Cuando la comunidad irlandesa en Murcia levante mañana sus
pintas de cerveza para celebrar el día de San Patricio, remoto patrón de
aquella isla, también honrarán, aunque ni siquiera muchos murcianos lo
recuerden, al patrón de nuestra ciudad. Porque desde hace cinco siglos y
medio ostenta ese privilegio, según lo prueban diversos documentos
históricos. Aunque la Fuensanta lo haya arrinconado, todavía está por
descubrir quién y cuándo, sobre el papel, la nombraron a Ella patrona.
Reinando Juan II, las discordias entre los nobles que
convirtieron a Murcia en un territorio bélico fueron aprovechadas por el
caudillo granadino para fortalecer sus fronteras y realizar
incursiones. La presión de los moros ocasionó que los nobles murcianos
firmaran una tregua para aunar esfuerzos contra aquellos. Y en esas
andaban cuando el ejército granadino invadió el territorio hasta
alcanzar San Pedro del Pinatar.
Cómodos con la victoria, los moros regresaron en dirección a
Lorca. No imaginaban que, a apenas dos leguas de aquella ciudad, los
aguardaba una gran derrota. El novelista Ginés Pérez de Hita recordaría
el episodio en su obra Guerras Civiles de Granada: «¿Qué pendones son
aquellos que están sobre el olivar? Lorca y Murcia son, señor; Lorca y
Murcia, son no más. Y el comendador de Aledo, de valor muy singular».
El Licenciado Cascales, en sus Discursos, recordó que la
batalla duró «buen tiempo, de manera que los cristianos rompieron tres
veces a los moros, que vendieron sus vidas con harto esfuerzo y valor,
hasta que últimamente fueron vencidos».
Una lucha encarnizada
Refiere Francisco Veas Arteseros, en su artículo 'Lorca,
base militar murciana frente a Granada en el Reinado de Juan II', que el
encuentro tuvo lugar en «los llanos de los Alporchones, el viernes, 17
de marzo de 1452», un emplazamiento situado a unos 12 kilómetros de
Lorca. Superada la sorpresa inicial por parte de los capitanes
cristianos, que en parte favoreció a los granadinos, tras una lucha
encarnizada las huestes moras fueron derrotadas y aún perseguidas en su
huida «por la sierra de Aguaderas», como anotó Cascales.
Cascales mencionó que las ciudades de Murcia y Lorca, «para
celebrar el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna», instituyeron
patrono a San Patricio. Como aclaró Juan Torres Fontes en su obra La
intromisión granadina en la vida murciana (1448-1452) el resultado de la
batalla no pudo ser más favorable para los cristianos, quienes dijeron
perder a solo 40 soldados, con apenas 200 heridos. El bando contrario
acusó la pérdida de unos 800 granadinos, entre ellos 9 caudillos.
El nombramiento del santo como patrón de Murcia se acordó
en la sesión del Concejo celebrada el 1 de abril de 1452. Fue presidida
por el corregidor Diego de Ribera. Según el acta de aquel día, que se
conserva en el Archivo Almudí, «los caballeros y peones de esta ciudad, y
con los de Lorca» habían vencido a «los moros enemigos de nuestra santa
fe católica». Por ello, se insistía en que «tal hecho era de poner en
memoria» y se encargó que fuera pintada una imagen de San Patricio en un
retablo «como aquel día fue hecha la pelea».
Al santo siempre lo honró Murcia con grandes fiestas, tanto
en la Catedral como en la procesión cívico-religiosa que recorría
diversas calles. El desfile incluía en su itinerario la entrada a la
parroquia de San Pedro, por su puerta lateral, para hacer estación de
penitencia en el atrio ante una imagen del santo tallada en piedra.
El Ayuntamiento, cada año en el cabildo de nombramiento de
oficios, designaba a un comisario particular para esta fiesta, que se
iniciaba con el solemne traslado de la talla desde el Consistorio hasta
la Catedral. Llegado el día 17 de marzo, el Concejo en pleno y presidido
por el Pendón Real, allí participaba en una eucaristía. El pequeño
trayecto que separaba -y separa- ambas instituciones se recorría con
acompañamiento de clarines, atabales, maceros, alabarderos y porteros de
vara.
La procesión se iniciaba tras la misa y el cortejo estaba
formado, según el orden protocolario, por los gremios, las comunidades
religiosas, los curas de las parroquias, el Cabildo catedralicio y su
capilla de música, y el Concejo. El desfile partía desde la puerta de
San Fulgencio, en la plaza de la Cruz, y recorría las calles Trapería,
Platería, Santa Catalina, la antigua plaza de las Carnicerías, hasta
alcanzar San Pedro. Junto a la iglesia, hasta no hace tantos años, se
instalaban puestos de tostadas con flores de papel de vistosos colores,
muy del gusto de los murcianos que, por tradición, las adquirían.
Imágenes por doquier
Hasta la Guerra Civil existió una talla del santo,
atribuida a Nicolás Salzillo por Andrés Baquero en su obra 'Los
profesores de Bellas Artes murcianos', que recibía veneración en la
ermita del Pilar, aunque no fuera aquella su primera ubicación. Antes de
su traslado a San Antolín recibió culto en el antiguo oratorio del
Ayuntamiento de Murcia. Salvada de la quema -no así el retablo- en la
actualidad permanece en la Catedral, en la capilla de San Antonio o del
Corpus. Existen documentos que señalan que la pieza costó al Concejo
unos 2.600 reales en 1703.
La imagen de San Patricio también formaba parte del cortejo
del Corpus bajo la custodia de la guardia municipal, cuyos miembros se
ocupaban de portar las andas. Entretanto, el Cabildo de la Catedral,
cuando dispuso contratar el nuevo retablo del altar mayor, encargó al
yeclano Antonio José Palao otra talla del santo, como recordó en su día
José Luis Melendreras Gimeno en la obra Escultores Murcianos del siglo
XIX.
La propia fachada de la Catedral, sobre la cornisa del
segundo cuerpo, encima de los arcángeles, incorporó la imagen del
patrón. El santo muestra en una de sus manos el libro de 'Las
Confesiones' y en la otra porta una corona como símbolo de la ciudad de
Murcia. En 1686, el Municipio acordó fundir una medalla con la efigie
del santo, hoy rarísima pieza de coleccionista.
Las celebraciones por el patrón comenzaron a decaer con el
paso de los años. Ya antes de la Guerra Civil, en 1931, la festividad se
reducía a la ceremonia religiosa en la Catedral, donde aún se reunía la
corporación municipal. «Apenas si se conoció gran cosa -publicó el
diario Levante Agrario-. No cerró la mayoría del comercio. Casi nada digno de señalarse, ni en lo corporativo, ni el oficial pasó
nada».
En la década de los años cincuenta todavía se trasladaba la
talla desde la ermita del Pilar, escoltada por la guardia municipal
vestida de gala. Este cuerpo aún mantiene su fiesta en este día con la
celebración de una misa y la entrega de distinciones que, a partir de
mañana también, se realizará en el Romea para devolverle al día parte
del prestigio que siempre tuvo.
(Imagen del santo ubicada en la catedral de San Patricio, en NY)
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