Ahora que se ha agotado el plazo para presentar coaliciones, un grupo
de personas han puesto en marcha la idea de formar una agrupación de
electores que sustituya a los partidos para hacer una lista unitaria del
independentismo.
La lista unitaria es una mala idea porque no todo el mundo está de
acuerdo en qué hay que hacer. Eso mismo sucedió después del 27S. Cuando
pasa que no todo el mundo está de acuerdo, siempre existe una distancia
entre lo que se dice públicamente en nombre de la coalición, y lo que se
dice privadamente de manera sincera.
Y aunque siempre existe, esta
distancia, cuando el marco político desde el que se trabaja es "la
unidad", el peligro se redobla cuando se institucionaliza y nos
encontramos, al final del camino, en la situación marciana y peligrosa
de declarar la independencia sin ni tener nada a punto, ni estar
dispuestos a hacer nada para hacerla efectiva.
Uno de los problemas que nos han llevado donde estamos tiene que ver
directamente con ello. Intento explicarlo: durante toda la primavera
de 2017, los miembros del Govern de los dos partidos estaban seguros de
que el Gobierno español no permitiría la celebración de un referéndum,
ni siquiera como 9N-bis. Por lo tanto, la clave era que ni ERC ni el
PDCat tenían que manifestar sus opiniones sobre qué había que hacer en
caso de que se celebrara el referéndum y se ganara.
Lo único que tenían
que hacer era dejar claro al electorado que ellos a) estaban organizando
un referéndum y b) que ellos estaban a favor de la unidad del
soberanismo. Así, cuando el referéndum no se pudiera celebrar, la culpa
sería del Estado, y PDCat y ERC se podrían presentar a las elecciones
afirmando que habían hecho todo lo posible por hacerlo, y tendríamos
segundas plebiscitarias, con lista unitaria o sin, pero quizás con las
piezas cambiadas: ERC delante, y PDCat maquillando su bajada, o
corrigiéndola con Puigdemont de candidato.
A partir del verano, sin embargo, algunos departamentos del Govern y
de los partidos, se pusieron a trabajar seriamente en la organización
del referéndum. La tesis de fondo todavía era que no se permitiría
celebrar un referéndum, pero quizás alguna cosa sí se permitiría, y por
lo tanto, había que tener alguna cosa a punto, aunque fuera para hacer
un referéndum emmental (con agujeros). Lo importante era que el otro
partido de la coalición no pudiera culparte de no haber hecho nada.
Y,
en todo caso, si alguien tenía que ser acusado de incompetencia, se
hiciera de manera natural, y no hubiera que señalarlo: que lo viera todo
el mundo. En las previsiones más optimistas, el referéndum se podría
celebrar en formato 9N-Bis, pero la consecuencia inmediata de ello
serían elecciones y no ninguna declaración de independencia. Eso explica
que algunas conselleries no hicieran nada, "porque no veían la jugada",
o que en las conselleries que sí que hacían cosas, como la de Economia,
sus responsables admitieran en llamadas privadas ahora hechas públicas
que no estaban a punto para declarar la independencia.
De nuevo, se trataba de un juego de la gallina, como aquellas escenas
de películas yanquis, donde dos coches aceleran hacia un abismo y
pierde el primer conductor que salta de su asiento y rueda por el suelo.
Los departamentos controlados por Junqueras, quizás los más activos al
organizar el referéndum, estaban seguros de que el conductor del PDCat
saltaría del coche antes de llegar al abismo, y el conductor del PDCat
estaba convencido de que la incompetencia de ERC haría que el coche
republicano se estropeara ante todo el mundo antes de llegar al abismo,
porque el Estado pondría bastantes callejones sin salida para demostrar a
todo el mundo que un referéndum era imposible con el Estado en contra.
