La vida de Rajoy gira en torno a la
mentira. Todo cuanto hace y dice es falso. Él lo sabe. Todos lo sabemos.
Él sabe que lo sabemos y nosotros, que él sabe que lo sabemos. Así,
nadie puede llamarse a engaño. Todo previsible y de sentido común. Los
estallidos de ira generalizados al comentar la comparecencia (excepto en
el PP, en donde los estallidos han sido de júbilo) son muestra de
impotencia ante el peso inmutable de la mentira institucionalizada, de
la postverdad. La comparecencia del hombre de los sobresueldos ha sido
la apoteosis de la postverdad.
Estoy contento de haber colaborado con la justicia,
dice, muy ufano. Todo falso. No está contento sino irritado, altanero y
con su punto de chulería. No ha colaborado sino todo lo contrario: ha
entorpecido cuanto ha podido y no ha aportado nada al proceso. Y, por la
vergonzosa sesión que se vivió ayer en la sala, con los privilegios del
testigo y la complicidad del presidente, esto tampoco es justicia. Por
no ser verdad quizá ni lo sea que esté. Esté, del verbo estar. Vivir en
la nube de la más hilarante patraña no es propiamente "estar".
Que
la declaración iba a ser procesalmente inútil era evidente desde la
citación. Pero había que hacerla y el declarante la escenificó a entera
satisfacción del nutrido equipo que se la había preparado y con la
oportuna y obvia ayuda del presidente del tribunal cada vez que el
interrogatorio apuntaba a asuntos de enjundia. En realidad, el hombre
solo ha conseguido aplazar su confesión inculpatoria a la vista de la
siguiente pieza de la Gürtel, la de Bárcenas, con quien parece haberse
pactado una especie de omertá. En el ínterin, a seguir mintiendo.
La
televisión pública, TV1, no dio la comparecencia. En el reino de la
postverdad o la más descarada mentira, la declaración del presidente del
gobierno no es noticiable. En su lugar, los contribuyentes financiamos
la emisión de un documental sobre el cultivo de las setas o algo así.
Todas las demás teles la dieron y los digitales y todos los medios
extranjeros. ¿Qué decir de este escamoteo de TVE? Pues lo que se decía
en España durante la Segunda Guerra Mundial: "menos viajar y más leer el
'Informaciones'". Aquí, lo mismo: menos preguntar y más hacerse un
curso de micología en la tele.
Las repercusiones políticas internas y exteriores de la farsa de ayer tendrán largo recorrido. Un recorrido de walking dead.
Porque, en realidad, de acuerdo con todos los cánones escritos y no
escritos de la cultura democrática, este presidente debió dimitir en
aquel ya lejano momento en que se descubrió que habían estado (él y sus
amigos) cobrando sobresueldos de una caja B.
Son los walking dead de
la mentira y la postverdad que, al principio, pretendieron defender la
legalidad de esos sobresueldos siempre que se declarasen a Hacienda. Es
decir, tratando de convertir un asunto político en uno de legalidad. El
problema no radica en la legalidad del cobro, sino en su moralidad, si
es admisible que unas personas perciban una gratificación por dedicarse a
la política por encima de lo estipulado en la ley.
Cuando
empezó a entender que el asunto era de responsabilidad política, el
presidente de los sobresueldos reconoció en sede parlamentaria haberlos
cobrado, pero los llamó "pluses de productividad", como sucede, decía,
en todas las empresas. Porque, en efecto, el PP es para estos corruptos
una especie de empresa a la que se va a hacerse con un capitalito.
Ayer
volvió a quedar claro que Rajoy y los suyos habían cobrado los famosos
sobresueldos, aunque se los volvió a bautizar con otro embuste, como
"complementos" o algo así. Y todos procedentes de la caja B, símbolo y
santo grial de la corrupción del PP. No hace falta seguir el desarrollo
de los procesos penales. El mero hecho de haber cobrado sobresueldos
deslegitima al presidente y resto de gobernantes y debiera suponer su
dimisión inmediata por puro sentido de la decencia.
Al
no haberse producido en todo este tiempo, es poco probable que vaya a
producirse ahora por una mentira más en esta situación en que el debate
público es tóxico. Sánchez puede desgañitarse pidiendo la dimisión del
de los sobresueldos armado con un decálogo de exigencias, como un nuevo
Moisés. No va a conseguirla. Iglesias apremia con la moción de censura.
Pero, para que esta triunfe, se precisan los votos de los indepes
catalanes, condicionados a un referéndum del que el PSOE no quiere oír
hablar.
Es
decir, seguirá el alegre festival de la corrupción a cargo de los
políticos de los sobresueldos que continuarán haciendo sus fechorías de
privatizar, renacionalizar, volver a privatizar, especular, recalificar
y, en general, esquilmar el país por todos sus poros.
La
derecha gobierna por inhibición de la izquierda; de toda la izquierda,
el PSOE, Podemos, los republicanos catalanes. Es un caso patético en el
que la mentira se mantiene por deserción de las verdades alternativas,
que se refugian en nichos de conveniencia: al PSOE le interesa que sea
el PP el que blanda la porra en Cataluña; Podemos necesita tiempo muerto
para recomponerse ante unas elecciones.
Los Republicanos catalanes
quizá tengan más opciones. En principio, prefieren un gobierno del PP
porque simplifica los trámites y permite movilizar más apoyos. Pero
también podría argumentarse -y siempre con criterio pragmático- que le
interesa más un gobierno de izquierda que, si no admite pactar un
referéndum se comprometa a convocar elecciones anticipadas. Quizá eso
dejaría expedita la hoja de ruta.
Rajoy
no dimitirá. Lo único que quizá lo moviera a disolver las cámaras y
convocar elecciones anticipadas sería el anuncio de una moción de
censura con los votos de los indepes. En cualquiera de los dos casos,
las elecciones anticipadas -esas que querían evitarse incluso a costa de
dar el gobierno al PP- parecen inevitables porque la alternativa son
dos años más de gobierno de mentiras y corrupción institucionalizadas.
Dos años más de cercenar el futuro de unas generaciones que esperan
tener alguna oportunidad.
Por
supuesto, las elecciones anticipadas abrirán un periodo de
incertidumbre en el que nadie sabe cómo se desarrollará la hoja de ruta
catalana desde el punto de vista de la parte española. Justo en el
momento de mayor confusión, los únicos que tienen un blueprint son
los indepes catalanes. Los nacionalistas españoles no tienen nada que
no sea defender el statu quo y, aun en esto, con diferencias profundas.
(*) Catedrático emerito de Ciencia Política en la UNED
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