Pues están muy bien, oye. La foto
tranquiliza mucho. Se les ve firmes, seguros, saludables y contentos. Y
sonríen. Ahora nos gustaría tener también una foto de Forcadell y Bassa y
ya la satisfacción será completa. Aquí no se atisban las miradas
aviesas, los fríos puñales en las bocamangas que los analistas
procesólogos detectan con fino olfato.
"¡Ah,
es el vergonzoso resultado de los privilegios de que gozan estos
políticos presos!", rezonga un cuñado de C's. Privilegios, ninguno. La
sonrisa viene de su conciencia de tener un pueblo detrás, que lleva más
de un año movilizado en su apoyo y procura de su libertad. De saber que
han llenado Catalunya de lazos y cintas amarillas.
Ellos, que no llevan
ninguna, pues no les hace falta. Ellos simbolizan el amarillo.
Simbolizan la lucha contra la injusticia porque, como dice Thoreau en su
Desobediencia civil (1849) "cuando un gobierno encarcela a alguien injustamente, el lugar adecuado para un hombre justo es también la cárcel."
Presos
políticos, presos de conciencia que no han cometido delito alguno pues
la violencia les es ajena. Presos que, por mandato democrático del
electorado, han participado en un proceso unilateral de independencia
como el que hizo Kosovo que España no reconoce pero casi toda la Unión
Europea, sí.
El
juicio que les espera, si antes no se hace la razón, se les pone en
libertad y se declara nulo todo el procedimiento, es digno de Alicia en
el país de las maravillas. Si la votación del 1-O fue un delito, además
de procesar a los organizadores materiales, habrá que empapelar a los
instigadores, los cómplices y los colaboradores necesarios.
Por lo bajo,
tres millones de personas. Ya tiene trabajo el decapitador de la reina
de corazones. Porque o bien el asunto es estrictamente judicial y hay
que procesar a los casi tres millones de votantes o bien es
estrictamente político y hay que poner en libertad a los dirigentes
injustamente encarcelados.
Este
procedimiento es tan absurdo como el célebre proceso por la sombra del
burro y, de disparate en disparate, acabará peor. Acabará con el poco
Estado de derecho que queda en España. La sociedad catalana no aceptará
condena alguna de sus representantes. No la Generalitat que, por
descontado, tampoco.
La sociedad en su conjunto. Así que esperen las
subsiguientes elecciones catalanas con una holgada mayoría
independentista. En realidad, la sociedad no acepta el juicio mismo por
considerarlo una venganza política. Lo dicho, esperen las elecciones y
esa mayoría independentista.
A
no ser, excelencias, que decidan terminar el golpe de Estado iniciado
con el art. 155. Se aplica de nuevo, se interviene directamente
Catalunya, su gobernación y medios de comunicación, se suprime su
autonomía y se envía un virrey, según acreditada costumbre. La excepción
se hace norma. La dictadura.
La pregunta es: ¿cuánto creen que aguantarán, excelencias? La dictadura nunca es solución.
Un saludo a los presos políticos de Lledoners. Bueno, a todos los presos y presas, exiliadas y exiliados, embargados y embargadas por razones políticas en el Estado español.
...y no son presos políticos
No, qué va. Son delincuentes, según la vicepresidenta del gobierno;
son políticos presos, o sea, presos comunes. Porque, como sabe todo el
mundo, los delincuentes y los presos comunes se ponen en huelga de
hambre de tanto en tanto.
En Francia arde París y aquí arde Catalunya, aunque son incendios distintos. Pero incendios.
El
movimiento independentista, explicado en la "verdadera" izquierda
española como una cortina de humo del 3% de la corrupta burguesía, toma
aires cada vez más gandhianos. Unos presos de conciencia, no violentos,
injustamente encarcelados, ponen ahora en riesgo su vida por sus
convicciones y levantan una ola de solidaridad y apoyo en Catalunya que
vaya usted a saber hasta dónde llegará.
Entre
tanto, los cerebros de la derecha, con la buena fe que los caracteriza,
avisan a los catalanes de que un puñado de listos y aprovechados los
han engañado y los han dejado tirados con dos palmos de narices.
