En estos tiempos de zozobra institucional y bloqueo político conviene
echar la vista un tiempo atrás para entender la temeraria deriva del
PSOE en el ámbito democrático y constitucional. Y ahí incluidos el final
del régimen felipista de Felipe González y los graves errores de José
María Aznar.
Mucho se ha escrito a propósito de la muerte del abogado Matías
Cortes, al que el Grupo Prisa ha presentado como excelente abogado y
amante de la música, como si fuera un mecenas o un personaje angelical
cuando lo cierto fue que Matías era uno de los mayores intrigantes del
Reino, y pieza crucial del ‘Régimen felipista’ de poder político,
económico y mediático (1982-1996) que lideró Felipe González y acabó con
la llegada de José María Aznar a La Moncloa en 1996.
A Matías Cortes lo ha descrito muy bien Consuelo Font en el
suplemento LOC del diario El Mundo donde lo calificó como ‘más temido
que querido’. Mientras El País, desde la añoranza de esos tiempos
‘social liberales’ del felipismo lo presentaban, con el propio Felipe
González a la cabeza, como una hermanita de la Caridad.
Pero el felipismo, como todo, se acabó y González que previamente
había expulsado a Alfonso Guerra de su Gobierno -con una maquiavélica
carta que se ha conocido hace poco- no logró que su modelo social
liberal del PSOE de entonces se prolongara en su partido.
Mientras Aznar imponía su rumbo en 1996 hacia el flanco ultra
conservador que le llevó a su victoria por mayoría absoluta en el año
2000, con una gran corrupción sin control (en su mandato nació Gürtel y
la doble contabilidad) en el PP y con el estrambote, durante su
despedida, de las grandes mentiras de la guerra de Irak y de los
atentados del terrorismo islámico del 11-M en Madrid.
Fue precisamente en el año 2000 cuando (tras el paréntesis de la
victoria de Josep Borrell en la primarias del PSOE de 1998, destrozada
por el felipismo de Prisa y González) se produjo la quiebra definitiva
de la estela felipista social liberal del PSOE con la sorprendente
llegada de Jose Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general
socialista.
Esa fue la venganza de Alfonso Guerra contra Felipe González cuando, 9
años después de su salida del Gobierno en 1991, utilizó a sus afines en
el 35º Congreso del PSOE para favorecer la victoria del joven José Luis
Rodríguez Zapatero por solo 9 votos de diferencia, frente a José Bono.
El que era el candidato felipista y del ‘establisment’.
De ese régimen social liberal del felipismo que Zapatero destruyó,
entre otras muchas cosas como la reconciliación de la Transición, la
economía en la crisis de 2008 que negó, o con el renovado e
inconstitucional estatuto catalán (que acabó impulsando el golpe de
Estado de 2017 en Cataluña), lo que sumado el deterioro social y a la
corrupción del PP, puso fin al modelo bipartidista de la transición con
la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el Parlamento nacional.
Y cuando los destrozos de J. L. Rodríguez Zapatero devolvieron el
poder al PP bajo el liderazgo de Mariano Rajoy en 2011, el felipismo
volvió a la carga para recuperar el poder del PSOE. Primero con
Rubalcaba al que derrotó Sánchez y luego, y tras la caída de Sánchez en
el Comité Federal del día 1 de octubre de 2016 (provocada por el
felipismo), con Susana Díaz, que cayó en las primarias socialistas de la
primavera de 2017 en el renacer de Pedro Sánchez, ‘el rojo’.
El que se prolongó y llegó al Gobierno con la moción de censura
contra Rajoy el 1 de junio de 2018 y con el apoyo de Iglesias, Otegui,
Junqueras, Puigdemont y Ortuzar, en lo que Rubalcaba había llamado el
‘gobierno Frankenstein’. La misma oscura alianza que Sánchez pretende
renovar ahora en un intento reiterado de investidura antes del 23 de
septiembre para evitar la repetición electoral.
Y en estas estamos y aquí hemos llegado cuando esté país sin Gobierno
y sin Presupuestos de 2019, que se prepara para abordar los desafíos
del Brexit y la revuelta catalana que seguirá a la publicación de la
sentencia sobre el golpe de Estado catalán de 27 de octubre de 2017,
unas semanas después de que el Rey Felipe VI le exigiera a un
displicente y débil Mariano Rajoy que repusiera en Cataluña el orden
constitucional.
Ahora ha sido de nuevo el Rey Felipe VI quien reclama a las fuerzas
políticas pactos de entendimiento, estabilidad y gobernabilidad antes
que repetir las elecciones generales el 10 de noviembre. Lo que no
parece nada fácil salvo que Pedro Sánchez pacte con Pablo Iglesias o
decida regresar a la senda del marco constitucional para buscar un
acuerdo con Cs o con el PP como cabría esperar.
(*) Periodista
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