El Partido Popular apostó por la renovación y al mismo tiempo
por la recuperación de un discurso de centroderecha sin complejos, muy
inspirado en las esencias del aznarismo, con la elección de Pablo Casado
como sucesor de Mariano Rajoy. Fue una victoria holgada sobre Soraya
Sáenz de Santamaria, quien pese a vencer en la primera vuelta con el
voto de los militantes, ayer no tuvo opciones reales en la elección de
los compromisarios. Sobre todo después de que María Dolores de Cospedal,
el resto de candidatos a las primarias y algunos presidentes
autonómicos, como el murciano Fernando López Miras, se decantaran por
este joven diputado para la presidencia del PP.
Como hace el PSOE desde
la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, los cuadros populares optaron
por el rearme ideológico, depositando su confianza en quien hizo bandera
de los principios y el discurso liberal-conservador más característico
del PP 'de siempre'. Frente a la experiencia de gestión, la tecnocracia
administrativa y la laxitud ideológica del sorayismo, que seduce a los
votantes pero no entusiasma a los militantes del PP, se impuso la opción
más política y de más marcado corte conservador que representa este
diputado de 37 años, formado con Aznar, luego con Aguirre y finalmente
con Rajoy. En suma, un giro a la derecha como respuesta al
desdibujamiento ideológico percibido en las propias filas del
marianismo.
La victoria de Pablo Casado supone también un
triunfo para el PP murciano. En la primera vuelta le votó la militancia
regional más que a ningún otro candidato. Y esta semana fue apoyado por
Fernando López Miras, después de haberse mantenido en una posición de
neutralidad hasta que votaron los afiliados. Una vez conocido el
respaldo de Cospedal, Miras dio un paso al frente, a diferencia de otros
barones que se quedaron totalmente al margen, como Núñez Feijóo.
Esta
apuesta arriesgada de Miras, de la que se desmarcó el expresidente Ramón
Luis Valcárcel en las 48 horas previas al congreso, fue recompensada
con la inclusión de tres dirigentes murcianos en el comité ejecutivo
nacional, entre ellos el diputado nacional Teodoro García, jefe de
campaña de Casado y uno de los grandes triunfadores de este proceso de
renovación. Parece que esta vez los más jóvenes, como Miras y García,
ganaron en olfato político a los más experimentados veteranos, como
Valcárcel, quien lo va a tener mucho más complicado ahora para aspirar
de nuevo al Parlamento Europeo. Ya no tanto por su apuesta por Soraya
como por el tren de exministros y exaltos cargos que andan ya pidiendo
un hueco en alguna lista.
Cerradas las primarias con no pocas
heridas y desconfianzas personales, el PP se enfrenta ahora a una
ineludible tarea de integración y unidad. La campaña de las primarias,
no exenta de juego sucio y un acerado cruce de críticas a cuenta de la
gestión política de estos últimos años, demostró que entre el
continuismo pragmático de Santamaría y la renovación ideológica de
Casado hay profundas discrepancias de estrategia y de modelo.
Es
evidente que existe riesgo de fractura, o al menos de debilitamiento
interno, si no se refuerzan las costuras abiertas en este inédito
proceso electoral. Tanto en el PP de Rajoy, como en el PSOE de Pedro
Sánchez, saben que no hay mejor pegamento que la ocupación del poder.
¿Quién se acuerda ya de ese comité federal que dejó a los socialistas
partidos por la mitad hace año y medio? Pero tan cierto como lo anterior
es que para ocupar el poder es necesario que los partidos se presenten
unidos a los procesos electorales, no desangrándose en luchas
intestinas.
Ya durante la etapa de Rajoy, los populares vivieron
bajo una aparente cohesión que nunca fue del todo real y completa. La
brecha entre Aznar y Rajoy, evidenciada de forma clara en estas
primarias (Casado es a Aznar lo que Soraya es a Rajoy), ha estado
latente desde la pérdida de las elecciones de 2004. La cruda batalla en
la legislatura siguiente entre Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón no fue
muy diferente, en lo conceptual e ideológico, a la entablada por Casado
y Santamaría, quien ya vivió su particular guerra contra los aznaristas
cuando en 2008 fue nombrada jefa del grupo parlamentario en el
Congreso.
En su despedida, Rajoy dijo que se aparta, pero que no se va y
será leal. Lo que prometió, en definitiva, fue que no hará lo que Aznar
hizo con él y con el partido, un ejercicio de permanente deslealtad.
Con esta vuelta a los orígenes, sin ni siquiera estar presente allí,
Aznar le ha ganado a Rajoy el congreso.
Si ahora hubieran quedado
resentimientos entre Casado y Santamaría, el PP tendría que darse prisa
en cerrar heridas porque aunque Sánchez quiere agotar la legislatura
hasta 2020, su precariedad parlamentaria no augura largos plazos de
estabilidad. Lo que hoy parece una gobernanza sin tempestades puede
cambiar en meses si los socios nacionalistas del PSOE exigen
contrapartidas inasumibles para aprobar los Presupuestos de 2019.
Con
elecciones a la vista, el nuevo PP va a tener que correr mucho para
recomponerse. Sobre todo ahora que los votantes tienen otra opción como
Ciudadanos a la derecha del PSOE. O yo o el caos, la falacia del falso
dilema tantas veces utilizada por Mariano Rajoy, ha perdido ya todo
efecto en el electorado, según muestran las encuestas. En próximos
sondeos veremos cuál son las primeras reacciones de la opinión pública
al nuevo liderazgo popular.
(*) Periodista y director de La Verdad
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