Durante varias legislaturas fuimos
sometidos a un extraño juego con el paracaidismo parlamentario de fondo.
Parecía raro que Federico Trillo, cartagenero, se presentara a las
elecciones encabezando la lista del PP por Alicante mientras el
alicantino Luis Gámir lo hiciera por el PP de Murcia. Parecían ganas de
rizar el rizo. Habría sido más fácil poner a cada uno en su sitio, más
que nada para disimular que las circunscripciones electorales tenían
algún sentido y no eran un saco de fondo para colocar a discreción a los
sobrantes de los partidos.
Todavía hoy, en provincias como Murcia, se
practica esa humillación a los electores, pues hace poco elegimos
diputada a la mujer de Vicente Martínez Pujalte, mallorquina, en lugar
de a su marido, una vez que éste quedó desactivado por su predisposición
a cobrar el consumo de cafelitos con empresarios contratistas de la
Administración a 5.000 euros la sentada.
En realidad, en la
etapa en que el cartagenero iba por Alicante y el alicantino venía por
Murcia lo que más nos irritaba, sobre todo a los periodistas, era que
Trillo resultaba un cachondo y Gámir un paliza. El mundo estaba mal
repartido. A ninguno de mis colegas jóvenes de hoy le desearía que
tuviera que entrevistar a Gámir, penitencia que sufrí durante años. En
el PP tuvieron incluso que sacarlo casi a gorrazos mediante insistentes
señas, reiteradamente ignoradas por él, de algún mitin electoral en la
plaza de toros cuando se torraba con discursos incomprensibles y
peñazos.
Gámir era un coñazo, pero hasta lo que sabemos era
también una persona decente. Vaya lo uno por lo otro. Y Trillo era, en
verano, el señor de los michirones, y en Semana Santa, devoto de sí
mismo, el penitente que ponía cara de contricción y sacrificio mientras
se echaba al hombro su predilecta imagen religiosa, muy diferente esa
expresión a los gestos de fastidio que no puede evitar ahora cuando los
periodistas le preguntan por los muertos del Yack42, como si éstos no
estuvieran en el cielo.
En
los orígenes del PP murciano, AP y todo aquello, Trillo tuvo la
tentación de apropiarse políticamente de este territorio, pues ya se
sabe que para promocionarse en Madrid es preciso disponer de rodalito,
pero no tuvo paciencia ni humildad para labrarse el liderazgo, pues ya
por entonces exhibía esa actitud altanera, la nuez levantada y el ademán
de la prisa, como si fuera por nacencia merecedor de la alfombra sin
tener que hacer la mili comiendo migas y paellas por las pedanías y
aguantando historias de abuelas.
En esto le comió por la mano algún
licenciado menos pretencioso de entrada, pero más hambriento y más
listo, de modo que Trillo tuvo que retirarse al límite de la frontera y
venir sólo de vez en cuando, ya ministro, para intentar joder la
política del Gobierno regional metiendo baza en el aeropuerto de San
Javier. Más de una vez, Valcárcel me dictó, off the record, las tres
palabras que, según él, lo definían. Vayan suponiendo las que son.
Trillo sustituyó la falta de territorio por la intriga y el buceo en las alcantarillas al servicio del amo, ahora preso de sus servicios, y así ha hecho una carrera. Pues bien, que lo disfrute, pero ya que no arraigó aquí, por favor, no digan que es murciano.
(*) Columnista
http://www.laopiniondemurcia.es/comunidad/2017/01/11/favor-digan-murciano/796855.html
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