Todo el mundo tiene derecho a guardar algún muerto que
otro en el armario. O sea, a recapacitar y cambiar de idea. Aunque los
cadáveres sean muchos y variados. O aunque contemplemos la fastuosa
resurrección de la carne. Aparentemente, en esta región la peña es tan
tolerante que siempre parece dispuesta a olvidar el pasado. Y pelillos a
la mar. O, a lo peor, es tan desmemoriada que prefiere correr un
estúpido (sic) velo ante cualquier salida de pata de banco que concuerde
con determinados intereses del momento. Es como una traslación
ultraintelectual del carpe diem.
Por
eso debe sorprender, más que el osado salto a la fama ––no exento de
cierto premonitorio victimismo–– del profesor Diego Reina, la presencia
del excelso Pedro Alberto Cruz en la mesa conferenciante junto al audaz
enseñante del Alfonso X. En una ocasión, para espanto de un afamado y
progre filósofo murciano actualísimo, dije del otrora sobrinísimo que su
mayor mérito era que había inventado el situacionismo de derechas.
Eso demostró durante su etapa de sobrino presidencial,
cuando desgobernaba los destinos culturales de esta agraria tierra.
Parecía un Gabriele D’Annunzio de finales del siglo XX, decadentista
como el italiano y propagandista de la más fatua versión cultural de la
no menos rancia derecha gobernante aguatodista y reaccionaria que encabezó su tiísimo ramonluí.
Al
estilo del italiano que inspiró a Mussolini y remedando los estrambotes
ideológicos situacionistas, no encontró mejor arma para publicitar su Murcia y sus beldades que la del profesor
Vladímir Karabatic ––nada que ver con el jugador de balonmano––, que
llevó nuestro ridículo particular mucho más allá de nuestras fronteras…
de lo esperable y de lo deseable.
Fue tal el disparate
que cosechó críticas hasta de quienes eran los apoyos más firmes del
tito bien amado. Pues mucho más lejos de aquel no-typical,
fue muy típico el despilfarro estrafalario, de dudosa efectividad
––cuando no de sospechoso uso del dinero público––, con que ocupó su
tiempo de manejante del apaño cultural, regando a manta con millones
públicos mientras negaba el pan y la sal a la cultureta autóctona.
Ese
tejido social y local de base dizque no tenía la categoría suficiente
para recibir los millones de euros que se gastaron en el patrocinio de
dos regatas; de cuatro conciertos en la cadena MTV; de publicidad en la
línea aérea Mare Nostrum; de promociones en Emiratos Árabes Unidos; de
pabellones ––aunque lo moderno sea decir 'stand'–– en ferias turísticas;
del festival Manifesta; de la Bienal de Venecia…
Además de intentar
cargarse el yacimiento de San Esteban ––tras perforar el BIC Malecón––,
aunque el cooperador firmante necesario fuera uno de sus corifeos
subalternos; quien, por cierto, aún sigue bien encastillado al servicio
de la oficina de la calle González Adalid.
Aquellos
orgiásticos dineros, todo hay que decirlo, eran parte de la parte del
león del ladrillismo que auspiciaban el tito y sus adláteres a mayor
gloria de ellos mismos, y con resultados tangibles a la postre en los
banquillos de acusados de los juzgados. Todo, esto y lo de antes, era
para el progreso de los ciudadanos.
Con semejante hoja
de servicios al bienestar regional, no es de extrañar que el muchacho
se esmere ahora en negar cada vez que puede ––es decir, un día sí y otro
también–– que ya no tiene nada que ver con el partido podrido. Menos
mal, pensarán en la formación que ahora dirige el “buen chaval” (Eme
Punto dixit).
La preocupación cae
ahora del otro lado, el de los contrarios al veto parental motorizado
por Vox e instrumentalizado por el antiguo partido del personaje en
cuestión ––con el concurso necesario de los arrimaos al
poder––. ¿Aparecerá el muchacho en primera fila sosteniendo la pancarta
en las próximas manifestaciones junto a la lideresa Franco? ¿O quedará
en un discreto segundo plano tras su repetido e inequívoco
pronunciamiento público contra la teta de la que mamó?
Renunciar
al histrionismo oportunista es difícil cuando el espejo te devuelve tu
inmaculada imagen de benefactor universal e ideólogo por encima de todas
las ideologías. Tal que el mismísimo D’Annunzio. No parece que nuestro
––por murciano–– personaje vaya a llegar tan lejos como los
situacionistas que, pretendiendo resucitar el radicalismo surrealista,
terminaron predicando el comunismo consejista en Mayo del 68. Con gran
éxito de crítica y público, como quedó visto.
Así que volverá a lo suyo:
la búsqueda del protagonismo liviano y afectado en pos de mayor gloria
en la tierra que en el cielo. Cualquier parecido con una conciencia
social es error o mera casualidad. Y ojalá que los muertos no resuciten.
Vale.
(*) Periodista
Pedro Alberto, la izquierda no paga a traidores, ja ja ja
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