La noticia de que el macropuerto de El Gorguel ha recibido una fuerte objeción técnica en los informes tanto del ministerio de Medio Ambiente
como de la propia Comunidad Autónoma y otras instituciones (UMU,
Instituto Español de Oceanografía), que son el anticipo del previsible
rechazo de Bruselas, supone el más que probable fin de otro de los
grandes proyectos de la era Valcárcel para la región.
Era lógico que este fuera el destino final de un insostenible y desafortunado proyecto que pretendía construir el mayor puerto de contenedores del sur
de Europa, con capacidad para mover hasta cinco millones de
contenedores al año, y cuyas obras alterarían 336 hectáreas en el medio
marino y unos dos millones de metros cuadrados en tierra, todo ello
afectando a una zona de alto valor ambiental protegida con las mayores
figuras legales nacionales y europeas, como son la de Lugar de Interés
Comunitario (LIC, tanto marino como terrestre), Zona de Especial
Protección para la Aves (ZEPA), y Lugar de Interés Geológico (LIG), a lo
que se añaden otros elementos de interés cultural (arqueológicos y
mineros).
Con el macropuerto de El Gorguel cae el penúltimo de los grandes proyectos que han presidido la vida pública y la acción institucional en la Región de Murcia
en las dos décadas de poder conservador absoluto, convertidos en cifra y
emblema de un modelo político y económico definitivamante fracasado y
cuyo balance es ya terrible para unos gestores políticos megalómanos e
incompetentes que han traído un inmenso dolor a la sociedad, han
consagrado nuestra pertenencia a la España más injusta y atrasada, y nos
han dejado sin futuro claro. Si algo sabemos hoy con certeza es que el
cambio de modelo será muy lento y costoso.
El comienzo de este
dramático final se produjo con el estallido de la burbuja inmobiliaria,
que dinamitó la superestructura económica sobrevenida con el boom del
ladrillo, arruinó a miles de empresas, destrozó el sistema de crédito
regional, hundió las haciendas públicas de la región y de sus
municipios, y los obligó aceleradamente a endeudarse, al tiempo que
enviaba al paro a 100.000 trabajadores.
En paralelo a la
difuminación de los mayores trampantojos políticos agitados contra el
Gobierno anterior (el trasvase del Ebro, la deuda histórica), le llegó
el turno a los grandes proyectos, el corolario lógico de un modelo de
economía insostenible y especulativa al servicio de los intereses de los
promotores y de las grandes constructoras, especializados en explotar
codiciosamente el corto plazo aunque ello conduzca al suicidio
colectivo, fungiendo como verdaderos nihilistas que no creen en futuro
alguno.
Como un castillo de naipes, uno tras otro estos
hiperproyectos, que en su día llenaron titulares de páginas de prensa
con cantidades de vértigo en inversión, empleo y cifras de negocio, han
ido encallando o desmoronándose, revelándose como inviables o incluso
quiméricos disparates.
Así, la gran actuación ‘de interés
regional’ de Marina de Cope (veintiún millones de m2), el «mayor
complejo urbanístico de España sobre costa virgen», previa e ilegalmente
desprotegida, fue literalmente sentenciada por el Tribunal
Constitucional primero, y luego el Tribunal Superior de Justicia de
Murcia; por su parte, el Aeropuerto Internacional de Corvera, que iba a
estar en funcionamiento a finales de 2011, ahí sigue, terminado y sin
aviones, varado entre la falta de rentabilidad, la insaciabilidad de
Sacyr y la necedad política, esperando que el presupuesto público pague
los platos rotos.
Como pagaremos también con seguridad por la
autopista de peaje Cartagena-Vera, que aguarda el rescate público; y
puede costarnos muy cara la desalinizadora de Escombreras, apenas sin
uso pero cuyo contrato puede obligar a la región a pagar hasta
seiscientos millones de euros; o desorbitada será la cantidad final
desembolsada —varias veces su precio real— por la Autovía del Noroeste,
financiada por el ruinoso sistema de ‘peaje en sombra’; o dispilfarrados
los 250 millones perdidos en el fracasado proyecto de televisión
autonómica (7RM); o ilusorios y onerosos los hoy volatilizados
megaproyectos culturales del consejero Cruz.
Completan la lista de
embelecos otros grandes proyectos suspendidos del todo o demorados sin
fecha, como la Ciudad de los Contenidos Digitales (Contentpolis), que se
empezó a construir en Los Camachos (Cartagena), o la Ciudad de la
Industria Alimentaria, anunciada para el municipio de Murcia.
Finalmente
se intenta mantener artificialmente vivo el último de los
superproyectos prometidos, el del parque temático de la Paramount en
Alhama de Murcia, sobre el que pende una más que
justificada incertidumbre: no aparecen inversores para un modelo en
crisis en el resto de España y que se percibe como la herencia inviable
de un pasado quebrado.
Se vendió un futuro radiante para Murcia,
pleno de riqueza y bienestar para todos, de la mano de unos proyectos
dotados de poder salvífico, que iban a lograr la redención de esta
tierra secularmente olvidada por el Estado. No había que prestar oidos,
decían, a los inevitables profetas de las catástrofes que maliciosamente
advertían que lo que se proponía era a la vez un engaño y un grave
error que pagaríamos colectivamente muy caro.
Al final, allí donde
debía haber riqueza y beneficios para todos ahora hay un piélago de
pobreza, exclusión y desigualdad social; donde íbamos a disfrutar de
pleno empleo ahora encontramos paro masivo y precariedad existencial;
donde iba a elevarse la calidad de vida vemos un deterioro brutal de las
condiciones materiales de la mayoría; y en el camino hemos degradado
además la calidad del sistema democrático, con el más profundo ciclo de
corrupción y un histórico descrédito de las instituciones y de la misma
función política.
«El destino ciega a los que quiere perder»,
escribió Ernesto Sábato en su prodigioso Informe sobre ciegos, pero,
¿quienes son aquí los ciegos para los que el aciago destino habría
dispuesto su perdición? ¿Son sólo los ofuscados responsables políticos
que han tomado las nefastas decisiones que han arrasado nuestro presente
e hipotecado nuestro futuro? ¿o es acaso todavía peor en democracia, y
alcanzaría también a una enceguecida ciudadanía, bovinamente entregada
con un descabellado y sostenido entusiasmo electoral a este desastre
anunciado? La sabiduría popular es en esto implacable:»No hay peor ciego
que el que no quiere ver».
(*) Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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