Se cumplen este domingo seis meses del referéndum del 1 de octubre,
una fecha clave en la historia de la Catalunya reciente y la mayor
derrota del Estado en la España moderna. Un fracaso que desconcertó al
Estado y a sus funcionarios y que, lejos de haber intentado una solución
en una mesa de negociación, nos ha devuelto a la España más negra de la
que creíamos, sinceramente, haber salido con la transición. No era
verdad.
La respuesta del Estado ha sido la represión, el exilio o la
prisión de los gobernantes catalanes y la supresión de derechos
fundamentales de los ciudadanos. Siempre la persecución o el
miedo; nunca la negociación y el pacto.
Seis meses de aquellas imágenes que asustaron al mundo y nos alejaron
de Europa. Nunca antes se había visto una policía europea actuando con
tal violencia contra unos ciudadanos que lo que querían era depositar el
voto en una urna. Solamente eso. El Estado ha sido implacable con los
catalanes, pero el problema no se le ha hecho más pequeño.
Al revés, en
muchos aspectos es hoy más grande que hace seis meses. La
internacionalización es una clara muestra. El trabajo del ministro
Margallo por las cancillerías repartiendo prebendas y comprando apoyos,
como él mismo ha reconocido, no ha sido suficiente para tapar el dislate
que ha supuesto la represión y la judicialización.
La gran paradoja es que tantos esfuerzos para que el conflicto no
saliera de las fronteras españolas han servido de poco y el pulso
catalán se ha encaramado a la agenda política y mediática europea.
Bruselas y Berlín han de hablar a diario y su opinión pública se aleja
cada vez más de la represión española, bien sea a través de la policía o
de sus autos judiciales.
Si el perfil del conflicto es bastante claro cuando se habla de la
repercusión internacional, no lo es tanto cuando se analizan los daños
que se han producido en Catalunya. Supresión de la autonomía, cese del
Govern, aplicación del artículo 155, además de prisión, exilio y
reducción de derechos fundamentales.
Pero no es eso todo. La discusión
en el independentismo sigue siendo cómo se debe hacer frente al envite
del Estado, el papel del president legítimo de Catalunya y si la
confección de un Govern necesariamente autonómico es un avance o no en
la encrucijada actual.
Aunque el resultado final esté aún lejos de escribirse, la
persistencia y la no violencia, valores identificativos del
independentismo durante todos estos años, han de acompañar siempre todos
los pasos que se den. Solo así Catalunya seguirá teniendo opciones
ganadoras en una Europa que ha demostrado demasiadas veces que los
primeros son los Estados y los últimos, los ciudadanos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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