Estos males provienen de la lista unitaria porque resultaba imposible
plantear discrepancias o divergencias en público. El marco político y
psicológico del soberanismo estos años ha sido que había que ir todos a
una sin fisuras, y por lo tanto, quien públicamente señalara que la
estrategia era incorrecta, las intenciones últimas poco claras, o la
táctica concreta equivocada, como hería esta unidad, inmediatamente
creaba un problema y había que corregirlo.
El incentivo para todo el
mundo era decir que todo estaba planeado, lo supiera o no, que todo iba
bien, aunque no se hablara de lo que había que hablar, y que todo el
mundo confiara en que iríamos juntos, aunque íntimamente lo dudara. Se
presuponía que lo arreglaría la oposición del Estado, o ya se hablaría
en privado, o quedaría claro a ojos de todo el mundo que era lo que
tenía mayor compromiso con la unidad y quien iba por libre con
mentalidad electoralista.
Es cierto que algunos de estos problemas no se solucionan con listas
separadas, pero con una lista unitaria se agravan porque no es cierto
que todo el soberanismo esté de acuerdo con lo que hay que hacer. Con
una lista unitaria de nuevo ofreceríamos una apariencia de unidad en
torno a unas ideas que no generan consenso con la esperanza de que los
hechos ya las corregirán, y volvemos a empezar.
Que no haya consenso es bueno. Es muy bueno. Nadie puede ver todo el
campo de juego al mismo tiempo, y nadie puede considerar todas las
opciones, porque cada uno de nosotros sabe más de una cosa que de otra, y
tenemos sesgos ideológicos y fruto de la experiencia personal. Es
importante que haya alguien que tenga la fuerza, electoral y
parlamentaria, para poder decir: no estoy de acuerdo con esta vía y
tenemos que probar otra por tal y tal razón. Y que ello se haga
públicamente y tenga consecuencias electorales. La democracia es eso: no
tener razón, sino corregirse las insuficiencias los unos a los otros, y
entonces sí, llegar a acuerdos a partir de renuncias.
Ya sé que hay cosas que intentando independizarte de un Estado hostil
no puedes decir públicamente, pero hay muchísimas que sí, y que no las
estamos diciendo porque tenemos miedo de romper la unidad, en lugar de
preocuparnos de saber si esta unidad lleva a buen puerto o estamos yendo
todos juntos hacia la inanición o el abismo.
Por muy bienintencionadas que sean las agrupaciones de electores y
los llamamientos a superar los partidos a partir de la unidad, es un
error y hay que decirlo. Los partidos, con todos sus defectos, tienen
muchas virtudes: entre otros, que tienen gente que conoce la
administración y saben calcular qué riesgos quieren correr para
conseguir lo que sueñan. Les tenemos que exigir que lo hagan explícito
en un contexto plural justamente porque estamos en un momento
excepcional y no podemos descartar ninguna idea en nombre de la unidad.
Y
eso lo digo en defensa tanto de quien querría hacer un camino más largo
y lento como de quien lo quiere más rápido y expeditivo. Necesitamos
toda la inteligencia que tenemos al alcance, y ello implica confrontar
las ideas en público y de forma arreglada. La suerte es que tenemos un
mecanismo perfecto para hacer eso: el Parlament. Pero hacen falta voces
diversas con turnos de palabra propios y con necesidad de hacer valer
los propios argumentos y fuerzas. Es urgente hacer explícita la relación
de fuerzas.
Es la presión para hacer ver que estamos todos de acuerdo cuando no
lo estamos lo que nos ha llevado a un escenario en que se ha declarado
la independencia sin tener nada a punto ni haber pensado qué implicaba
quererla hacer efectiva. Todo el mundo pensó que el otro saltaría del
coche antes, o que el Estado le estropearía el invento. Y al final,
condenados a la ignorancia de las razones del otro, fue Thelma y Louise,
el coche volando sobre el abismo.
(*) Periodista, doctor en filosofia y profesor universitario catalán
establecido en Estados Unidos.
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