Los griegos
se conocen a si mismos, como sucede con otros ciudadanos nacionales,
mejor que los extranjeros. No se hacen ilusiones sobre las opiniones que
tengan de ellos, ya que "se saben tan hundidos que no pueden caer más
bajo". Los astilleros están parados y los agricultores, como los
cultivadores de tabaco, por ejemplo, han tenido que dejar sus tierras.
La competencia engendrada por la globalización no ha perdonado.
Ahora
bien, la venta de tierras para usos urbanos proporcionó unos buenos
dracmas o euros, los suficientes para rehabilitar la casa
familiar que se alquila a los alemanes y procura unos ingresos
superiores a los del tabaco. "Durante la Ocupación nuestros padres
temían que los alemanes la requisaran, ahora se la alquilamos,
pagan por adelantado y no tenemos que preocuparnos de más" (citas
de Petros Markaris "El Accionista Mayoritario").
La
convocatoria, celebración y resultados del referéndum han
reforzado la cobertura democrática de Tsipras y proporcionado
un buen quebradero de cabeza a los hombres serios de la Europa
seria. Entre tanto aquel cultivador de tabaco mantiene en la parte
trasera de su vivienda un huertecillo que le evita pelearse con la
mujer o beber más de la cuenta con los amigos, además de darle un
sentido a su existencia.
No son los griegos un pueblo
torturado, tampoco una comunidad indolente. Son conscientes de
que ha llegado mucho dinero en su país desde que el Dracma se
transformó, gracias a una varita mágica, en Euro.
La nueva
moneda era tan sólida como el Marco alemán y el dinero entró a
espuertas. Se formaron colas para comprar papelitos de deuda
pública.
Una parte de ese dinero ha contribuido a extender las nóminas del
sector público, clientelismo para conservadores y socialistas,
lo mismo que ha sucedido en España, sin ir más lejos.
Los
griegos también son conscientes que los dineros dedicados a
infraestructuras (carreteras rehechas varias veces,
instalaciones de los Juegos Olímpicos de Atenas en gran parte
abandonadas y en ruinas) han favorecido a unos compatriotas
mucho más que a otros, del mismo modo que ha aumentado las
diferencias entre pobres y ricos, no sólo con el boom sino también
con la crisis. La distribución del voto, Ne-Ohi, lo demuestra muy a
las claras. Lo mismo que ha sucedido en España en las últimas
municipales.
"España no es Grecia", afirma nuestro
presidente del gobierno. "Nosotros hemos hecho los deberes y ellos
no" ¡Ojo!. Esta España hacendosa no ha conseguido todavía alcanzar
un superavit presupuestario primario, es decir el que mide la
diferencia entre ingresos fiscales y gasto público, excluidos los
intereses por el pago de la deuda. Grecia si ha registrado
superávits primarios. Corolario: la deuda pública ha frenado su
crecimiento en Grecia y mantenido su proyección en España.
En
términos relativos la proporción de deuda griega es más elevada
en Grecia que en España, concretamente el 177% y 98% del PIB. En
Grecia la parte del total de la deuda que corresponde al sector
público es más alta que la que corresponde al sector privado, en
España es un poco al revés. Atención también porque la deuda pública
en los dos países ha permitido aliviar deuda de los privados y a la
vez hacerse cargo de los despedidos vía seguro de desempleo.
En
Japón la deuda pública con relación al PIB es más elevada que en
Grecia o España, pero esa deuda se debe a los propios japoneses que
por diversos motivos anteponen los intereses colectivos a los
suyos propios. No temen por un riesgo de impago, no exigen
condiciones más onerosas ni sacan sus ahorros del país. Estas
peculiaridad patrióticas niponas no se dan en igual proporción
en Grecia. Los poseedores de euros los han puesto a buen recaudo en
bancos o territorios extranjeros.
Tiempos recios que decía
Teresa de Ávila, para los griegos. Su situación económica, lo saben
bien los bravos Votantes del NO, empeorará mucho antes de que se
vislumbre cualquier mejora. Y sin embargo resisten a las
exigencias de los acreedores europeos empeñándose en imponer las
propias. Por ejemplo, imposición más dura con los más ricos que
con los menos ricos mientras que los pobres nada tienen que temer,
excepto un IVA más altos. También se resisten a las
privatizaciones y reclaman unos servicios mínimos
garantizados.
El conservador Samaras dimitió ante el
estrépito de su derrota. Más de 20 puntos de diferencia entre el SI
que defendía y el NO que resultó. Dimisión también del polémico e
inteligente Varoufakis que por lo menos ha saboreado el éxito
político de su irrenunciable postura. Tsipras ha ganado el
referéndum y desconcertado a tecnócratas y políticos europeos
con sus propuestas. Suspense total.
Ni siquiera la sombra de
los castaños ofrece la suficiente protección así que huída hacia el
Guadarrama y ocasional lectura de aquel constitucionalista
francés Maurice Hauriou: "La supremacía de la política sobre la
economía es el mejor modo de preservar la civilización". No quiere
esto decir que los griegos no lo vayan a pasar mal ni que los
europeos no se concentren en la construcción de Europa que es lo
que verdaderamente hace falta.
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