El ministro del Interior compareció ayer
en el Congreso a hacer lo que su admirado amigo, guía y maestro Rajoy
hace con total desparpajo: mentir. Cualquiera pensará que ese trato
frecuente con el embuste ha de ser desagradable; que estar siempre
mintiendo, faltando a la verdad cada vez que habla no será plato de
gusto. Al menos lo pensarán las personas ordinarias, las que, no
teniendo cargos públicos, pueden permitirse el lujo de mentir poco y
hasta de decir casi siempre la verdad.
Pero
eso es un error. Están acostumbrados a mentir. En la secta del Opus Dei
de la que es miembro Fernández Díaz, no se hace otra cosa. La mentira
es la forma de expresión ordinaria del sectario del Opus que, si no
tiene mentira que decir, se la inventa. Con absoluto desparpajo, con
desfachatez. Fernández Díaz deja de mentiroso a su propio ministerio, al
no reproducir el contenido de su comunicado de prensa. Además se
contradice a sí mismo. Pero le da igual. Según él y su ministerio: solo
se trataron asuntos estrictamente personales. El propio Rato desmontaba
esta patraña un par de horas después reconociendo que se habían tratado
sus temas. Nada estrictamente procesal decía Fernández Díaz, pero es
obvio que en la vida de un multi-imputado como Rato, todo es procesal.
Le
da igual que lo pillen mintiendo a mansalva, como le da igual a su
jefe, Rajoy. Si alguien cuestiona sus afirmaciones con hechos, niega los
hechos. Si el alguien insiste, Mariano el Sobresueldos, ignora la
pregunta, no la contesta y pasa turno de palabra. No hay hechos, no hay
interpretaciones solventes, ni debates, ni intervenciones públicas
orientadoras tanto en en el gobierno como fuera de él. El ambiente en el
que las mentiras del ministro dejan boquiabierto a más de uno no se
rige por un espíritu de debate, controversia y tolerancia, sino por uno
de abuso, mentira y desprecio. No les molesta tener que mentir. Si acaso
hacerlo a la chusma, cosa imprescindible para ganar elecciones. Tener
que echar mentiras a los puercos.
Con
la mayoría absoluta a su disposición Rajoy y los suyos se consideran
libres de toda sospecha de aquello que precisamente fabrican: la
arbitrariedad. Saben que pueden mentir tan desvergonzadamente como
quieran y que nadie podrá tomárselo en cuenta. Si acaso al contrario. Si
no mienten, no entretienen a los suyos. De hecho, todo el mandato de
Rajoy ha estado caracterizado por la mentira, el engaño, el embuste y el
fraude. El programa electoral era un fraude, como reconoce él mismo.
Sus seudoexplicaciones sobre Bárcenas, mentiras en sede parlamentaria.
Rajoy
es el líder peor valorado de la democracia española. Nadie confía en
él, dentro o fuera del país. Carece de todo crédito porque no ha hecho
otra cosa que engañar y falsificar. Los datos que maneja para justificar
la recuperación económica suelen estar amañados y son falsos. Ni a él
ni a su gente importa gran cosa desnaturalizar las instituciones para
hacer pasar la mentira y el engaño por verdad.
La
derecha ha destruido toda posibilidad de diálogo con otras
orientaciones, de ámbito estatal o no estatal. Solo puede gobernar si
obtiene mayoría absoluta, que interpreta como un cheque en blanco para
mentir siempre e imponer sus criterios, aunque sean rechazados a su vez
por mayorías superiores a la absoluta en los ámbitos en que hayan de
aplicarse, por ejemplo, entre las mujeres, la comunidad educativa o la
ciudadanía en uso de sus derechos.
Además
de recurrir sistemáticamente a la mentira como forma de gobierno y a
sus connotaciones de manipulación, falta de información, negativa a dar
explicaciones o rendir cuentas, el gobierno solo ha cosechado fracasos
en sus grandes proyectos legislativos: la ley de reforma del aborto ha
quedado en agua de borrajas y le ha costado el cargo a Ruiz Gallardón,
que tampoco consiguió implantar sus retrógradas medidas en punto a la
privatización de los registros. La Ley Orgánica de Mejora de la Calidad
de la Enseñanza, la famosa LOMCE del ministro más reaccionario y
agresivo de la democracia española, no se puede aplicar y la Ley de
Seguridad Ciudadana, más apropiadamente conocida como Ley Mordaza está recurrida ante el Tribunal Constitucional.
Cualquier
directivo de cualquier empresa privada (el sacrosanto referente para la
asociación de presuntos malhechores) que presentara esta hoja de
servicios, estaría en la calle, despedido. Aquí no; aquí se recurre a la
mentira sin paliativos para sostener que un gobierno que ha fracasado
en todo está sacando a España de la crisis. Todo a base de mentiras y
embustes.
¿Cómo se espera que Fernández Díaz haga algo distinto de lo que ha visto siempre hacer, esto es, mentir?
Y
si miente como hace su modelo, el presidente de los sobresueldos, ¿por
qué tiene que dimitir? Eso solo lo hacen los socialistas que son unos
pusilánimes.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Politica en la UNED
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