Para los tiempos que marca La Moncloa,
la destitución de Trillo ha sido fulminante. Y eso que el Consejo se
demoró unos diez años en llegar a su conclusión. La lentitud de antaño
es la celeridad de hogaño. Dictaminar el Consejo de Estado su
responsabilidad en la tragedia del Yak 42 y declarar el gobierno
zafarrancho de limpieza en 72 embajadas (entre ellas, claro, Londres)
fue todo uno. Es estilo de la casa: disfrazan una destitución
multiplicándola por 72. Trillo debe de sentirse como Sansón en Gaza: le
han sacado los ojos, pero él muere derribando el templo sobre los
filisteos o el conjunto del servicio exterior sobre el gobierno.
La
exigencia de responsabilidad política ya la había excluido Rajoy, al
decir que se trataba de un asunto sustanciado en sede judicial y que,
además, había sucedido hacía muchísimo tiempo. Exonerado judicialmente
en su día por los tribunales y ahora políticamente por quien podía
exigirle la responsabilidad aparte de su conciencia, de la que parece
andar escaso, Trillo se suma a una operación burocrática general sin
aceptar ningún tipo de responsabilidad y en la esperanza de incorporarse
a otro puesto público de relumbrón.
La asociación de víctimas del Yak 42 reclaman el ostracismo para el exministro, su indignidad para ningún puesto representativo.
Pero está por ver que el gobierno no lo nombre en algún destino que el
interesado quizá ambicione. Con Rajoy llegó a La Moncloa un espíritu
político caciquil, clientelar, corrupto, impuesto a caballo de una
mayoría absoluta que lo libraba del control parlamentario. En esa
especie de asociación con ánimo de delinquir (según algunos jueces)
nadie dimitía, hiciera lo que hiciera. No había dimitido su jefe cuando
se descubrió la Gürtel y se supo de los sobresueldos en B, ¿por qué
habrían de dimitir sus subordinados? La dimisión estaba excluida por
definición y, si no quedaba más remedio que aceptarla, se compensaba de
inmediato a la "víctima" con un cargo en Bruselas (Mato), París (Wert),
Londres (Trillo), el partido (Sepúlveda). Nadie quedará desamparado si
mantiene silencio. Esa es la clave de las ambiguas relaciones entre el
PP y Bárcenas al albur de algún tipo de negociación.
Está
claro que a Trillo lo ha echado una opinión pública realmente harta de
la arbitrariedad y la connivencia del gobierno con la corrupción. Buscar
el pretexto del relevo planificado y en diferido no excusa el hecho de
que el gobierno ha cedido a las reclamaciones de la opinión. La posición
de Trillo era insostenible incluso para alguien tan coriáceo como él.
Por cierto, es de averiguar si en el relevo general está también
comprendido el embajador en la OCDE, el señor Wert, quien vive a todo
lujo con cargo al contribuyente en Paris, nombrado para un puesto para
el que está tan capacitado como lo estaba para el de ministro de
Educación.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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