Perspicacia.
Los engañadores
son los/as que están en la cárcel, en el exilio, en trance de
confiscación del patrimonio. Los que se lo juegan todo. Y ahora dos, en
huelga de hambre. Los que se juegan más que todo. Y los avisadores
son los/as que llevan decenios robando a manos llenas y en algunos
casos (todavía muy pocos ante los que habrá) tienen, sí, políticos
presos; o sea, presos comunes, para uno de los cuales pide ahora "compasión" Aznar.
"¡Gandhi!",
brama indignada la legión de publicistas de extrema derecha en todos
los medios, "¡Martin Luther King, Nelson Mandela! ¿Qué se han creído
estos indepes "procesistas"?
No
se han creído nada. Son ellos mismos. La huelga de hambre de los dos
Jordis intensifica la tensión del movimiento en Catalunya. En España, no
sé. En la izquierda española, debiera.
De momento solo se ha oído a los
socialistas muy nerviosos en orfeón, asegurando que los presos tendrán un "juicio justo",
lo que es contrario a la lógica, pues un juicio injusto no puede ser
justo. De las otras izquierdas, las "verdaderas", no he leído nada. Y el
asunto interpela directamente a la cultura política de esta tendencia
que, en principio, actúa en política por convicción.
Del
otro lado de la barrera, absoluto desconcierto, como siempre. El
desprestigiado Tribunal Constitucional, contra cuya inmoral
procrastinación va dirigida la acción de los dos Jordis, se justifica
con profusas y confusas explicaciones que solo evidencian su mala fe. Este tribunal es una pieza esencial a la hora de acelerar o postergar los procedimientos, según interese al poder político.
Que
en España los tribunales administran la justicia del príncipe se ve en
la cantidad de veces que el gobierno, o sea, el príncipe, lo niega
contra toda evidencia interna y externa. Cuando acaba de repartirse la
cúpula del poder judicial según criterios de obediencia partidista y
cuando sufraga los gastos de defensa del juez Llarena en un pleito
privado en el exterior.
No
me dirán que no es maravilloso contemplar los fastos de celebración del
40º aniversario de la Constitución con un artículo 155 recién empleado y
dispuesto a serlo de nuevo, con cientos de personas perseguidas
judicial y administrativamente, cuatro sometidas a confiscación
patrimonial, seis en el exilio, nueve en prisión preventiva de más de un
año y dos de ellas en huelga de hambre. Y todas, absolutamente todas,
por razones políticas.
Un éxito de Constitución
La huelga de hambre también incendia Catalunya. La situación de poder dual había llevado a una especie de marasmo o impasse. A punto de sumergirse en las elecciones europeas y municipales, el independentismo tenía al ralenti
el motor del mandato del 1-O, Independencia/República.
Abundaban las
quejas por inacción, culpando a los partidos por supuestas
claudicaciones autonomistas. Y, de pronto, la decisión de los Jordis
pone por delante la otra vía. La sociedad reacciona con mayores
reproches a los partidos, reprochándoles que hayan de ser los presos
quienes den pasos adelante.
Sin
embargo, son los partidos los que han puesto fin al aparente marasmo
"procesista". Y en concreto, para mayor claridad, los huelguistas son
uno del PDeCat y el otro de La Crida, ambos moderados en sus posiciones
políticas.
Los indepes están unidos, mantienen la iniciativa y marcan
medios y fines. La sociedad, si no yerro, apoyará esta vía. La pelota,
por tanto, está en el tejado de los partidos en libertad, y del
gobierno interno y externo. La decisión de los Jordis obliga a adoptar
medidas para cubrirlos y apoyarlos. Corresponde a la CUP, ERC y el
PDeCat especificarlas.
Y
corresponde a las instituciones, empezando por el Parlament, ya que
ambos Jordis son diputados. Y siguiendo por los dos gobiernos, el del
interior y el del exterior. La próxima fecha de presentación del Consell
de la República el 8 de diciembre sería buen momento para que los dos
presidentes explicaran la situación y orientaran la acción colectiva en
el próximo futuro.
Donec Perficiam.
Donec Perficiam.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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