Salvo 
sorpresas de última hora, una participación muy baja o muy alta por 
ejemplo, todo parece dispuesto para una enrarecida negociación para la 
formación de Gobierno a partir del próximo día 27. La participación alta
 o baja suele tener efectos directos en el resultado y, por tanto, hacer
 fracasar estrepitosamente la imagen electoral que arrojan en estos 
momentos las encuestas.
Pero
 nada indica, por el momento, que ello vaya a suceder y debemos 
esperar, por tanto, unos resultados similares, con algunas 
correcciones al alza y a la baja, a los obtenidos en las elecciones
 del pasado mes de de diciembre. Las correcciones, sobre todo el 
publicitado adelanto en votos y escaños de Podemos sobre el PSOE, 
pueden enredar aún más la negociación pero es difícil que cambien 
su sentido básico: la formación de un Gobierno por fuerzas leales a 
la Constitución del 78, lo que, en mi opinión, deja fuera, de momento,
 a Podemos de las negociaciones de Gobierno salvo, caso 
improbable, que fuera la fuerza más votada.
La exclusión de 
la extrema izquierda antisistema con sus alianzas secesionistas 
no es sin embargo el elemento esencial de la próxima formación de 
Gobierno. El dato más importante es que, aunque sea posible y legal,
 no puede haber una tercera convocatoria de elecciones tanto por 
motivos políticos como sociales y económicos. Esta situación 
hace la negociación especialmente compleja por una serie de 
factores que han ido trascendiendo durante la campaña, en el que no
 es un dato menor el factor humano.
La virulencia de los 
ataques personales de Albert Rivera a Mariano Rajoy, en línea con los
 desplegados por Pedro Sánchez en la campaña de diciembre, 
permiten suponer que las inevitables negociaciones a tres bandas 
-PP, como partido más votado, con Psoe y Ciudadanos- están marcadas 
antes de comenzar por una incompatibilidad esencial que hará más 
agrias las previsibles negociaciones.
No es descartable,
 dada la no beligerancia entre PSOE y Ciudadanos en esta campaña, 
que ambas fuerzas esperen superar, sumando fuerzas, en número de 
escaños al PP y reediten el fracasado acuerdo del pasado mes de 
diciembre. Psoe y Ciudadanos serían, según esta hipótesis, la 
alianza con más escaños en un fraccionado parlamento. Si se lee con
 intención el twiter de Jordi Sevilla se apreciará que la 
legitimidad, en su opinión, reside en quien consiga más apoyos 
parlamentarios.
Este "sorpasso" fantasma tiene obviamente 
algunas dificultades y alguna ventaja. La dificultad principal 
es pretender que el líder de, probablemente, la tercera fuerza 
política, si se produce la anunciada victoria de Podemos sobre el 
PSOE, sea el próximo presidente del Gobierno en coalición con la 
cuarta fuerza política. Su ventaja es que estará en condiciones de
 dictar sus condiciones a un PP que estará muy lejos de acercarse a 
la mayoría parlamentaria.
Un Gobierno PSOE/Ciudadanos, si es 
que suman más escaños que el PP, necesitaría, por supuesto, el 
consentimiento de los populares y es, ahí, dónde interviene el 
factor decisivo: no puede haber una tercera convocatoria 
electoral. Hasta qué punto PSOE y Ciudadanos pueden forzar la 
negociación y hasta qué punto el PP puede resistir sus condiciones
 es por le momento un misterio. Obviamente, los números, votos y 
escaños, dictarán la relación de fuerzas pero todo indica que vamos
 a una negociación de dos contra uno.
La lógica indica que 
Sánchez, si sobrevive a los resultados del día 26, con el apoyo de 
Rivera sí podrán cobrarse la cabeza de Rajoy como precio a su 
abstención, o en caso de Ciudadanos, apoyo condicionado a un 
Gobierno en minoría. No está, sin embargo, en los usos y costumbres
 de la democracia española que unos partidos impongan a otro quién 
debe ser su líder, y menos vetar a un dirigente político que 
presumiblemente será el más votado. Sin embargo, la política 
española ha adquirido un rumbo errático en que todo es posible.
La
 última semana de campaña permitirá apreciar con mayor claridad 
si el pacto latente entre Ciudadanos y Psoe sigue en vigor. El más 
beneficiado de este acuerdo es el partido naranja ya que con menos 
votos y escaños adquiere, con la complicidad del PSOE, una fuerza 
que por si mismo no tiene. El PSOE, por su parte, se dispone a a pasar 
su hora más amarga. Todo indica que sus resultados serán peores que 
en diciembre. Tener el hombro de Rivera para apoyarse será, al 
menos, un consuelo. Aunque si la caída es mayor de la prevista su 
fuerza negociadora será mínima y la capacidad de presión sobre el
 PP escasa.
(*) Periodista

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