el último dinosaurio. Bastante ha
durado. Y eso que no cabe culpar de dejación a sus propietarios o
gestores, que invirtieron en dotarlo de un extraordinario sistema de
sonido e ingeniaron sesiones matinales de óperas en vídeo, ya ves. Pero
ni con esas.
El cine de
proyección en grandes salas agoniza desde hace años. Es una pena, pero
es el río que nos lleva. No podemos salvarlo, pero sí podemos hacerlo
con el Nickel Odeon para que siga cumpliendo una función cultural acorde
con las demandas de este tiempo. Al menos, intentarlo.
(*) Columnista
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