Según finos analistas, Rato empezó a entrar en corrupción cuando,
tras abandonar el Gobierno se dio cuenta de que había hecho ricos a sus
amigos y él era menos rico que aquellos a los que había favorecido. O
sea, que los de su cuadrilla cobraban, en la unidad de medida
espinosiana, sueldos de mil obreros mientras él sólo de cien. Y decidió
supuestamente ponerse a afanar para igualarlos.
Uno, que es analista menos fino, tiene otra teoría. Podría
sintetizarse en que una vez que Rato abandonó la erótica del poder pudo
descubrir el poder de la erótica. Cuando esto ocurre a cierta edad, los
efectos son demoledores. Lo primero que el individuo en tal situación
constata es que su atractivo ya no está en su reflejo físico, ni
siquiera en la entrepierna sino unos centímetros a la derecha de la
entrepierna, donde se portan las tarjetas black. Unas tarjetas que han
de ser recargadas constantemente, porque hay mundos inagotables, las
marcas premium son carísimas, el lujo se confunde con la necesidad y las
whiskerías están abiertas a todas horas.
Umbral solía decir que él, a las nueve de la mañana, ya estaba
duchado, masturbado y con la prensa leída. Esto parece que le
proporcionaba juicio y templanza para enfrentarse al mundo, al menos
durante las horas laborables. Pero hay que ir más allá e imponer, como
medida regeneradora de la vida política, que todos los machos que
acceden a un cargo público prometan o juren previamente que han
disfrutado alguna vez de la felación. Es una práctica que, descubierta
en la fase juvenil, atempera el espíritu de por vida, pero si se da con
ella al roce de la edad de oro acarrea graves riesgos para el individuo,
que suele incurrir en adicción y en comportamientos compulsivos.
En definitiva, a la política, para que no pase lo que está pasando, hay que ir ya mamado...
No hay comentarios:
Publicar un comentario