Alberto Garre no terminará su carrera en el Senado, como hubiera
querido, pero le seguirán viendo en la grada de la Nueva Condomina o con
su esposa por la Plaza de las Flores. Con sus aciertos y sus errores a
cuestas, pero sin temor a que nadie le silbe y pudiendo sostener la
mirada a cualquiera. La bajeza de otros engrandeció a un político de
gestión discreta que, sin embargo, deja una profunda huella porque abrió
la caja de la regeneración y jamás, ni siquiera por su partido,
traicionó a su tierra ni a los valores que se habían difuminado en la
vida pública, como la honestidad y el respeto a la ley. Es la crónica
anunciada de una venganza personal, enmascarada en la polémica de la
inutilidad del Senado, ese repositorio de excelsos cadáveres
autonómicos. Quien encumbró a este viejo ‘elefante’ le abatió
políticamente. Con el hombre no pudo. Sigue en pie. Sin tacha. Él podrá
ir donde quiera con la cabeza alta.
Director de 'La Verdad'
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