Cada equis tiempo la humanidad produce en la
mar piratas que, por desaprensivos, se hacen famosos. A quien ejercía
la piratería en el s. XV se le consideraba un asesino despiadado y un
negrero cruel. En cambio, el s. XX, obvió los clichés, celebrando que a
sus zambras acudiera un chueta mallorquín más conocido como “el último
pirata del Mediterráneo”.
Lo que anteayer fue crimen, ayer era
reverencia. Y hoy, s. XXI, se difunde la imagen de Óscar Camps en plan
héroe humanitario, siendo un zafio mercader catalán con patente de Corso
que usa a los emigrantes para obtener pingües beneficios. Darle una
explicación psiquiátrica al nuevo corsario, sin atenuar sus caóticos
estados mentales, no endereza su perversa visión de las cosas. Pues
hablamos de patologías y de chusma amoral que blande el sadismo por
bandera. Forrarse por la vía rápida a costa de los que mueren en el mar,
es un buen negocio que brinda la náutica.
Su suerte anida en el capricho de los vientos y el quebrar de las
olas para hacer del crimen, una bendición, de la avaricia, un rito y del
saqueo, un fin. Nada se opone a que pensemos que la piratería actual
sustancia el cáncer de alma a través de cualquier Open Arms u ONG que
fantasea ser, una empresa movida por ideales románticos. De partir
mantel con los psicópatas que se valen del drama de quienes huyen de
África pagando un caro peaje a las mafias para sobrevivir, den por
seguro que esas viandas estarán regadas con sangre humana.
Los
traficantes de esclavos aún existen. El capitán del Open Arms y su
tripulación, fomentan la barbarie. El vomitivo negocio de traficar con
seres humanos va viento en popa y a la ONG se la trae floja que la
mercancía se hunda. Ellos cobran por adelantado, antes de que las
esperanzas de los negros pongan pie en cubierta.
Es más, el filibustero Camps acepta subvenciones de la Generalidad y
de cuantos incautos se creen sus monsergas lastimosas, tendentes a
ablandar a la gente de buen corazón para que den dinero a su causa,
soñando que van a resolver las tragedias del negro que navega en su
bajel a la deriva, sin guión ni paradero. Sus palabras huecas exigen
auxilio económico, contante y sonante, para los desesperados.
Tan
contante y sonante que llenará su bolsillo y el de sus colegas. De haber
sido yo el necio en funciones (ustedes me entienden, hablo del maniquí
que tiene a nuestro país en dique seco), habría mandado al buque de la
Armada a rescatar a los africanos que dicha ONG tiene secuestrados y,
una vez estuvieran en tierra, sanos y salvos, habría dado orden de
hundir, a cañonazo limpio, al sucio barco negrero.
Acabo con la contundente declaración del único político español que
ve claro los turbios tejemanejes del tal Camps. Santiago Abascal, líder
de Vox, ha presentado una denuncia ante la Fiscalía General del Estado,
contra el Open Arms, “por presuntos (me sobra lo de presuntos) delitos
de infracción de la Ley Marítima y colaboración con organización (yo
diría directamente mafias) para el tráfico de personas, tipificado en el
artículo 570 del Código Penal, que prevé penas de hasta ocho años por
ese tipo de actos".
El corsario, mitad verdugo, mitad ladrón, también
habría de ser obligado a retirar de la mar las toneladas de plástico que
arruinan el Mediterráneo, el Mar de la Cultura, nombre por el que era
conocido, antes de la aparición de estos saqueadores.
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