Hay seres humanos sencillos, buenos, serenos, de alma apacible y sonrisa
casi permanente, de conducta intachable a lo largo de toda su vida, sin
aspavientos de comportamiento, ni cesiones a la soberbia ni a la
envidia; uno de ellos, sin lugar a dudas, fue Luis Oñate López, ‘el tío
Luis’, que yo oía llamar en mi entorno familiar cercano y que se nos
acaba de ir a los noventa y seis años; por mucho que hayamos disfrutado
de su bondad, deja un vacío muy difícil de llenar.
Fue sencillo, afable,
humilde, en el sentido machadiano del verso; amigo y aficionado a la
fotografía y al cine amateur, sin ánimo de competencia alguna, siempre
quedó a un lado, porque su naturaleza era contraria a la apariencia y a
la vanidad. Lo recuerdo con una Leica en las manos y por supuesto en ese
trozo de celuloide que filmara y firmara su hermano Julián, primero en
el cine amateur murciano, Canuto, ladrón astuto, en 1952.
Luis también
perteneció a la Asociación de Amigos de la Fotografía y el Cine Amateur
que tantas glorias culturales dio a Murcia en la década de los cincuenta
y sesenta. En esa primera película, él hace el papel de detective; con
su gabardina y la gran lupa que buscaba las huellas del delincuente.
Pertenecía, pues, al grupo de amigos de aquel reparto que acaba con él.
Ya se fueron Julián Oñate, el autor; Ramón Sierra, el actor
protagonista; Paco Cecilia o José Ramón Montanaro. Todos ellos hicieron
historia, sin quererlo ni pretenderlo; más aún en el caso de Luis Oñate,
eso aviva el mérito y la importancia del acontecimiento
cinematográfico.
Luis Oñate fue durante muchos años de su vida, hasta su jubilación,
comerciante en el centro de Murcia; primero en el comercio con su
hermano en Platería, después, individualmente, en la calle de la
Sociedad. Sus tiendas siempre fueron de mercancía tradicional; unos
guantes, una bufanda, una camisa de manga corta; un paraguas para la
escasa lluvia murciana o unos calcetines de lana. Y siempre la atención
al cliente con admirable cordialidad; sin el ajetreo verbal innecesario.
Estaba en el itinerario, que siempre marcaba mi padre, en la Noche de
Reyes para ver cómo había ido la caja del esperado acontecimiento, en
los comercios de sus amigos. Si había ido bien, lo celebrábamos con un
chocolate con churros en el cercano Bar Santos, donde eran también
contertulios de la sobremesa.
Con la muerte de Luis se me profundiza la
añoranza y la nostalgia; yo le apreciaba mucho, le reconocía en la
distancia, por la calle, por su forma de andar, pausada y un poco
inclinada hacia adelante; el peso de los años y de la bondad. Le
recordaremos mucho; durante toda nuestra vida, porque su existencia fue
un feliz acontecimiento para todos los que le conocimos. Hoy, todos los
años que lo tuvimos, se nos antojan pocos, muy escasos.
(*) Columnista
Era todo un caballero, un hombre bueno como rezaba su esquela y un comerciante como los de antes. Brutal contraste con el tipo de gente poco o nada profesional que encuentras en las tiendas de Murcia.
ResponderEliminarCon don Luis se cierra de verdad el siglo XX en nuestra ciudad donde era el último mohícano de toda una generación de personalidades sociales irrepetibles.Y de una calidad humana a toda prueba.
Descanse en paz.