Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado De lo imposible a lo posible y viceversa
en el que se repasa la candente cuestión de la desobediencia como
método de acción política en Catalunya. A ella se añadió también ayer la
del ultimatum de Quim Torra al gobierno español: o vamos a un
referéndum de autodeterminación en octubre o en noviembre los indepes
retirarán su apoyo a Sánchez y este caerá.
Rápido como una centella, el
gobierno español salió a proclamar por boca de su portavoz, Isabel
Celáa, que no acepta ultimatums. La carcunda española, esto es, la banda
de ladrones del PP y los neofalangistas de C's, saltaron como movidos
por un resorte a pedir un 155 perpetuo, o sea un "perpetuum immobile".
Las buenas conciencias del PSOE y sus aliados se pusieron muy nerviosas,
pero, cuando Torra envió una carta a Sánchez pidiéndole diálogo sin
especificar fechas, respiraron aliviadas y se lanzaron a tañer las redes
con la buena nueva de que el presidente retrocedía, preocupado por las
mala reacción que su ultimatum había tenido entre los suyos en Madrid,
los diputados independentistas in partibus infidelium
¡Qué
valiente había sido Sánchez rechazando la inverecundia del catalán! ¡Con
qué decisión -y una sarta de mentiras- había humillado Celáa la
insolencia de Torra! Una lección a la desmesura catalana. España
resiste. Abandonad toda esperanza.
Dos
o tres horas duró la alegría de la tropa legionaria hispana. Un tuit
del MHP ponía de nuevo las cosas en su sitio: un mes para convocar un
referéndum o en noviembre nos vemos las caras.
El
ultimátum seguía en pie. ¿Y qué decían ahora los diputados? La portavoz
de JxC ya había adelantado que respaldarían al gobierno y el resto de
los indepes, supuestamente díscolos y molestos, reiteraron asimismo su
apoyo a la iniciativa. Una vez más, los unionistas quedaban en ridículo
porque la unidad indepe no se rompe. Aunque no se notó mucho,
afortunadamente para ellos porque el ridículo del día corrió a cargo de
la cotorra catalanófoba esgrimiendo su bandera desde la tribuna de
oradores del Parlament.
Cualquiera
que no tenga el seso comido por el Espíritu Santo, ese cuya ocupación
es forjar la unidad de España, puede ver el drama que viven los últimos
jirones del caduco imperio. Administrado por un personal de tan enteco
entendimiento y flojo espíritu que no los contratarían ni para picar
piedra, produce verdadera hilaridad en el resto del mundo.
Aquí, la versión castellana del artículo:
De lo imposible a lo posible y viceversa
Uno de los libros de Quim Torra, un ensayo literario y antológico por el que recibió el premio Carles Rahola de 2009, es Viaje involuntario a la Catalunya imposible. Con
ese título era inevitable que sirviera de base para numerosos juegos de
palabras y metáforas. Esta es una de ellas. Por una serie de
circunstancias de todos conocidas, la Catalunya imposible, de pronto era
posible. Y, apenas sucedía tal cosa, corría el peligro de hacerse
imposible de nuevo.
Por
su condición de intelectual, el presidente Torra tiene el dominio de la
palabra, sabe definir lo real, ponerle nombre, justificarlo, darle
perspetiva teórica. Pero cuando la palabra es verbo y se convierte en
acción, el intelectual se desconcierta, da un paso atrás. Sin duda, la
acción por la acción, los hechos desnudos, sin
argumentación, son violencia inútil. Pero la sola teoría, la mera
especulación sin aplicación práctica es una ilusión, un espejismo o un
engaño.
Por
supuesto, los últimos tiempos han acumulado razones más que suficientes
para plantear una ruptura entre Catalunya y el Estado y la construcción
de la República Catalana. La barbarie de la represión del 1-O justifica
la separación entre dos colectividades, una de las cuales se cree con
derecho a apalear salvajamente a la otra. Añádase que el 1-O de 2017 es
únicamente la manifestación más evidente. Catalunya vive un perpetuo 1-O
desde hace años; siglos.
A
consecuencia del 1-O de 2017, Puigdemont sostuvo que Catalunya se había
ganado el derecho a un Estado propio. Y Quim Torra señala que a él se
llegará desobedeciendo a cualquier otro Estado que no sea el catalán. Al
Estado español, obviamente. Pero él mismo no puede olvidar que, al ser
el presidente de la Generalitat es el representante del Estado español
en Catalunya, según la Constitución vigente. Si no quiere serlo, tendrá
que ir contra la Constitución. O sea, tendrá que desobedecer.
Carece
de sentido que el máximo representante del Estado en Catalunya anime a
la ciudadanía a desobedecer a ese Estado si no empieza por hacerlo él
mismo. Y conste que para ello no es precisa violencia alguna. Basta con
una declaración de parte (govern, parlament, gente) rechazando el
derecho y la jurisdicción españolas en Catalunya.
Porque
tiene mucha razón el presidente Sánchez cuando dice, refiriéndose a los
hechos del lunes, que con la violencia no se consigue nada. Sánchez es
un verdadero crack. A lo mejor se ha dado cuenta de que la violencia
bestial aplicada por los franquistas españoles ha sido tan
contraproducente para ellos que ha puesto en marcha, por fin, el proceso
de su propia aniquilación. Pero que se dé cuenta no quiere decir que
haya de actuar en consecuencia con racionalidad y sentido común ni a
reconocer el salvajismo del 1-O o a pedir perdón por él. El Estado
español siempre acaba devorado por su propia soberbia y fanatismo.
No
puede olvidarse que la violencia toma muchas formas. No se reduce
solamente a los actos de fuerza, cruentos, de turbulencias callejeras.
También es violencia -y peor- una organización estructural de la
sociedad que trata de aniquilar a una parte de ella a base de negarle el
ejercicio de su derecho más importante: el derecho a ser. Y cuando está
en juego la supervivencia de un pueblo a manos de un
poder tiránico, deben emplearse todos los medios de defensa posibles,
por cargados de consecuencas que estén.
En
otros términos, está muy bien y es de aplaudir que el presidente Torra
exija hechos al presidente Sánchez y no meras palabras, pero no debe
olvidarse que lo mismo debemos exigirnos a nosotros: hechos y no (más)
palabras. No basta con decir que la iniquidad debe ser respondida con la
desobediencia. Hay que desobedecer. Cada cual en su sitio.
Tampoco
basta con afirmar que, si las sentencias en la farsa judicial montada
por los neofranquistas españoles son condenatorias, no se aceptarán. Hay
que rechazar la farsa en sí misma, negar a los farsantes el derecho a
actuar como justicia e impedirles que perpetren una injusticia.
Catalunya
entera, con sus mandatarios al frente, debe desobedecer. Y que las
consecuencias de la desobediencia recaigan sobre todos, incluidos
quienes firman artículos pidiendo la desobediencia.
Hay una Catalunya republicana e independiente posible e inmediata que depende de nuestros actos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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