En el PSOE andan a falta de líder. En el
desconcierto actual parecen perfilarse dos candidaturas, Díaz y
Sánchez, sin que ninguna se haya postulado expresamente. La presidenta
andaluza y el ex-secretario general parecen mirarse de refilón, a ver
qué hace la otra o el otro, recabando apoyos, contando los que tiene.
Pero ninguno de ellos ha presentado oficialmente su candidatura.
Claro
que tampoco se puede pues las primarias aún no se han convocado. Ese manifiesto en favor de la presentación de Pedro Sánchez que ayer se aprobó en una reunión informal de militantes en Madrid a la que faltaron los más significados críticos con la gestora tiene
un valor simbólico. La militancia o una parte de la militancia quiere
un líder. Otra parte quizá quiera otro, pero todavía no lo ha
manifestado. El PSOE busca un líder, porque sin esta figura, sin una
personificación, la actividad del partido será cada vez más errática e
incomprensible.
Un
líder. Siempre hace falta un líder. En otras circunstancias se ha
llamado caudillo, duce, Führer, jefe, conducator, timonel, todas y más
denominaciones con malos recuerdos. De ahí la aceptación de la actual
"líder". Se habla de liderazgo democrático algo que incluso se enseña en
escuelas y másteres y se estudia con detalle, viendo los estilos de
liderazgo, los recursos, los tipos de líderes, sus relatos, sus tácticas
y estrategias. Del liderazgo podemos llegar a saberlo todo excepto cómo
surge, cómo se produce.
Porque
el liderazgo tiene una base absolutamente personal en una situación
que, por definición, siempre será contingente. Probablemente no haya
manera de convertir en líder a quien no tenga madera de tal. Lo contrario, impedir que alguien con madera de
líder llegue a serlo también es difícil, aunque no imposible. Basta con
matarlo. Asi fue en el caso de Lumumba, por ejemplo. No es raro que el
liderazgo sea cosa de vida o muerte. De ahí la importancia que se le
da.
Por
mucho que la izquierda subraye su idea de que la historia la mueven
fuerzas objetivas, acciones colectivas, tendencias y que la función del
individuo es secundaria, la realidad es que esta se impone y la
izquierda necesita liderazgo, igual que la derecha. Es decir, necesita
alguien que interprete la contingencia, el caos del presente, le dé
sentido, señale el camino para hacer lo que corresponda (superarlo o
perpetuarlo) y cuente por ello con abundantes seguidores.
En el caso de Sánchez, el procedimiento parece invertirse, como si se tratara de los Seis personajes en busca de un autor,
de Pirandello. Aquí no son personajes, sino la militancia y no es un
autor lo que buscan sino un líder. Pero de buscarlo se trata.
Ahora,
la pelota está en el tejado de Sánchez quien no puede hacerse de nuevas
porque aquella su primera metáfora apenas defenestrado de coger el
coche y hacerse las agrupaciones, pretendía conseguir justamente esta
reacción. Quería ser candidato por aclamación, hacer como unas primarias
de las primarias. Ya ve el resultado. No es exuberante, pero tiene
consistencia. La suficiente para postularse y hacerlo con un adelanto de
programa de lo que quiere para el PSOE. Ya le han interpretado la
realidad, ahora le corresponde a él señalar el camino que ha de seguir
su partido y con él, el país. Eso es lo que hace in líder.
A ver si mañana hablamos un poco de los otros liderazgos, sobre todo en la izquierda.
El problema lo tienen ellos
El
núcleo del discurso de Felipe VI en Nochebuena, el menos visto de la
historia de estos mensajes, fue que la democracia descansa sobre el
cumplimiento de la ley. En su cortedad mental, el monarca no alcanza a
ver que está repitiendo como un loro las palabras de Rajoy, el
representante de la derecha neofranquista más cerril. O quizá sí y le
parezca muy bien poner la corona al servicio de la perpetuación de una
teoría y una práctica autoritarias y antidemocráticas.
Porque,
como sabe todo el mundo, excepto el puñado franquistas gobernantes, la
democracia no surge de la ley sino de la voluntad del pueblo de la que, a
su vez surge la ley. Si lo contrario fuera verdad, en España seguiría
gobernando Franco, aunque fuese desde el más allá. En cierto modo, es lo
que está pasando.
El
discurso real apenas velaba su contenido amenazador para quienes no
acaten esos postulados autoritarios. Muy especialmente, los
independentistas catalanes a cuyas pretensiones contesta siempre el
nacionalismo español con la obligación de acatar la ley. Una ley inicua e
injusta en el caso de Cataluña, sometida a la tiranía de una mayoría
española fundada en una Constitución, utilizada como arma de parte y
que, en el fondo, nadie respeta.
Cuarenta
y ocho horas después de las amenazas televisadas del Borbón, comienza
la actividad represiva del Estado. La policía detiene al concejal
independentista Joan Coma y lo traslada en un furgón a la Audiencia
Nacional. Este hecho tiene un enorme valor simbólico. Cuando ETA mataba,
el Estado aseguraba que, de haber paz, podría hablarse de todo. Entre
tanto, la imagen de los telediarios era el traslado de independentistas
vascos en furgón a la Audiencia Nacional de Madrid. En Cataluña nadie ha
disparado un tiro, pero tampoco se puede hablar de nada. Ya se ha
puesto en marcha la lanzadera de furgones de independentistas camino de
la Audiencia Nacional de Madrid sin que haya habido más atisbo de
diálogo que la campaña de propaganda del gobierno de estar dispuesto a
él siempre que los demás claudiquen.
Detrás
de Joan Coma vendrán otros, a no dudarlo y, dado el arraigo del
independentismo en Cataluña los represores van a tener que sustituir los
furgones por trenes. Esperemos que no de mercancías.
Coma
afirma en un vídeo que son ellos, los represores, el Estado, el
nacionalismo español, quienes tienen un problema. Es cierto, y con el
agravante de que lo ignoran y, además, no pueden hacer nada distinto
porque por su talante franquista y su falta de legitimidad (tanto del
gobierno como de la oposición) carecen de margen de maniobra. Es verdad
que el contencioso catalán podría resolverse mediante una simple
negociación y un referéndum pactado, pero el nacionalismo español no
negocia porque no sabe, no quiere y no puede. No sabe porque no lo ha
hecho nunca; no quiere porque está movido por una catalanofobia
profunda; y no puede porque la oligarquía teme quedarse sin Estado al
que seguir expoliando.
Por
eso son ellos quienes tienen un problema ya que están condenados a
poner en marcha las medidas que acaban con la escasa autoridad de
régimen de la tercera restauración que quieren defender. La Corona –bien
claro lo ha dejado la intervención real- descansa en un bloque de poder
dinástico formado por dos partidos de turnismo, uno de derechas y otro
más de derechas, como siempre en España.
La Constitución –que nunca ha
sido un texto en vigor salvo para prohibir, reprimir y oprimir- carece
de autoridad, reducida a la función de una hoja de parra para disimular
las actividades antidemocráticas del poder central. El Tribunal
Constitucional, intérprete de aquella, no es otra cosa que la correa de
trasmisión de las arbitrariedades del gobierno a cuyo servicio se
encuentra. El Parlamento, con una abrumadora mayoría del nacionalismo
español es otro bloque al servicio de la perpetuación de la España de
Franco, cuya ley quiere el monarca que acate todo el mundo.
El problema lo tienen ellos, sin duda, por encerrarse en un círculo vicioso de acción/represión. No va a haber furgones policiales ni trenes bastantes para trasladar a miles de independentistas a la Audiencia Nacional de Madrid, remedo del Tribunal de Orden Público de Franco.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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