¿Alguien pensaba que encontraría eco la recomendación del
Ayuntamiento de Murcia para dejar el coche en casa y rebajar así la
contaminación atmosférica procedente de los atascos de tráfico? El
llamamiento, hace dos semanas, del concejal Antonio Navarro llevaba
aparejada la orden de que la Policía Local se volcara en prevenir los
embotellamientos, y fue publicado al constatarse que la estación de San
Basilio que mide la calidad del aire en Murcia había rebasado durante
seis días consecutivos los niveles legalmente admisibles de PM10,
partículas contaminantes liberadas por las emisiones del tráfico rodado
y, en menor medida, por las quemas agrícolas.
Aunque no hace al caso
hurgar aquí en la polémica, sí conviene recordar que aquello fue «un
grave episodio de contaminación, de consecuencias para la salud
pública», según el experto de Ecologistas en Acción Pedro Belmonte,
mientras que para Juan Madrigal, el director general de Medio Ambiente
de la Comunidad Autónoma, «los ciudadanos podemos estar tranquilos
porque los parámetros del aire que respiramos están controlados». Queda a
juicio del lector discernir cuál de estos dos diagnósticos, tan
dispares, merece su confianza.
Sea como fuere, el tráfico no se ha
reducido en Murcia, salvo durante el macropuente, que lógicamente no
cuenta porque casi todos nos fuimos (con el coche) a contaminar a otros
lugares.
El Ayuntamiento se muestra optimista acerca de la evolución del
tráfico y la contaminación en los quince días transcurridos desde su
petición a los ciudadanos, pero mi observación personal es que no he
visto, en mis cuatro trayectos cotidianos de ida y vuelta al trabajo,
más policías locales regulando la circulación para aliviar la congestión
de mediodía en Teniente Flomesta o evitar las retenciones en Reino de
Murcia y Miguel Indurain, incesantes desde que ambas avenidas se
estrangularon para dejar hueco a carriles bici que nadie utiliza porque a
ningún sitio conducen.
Tampoco me ha parecido apreciar en los días
posteriores a la recomendación municipal una mayor ocupación del tranvía
y de los autobuses, hechos incontestables de los que no puedo sino
colegir que, una vez más, los políticos van por un lado y el personal,
por otro.
Me he registrado -para que no se diga- en la web municipal que
fomenta el uso compartido del coche, pero aún espero -cuatro días
después- una respuesta a mi intento de contribuir modestamente a una
ciudad más limpia y menos ruidosa. Respecto a los índices de
contaminación, mi ceguera es total, por más que he intentado suplir mi
desconocimiento de lo que se esconde tras las partículas PM10 con las
preguntas pertinentes a quien sí lo sabe y tiene además la obligación
(incluso por ley) de explicarlo a la opinión pública, con el fin de que
los ciudadanos sepamos si conviene agenciarse una mascarilla o nos
enfrentamos a otra exageración de los malvados ecologistas.
La página
web de la Comunidad Autónoma que contabiliza las incidencias en la
calidad del aire (sinqlair.carm.es) no hay quien la entienda sin un
máster previo de educación medioambiental, más allá de percibirse
frecuentes concentraciones de PM10 en los medidores de San Basilio y
Alcantarilla superiores a las que la ley permite, con el añadido de un
mensaje tan poco tranquilizador como inescrutable acerca de una
'intrusión sahariana confirmada'.
Cualquiera diría que Murcia es
una ciudad tranquila, sin los inconvenientes de las grandes urbes, quizá
porque los 439.000 habitantes que la sitúan como la séptima metrópoli
más poblada de España viven dispersados en 52 pedanías que se reparten a
lo largo y ancho de 885 km2, de tal suerte que configuran una de las
capitales con menos densidad de población (500 habitantes/km2).
Esta
morfología municipal ayuda a que no suframos aquí las aglomeraciones de
las grandes ciudades, sus atascos perennes y los episodios de
contaminación que obligan a limitar ocasionalmente la velocidad de los
coches, la circulación en momentos puntuales y el estacionamiento en el
centro para los no residentes. El apiñamiento ha alcanzado en Madrid tal
magnitud que el equipo de Manuela Carmena ha ordenado a los peatones
(bajo pena de multa) que caminen en sentido único por las aceras de las
calles Carmen y Preciados, el cogollo comercial, siempre que la Policía
Local considere que la marea humana lo hace intransitable.
Pero
esta Murcia de apariencia tranquila, y en la que tanto nos gusta vivir,
empieza a reproducir las molestias de las grandes ciudades dentro de los
13 km2 de su casco urbano, ensartado de arterias estrechas y atestadas
de autobuses concurrentes, una zona de convivencia difícil con la
bicicleta (pese a la llanura y a la bondad climática), con un tranvía
que solo te lleva de compras y una estación de autobuses de imposible
peor ubicación.
Parece llegado el momento de adoptar decisiones
valientes para evitar que Murcia se transmute a medio plazo en un lugar
asfixiante, y eso al margen del riesgo que para la salud pública
pudieran deparar las dichosas partículas PM10.
No hace falta ser un
experto para percatarse de que existe mucho margen en este terreno,
desde una mejor sincronización de los semáforos hasta la implantación de
una red de carriles bici que sea útil, la devolución de su tercera vía a
las nuevas rondas de circunvalación, la prolongación del tranvía hacia
El Carmen y La Arrixaca, aparcamientos disuasorios bien cuidados a las
afueras, subterráneos más baratos para capuzar el vehículo, una conexión
más operativa de los autobuses con las pedanías... y más calles
peatonales, de las que me confieso muy fan.
Aún recuerdo la polvareda
que se levantó por la peatonalización de la avenida de la Libertad,
ahora un espacio amable y sin tubos de escape que disfrutan vecinos y
comerciantes. O la zapatiesta que se armó cuando el Ayuntamiento sacó
para siempre los coches de la plaza de Belluga y luego levantó allí el
edificio Moneo, cuya modernidad parecía chirriar con la Catedral y
desmerecer el barroquismo de la plaza, convertida hoy, sin embargo, en
uno de los iconos de Murcia, si no en su imagen más representativa.
Si
el Ayuntamiento quiere reducir el tráfico y la contaminación, mejor
será que se olvide de la colaboración vecinal, impulse por fin un
transporte público atractivo, consiga que moverse en bici deje de ser en
Murcia una actividad de riesgo y aplique medidas que resultan
inicialmente impopulares pero se consolidan después como positivas. No
será necesario poner a los peatones en fila de a uno para caminar por
Trapería y Platería, pero algo más de lo que se hace tendrá que hacerse
para acabar con los atascos y los malos humos que a ratos recuerdan en
Murcia lo peor de las grandes ciudades.
(*) Columnista
http://www.laverdad.es/murcia/viva-coche-20171210081901-nt.html
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