MADRID.- En unos pocos años, menos de los que algunos imaginan pero más de los que la frágil memoria de unos cuantos puede recordar, Aena ha pasado de compañía cuasi quebrada a convertirse en el séptimo valor del Ibex 35. El pasado ejercicio ganó 1.164 millones de euros y su cotización se ha revalorizado
más de un 180% desde su salida a bolsa, de lo que hace apenas dos años y
medio. Por todo ello, la privatización del gestor de aeropuertos está
considerada la operación empresarial de mayor éxito del Gobierno del PP.
Los artífices de la misma fueron la exministra Ana Pastor y su hombre
de confianza, José Manuel Vargas, presidente de Aena, sostiene hoy El Confidencial.
Sin embargo,
lo que se suponía era un trofeo en la vitrina del Ejecutivo popular ha
devenido los últimos meses en pim-pam-pum de la política. A caballo
entre lo privado y lo público (el Estado conserva el 51% del capital),
unos y otros se están valiendo de esta compañía para tirarse los trastos
a la cabeza y sacar tajada. Es la técnica patria de engordar el cerdo para morir.
Una vez que el bicho se ha puesto orondo, esto es, se ha saneado, ha
recibido la bendición del mercado de capitales y gana dinero, toca
descuartizarlo en plaza pública.
En este país no hay mayor pecado
capital que el éxito. Véase el caso de Pastor y Vargas. La primera luce
presidencia en la Mesa del Congreso pero se encuentra apartada de las
funciones ejecutivas del Gobierno, mientras que el segundo ha perdido la
confianza de los ministros del PP, que no de Rajoy, y hace cábalas
sobre el futuro a sabiendas de que le han tomado el número cambiado. A
Vargas le dicen en el Consejo de Ministros lo de Pedro Sánchez: ¿qué
parte del ‘no’ no has entendido?
En este relato trufado de intereses espurios, la crisis de El Prat, solventada con el laudo de Marcos Peña, resulta paradigmática. El principal argumento esgrimido por sindicatos, medios
de comunicación e incluso economistas de pedigrí para justificar la
subida salarial de los vigilantes del aeropuerto de Barcelona era que
Aena ganaba una “pasta indecente”. La cuestión aquí no era tanto que los
trabajadores se merecieran o no el complemento salarial de 200 euros
que recoge el laudo, que por supuesto que se lo merecen, esos 200 euros y
muchos más, sino la justificación del mismo: la compañía gana mucho dinero, una obscenidad.
Ante
tal razonamiento, uno colige que las empresas no deberían ganar dinero,
o al menos mucho dinero. Que deberían ganar lo justo. Pero cuesta
imaginar que lo sucedido con el gestor aeroportuario pudiera replicarse
en otras compañías tales que Iberdrola o ACS, esto es, que los
trabajadores se puedan dirigir a Ignacio Sánchez Galán y Florentino
Pérez recriminándoles sus beneficios y amenazándoles con huelga por
tamaña osadía. No parece verosímil.
En todo este enredo, lo que subyace es un problema conceptual en
torno al propio modelo de Aena, una compañía que aunque se ha hecho
mayor y quiere independizarse, en verdad sigue siendo pública, y que los
asuntos que deberían analizarse desde una perspectiva puramente
empresarial se abordan siempre como una cuestión política. Es lo que ha sucedido en El Prat y lo que está ocurriendo en el resto de huelgas que sobrevuela sobre la red aeroportuaria.
Por
el mero hecho de que sea el Estado quien tira del ronzal, Aena se
encuentra constreñida a los vaivenes de la agenda pública. Esta
debilidad hace que no pueda comportarse como una empresa al uso y se vea
sometida a una presión de costes
como antes no había. No solo en los servicios de seguridad sino en
todas las subcontratas del gestor aeroportuario. Los sindicatos se han
levantado al percatarse de que, clavándole una aguja en el trasero al
Ejecutivo, pueden sacar suculentos réditos y de muy distinta índole.
Hay una falla salvaje en el gobierno corporativo de la compañía.
¿Para qué necesita Aena un consejo de administración si, al final, quien
toma las decisiones es el Consejo de Ministros? Más que con las
huelgas, este galimatías quedó negro sobre blanco en la decisión del
Gobierno de vetar dos operaciones que podrían haber resultado clave para
la diversificación e internacionalización de la compañía: por un lado,
la puja por los aeropuertos de Brasil; por otro, la oferta de compra por
Abertis. Las dos operaciones fueron aprobadas por el consejo y las dos fueron tumbadas a su paso por La Moncloa.
Aena,
que podría haber sido la Telefónica de los aeropuertos, no lo va a ser.
Si nadie lo remedia, quedará encajonada en el ámbito local y bajo las
directrices del político de turno, con una filosofía que no diferirá
sobremanera de esas cajas de ahorros de infausto recuerdo al servicio
del presidente de la diputación o del cacique local.
Hace un año, el 32% de los analistas recomendaba comprar Aena frente a un 16% que le había puesto la etiqueta de venta. Hoy, las ratios se han revertido:
solo un 12% sigue recomendando el valor, mientras que un 32% prefiere
sacarlo de sus carteras. Después del Estado a través de Enaire (51%), su
principal accionista es TCI (13%), que como todo fondo busca maximizar
el beneficio y emprenderá otros derroteros si la cosa viene mal dada.
Igual
que hizo el que fuera director de la red de aeropuertos de Aena
Fernando Echegaray, que fichó por su más directo competidor, la francesa
AdP, porque allí las nóminas no pasan por el Ministerio de Hacienda
y pueden pagarle cinco veces lo que aquí. Igual que algunos de los
consejeros independientes, que sopesan poner pies en polvorosa. Igual
que el propio Vargas.
Aena se mueve en tierra de nadie. Se profesionalizó y salió a bolsa
en búsqueda de eficiencia y para abandonar la órbita de lo público, pero
lo cierto es que no ha terminado de privatizarse. Ante las presiones
exógenas, derivadas del populismo empresarial que se ha apoderado de la
sociedad española, algunas voces parecen reclamar un paso atrás, que
Aena se salga del Ibex y se convierta en un chiringuito al servicio del
poder político, lo cual parece harto improbable; si esto no es así, solo cabe un plan B:
que el Estado pierda la mayoría del capital y la compañía inicie una
hoja de ruta tendente hacia la internacionalización que le permita
seguir creciendo, algo que en las condiciones actuales no pasa de pura
quimera.
Con un Parlamento populista y fragmentado, y un Gobierno débil que ha metido las grandes reformas en el congelador,
no parece que aquí nadie vaya a mover ficha. Mientras tanto, la
compañía se ve amenazada por una progresiva degeneración del negocio
derivada de la propia inacción a la que le somete el corsé público.
Entre todos la mataron y ella sola se murió.
Por favor en aras de la verdad publicad esto
ResponderEliminar¿Por qué Nacho Cardero (Director de El Confidencial) apoya a José M. Vargas de AENA?
http://www.csif-aena.com/2017/09/nacho-cardero-el-confidencial-apoya-vargas.html