Los dos comparecieron ayer en eso que Habermas llama "la esfera pública" (Öffentlichkeit),
 en donde los ciudadanos nos informamos y debatimos como público crítico
 que somos para llegar a nuestras conclusiones y fundamentar nuestras 
preferencias. Uno, Rajoy, lo hizo en la cadena COPE, ese púlpito 
ultrarreaccionario que interesa más a los obispos que los de las 
iglesias, a las que no acude nadie. 
El otro hizo una rueda de prensa 
institucional, en la Generalitat, al final de una reunión del gobierno 
que preside en funciones. Los dos están en situación parecida: 
pendientes de una investidura que tienen muy difícil, por no decir 
imposible. Tal circunstancia podría animar a un nuevo Plutarco a 
escribir otras Vidas paralelas. Pero le daría para poco más que 
un par de páginas porque el resto en ambos personajes es divergente, 
incluso opuesto y antagónico. 
Como puede comprobar todo el que siga 
ambas comparecencias. Aunque quizá tampoco le sirva de mucho porque, 
habiendo ocupado esa "esfera pública" ilustrada habermasiana, ambos 
acabaron dejando las cosas en el aire en una especie de incertidumbre y 
confusión también muy típicos de nuestra época y a la que el mismo 
Habermas bautizó hace unos años como "la nueva confusión" (Unübersichtlichkeit).
Los
 dos quieren ser investidos y ninguno de ellos desea que haya elecciones
 anticipadas pero ambos habrán de resignarse si estas se producen de 
forma automática porque ellos son incapaces de conseguir los apoyos 
parlamentarios que necesitan. Vamos con cada uno por separado.
Rajoy. Apareció poco menos que mendigando el apoyo del PSOE para un gobierno de gran coalición, incluso uno de salvación nacional
 que incluya a C's, justificado para hacer frente al separatismo 
catalán. Pero los catalanes, una gente sin escrúpulos y sin altura de 
miras, se negaron a darle ese gusto y la CUP votó en contra de investir a
 Mas. Dicen que, al hacerlo, solo pensaban en sus motivos particulares, 
en sus promesas y lo que Mas representa, pero Rajoy sabe de muy buena 
tinta que, en el fondo, estos rojazos medio ácratas lo que querían era 
fastidiarle a él, que se queda sin espantajo inmediato de gobierno 
independentista en Cataluña que agitar.
El
 presidente de los sobresueldos dio una muestra más de su talante 
autoritario y su desprecio por los demás al no darse por enterado de que
 el PSOE y Sánchez en concreto ya le dijeron "no" a la coalición. Es 
igual, como si no hubieran hablado: Rajoy piensa volver a llamar a 
Sánchez a hacerle la misma petición y seguirá si oír el "no" que ya le 
ha vuelto a dar el portavoz socialista, Hernando. Hará de nuevo como que
 no oye. Es el truco preferido de estos franquistas: lo que no les gusta
 no lo oyen, no lo ven. 
La
 petición es tanto más insólita cuanto que Rajoy no propone nada al PSOE
 a cambio de lo que le pide. Otra muestra de desprecio de señorito: los 
socialistas tienen que investirlo (votando a su favor o absteniéndose) 
porque sí y porque el suyo es el partido más votado. Consideración que, 
con la Constitución en la mano, no sirve de nada. Pero si cuela, cuela. 
Alguno de esos asesores que tiene pagados a precio de oro con dineros 
públicos debe de haberle soplado que, cuando menos, ofrezca una reforma 
constitucional sin mayores precisiones. 
Es
 ya la prueba de la calaña de este personal. Hace pocos días, Sáenz de 
Santamaría, una vicepresidenta/comisaria política del PP, descartaba la 
reforma constitucional porque, decía, no hay "consenso". Ahora, en 
cambio, sí lo hay, al parecer, porque faltan los votos de investidura. 
¿Esta claro? La constitución, las leyes, todo les importa una higa. Lo 
único que quieren es seguir mandando para continuar destruyendo el país 
con su incompetencia y esquilmándolo con su codicia.
Rajoy,
 que ya no es ni sombra de lo que era con su mayoría absoluta, se aferra
 a la posibilidad de un milagro para no tener que marcharse a su casa 
entre la ignominia y el desprecio de sus compatriotas que le han dado 
sistemáticamente la valoración más baja de todo su gobierno (y ya es 
decir) y, en el fondo, lo desprecian. Como lo desprecian y se ríen de él
 en el extranjero y hasta en su propio partido.
Es
 posible que no pueda designarse gobierno en España y sea preciso ir a 
elecciones nuevas y, aunque Rajoy ya ha anunciado que será el candidato 
del PP, es probable que haya movimiento en su partido para desalojarlo 
porque lo único que cabe esperar de él y de su reconocida ineptitud es 
que empeore los resultados del 20D. 
Mas mostró
 un talante muy distinto. Habiendo sido rechazado por la CUP de forma 
definitiva, se apuntó con rapidez a la observación de Junqueras hecha el
 día anterior de que las partes siguieran negociando hasta el último 
segundo. Todo antes de repetir las elecciones, en cuyo resultado 
favorable no confía el bloque independentista.
El
 presidente en funciones, que lleva unos días crecido, no dio la 
impresión de esperar gran cosa de esas negociaciones en tiempo de 
descuento y dejó claro que, de no producirse el milagro, convocaría 
elecciones el lunes que viene probablemente para el próximo seis de 
marzo. 
Cargó con energía contra la CUP, mejor dicho, contra la mitad de 
la CUP que se ha mostrado intransigente y tratando de introducir un 
elemento de división y discordia. Algo de esto hay en el movimiento 
asambleario (críticas, contracríticas, dimisión de Baños), pero es de 
suponer que esa escisión no se consume. Por lo demás, él la tiene 
también en el bloque independentista porque la citada observación de 
Junqueras, a continuación de otras de Joan Tardá (también de ERC), 
muestran que tampoco ese bloque es monolítico y si no hay una mayor 
fractura probablemente sea porque los republicanos adquirieron el 
compromiso de proponer a Mas como candidato, solo a Mas y siempre a Mas,
 y son presas de sus promesas, compromisos y palabras.
Mas
 no parece serlo tanto. Poco después de las elecciones del 27 de 
septiembre y en la euforia del momento hizo varias declaraciones 
afirmando que jamás sería un obstáculo a la independencia y que estaba 
dispuesto a hacerse a un lado si las circunstancias lo exigían. No lo ha
 hecho ni lo hará y eso ha debilitado bastante su posición.
Claro
 que la de la CUP tampoco es mucho más sólida. Al margen de que un "no" a
 Mas basado en la mitad afilada de miembros sea muy cuestionable, es que
 no es a Mas, sino al gobierno catalán y al plan de choque que se había 
negociado a lo largo de tres meses en los cuales los cupaires siempre 
afirmaron que lo esencial era el qué y el cómo y no el quién. Pero 
resultó ser tan verdad como la voluntad de sacrificio de Mas. Al final, 
lo importante y lo único importante fue el quién. Podrían haberlo dicho 
desde el principio y el personal se habría ahorrado tiempo y trabajo.
El
 resultado ha sido un desastre y, aunque sea humano tratar de exonerarse
 de culpabilidad y echar esta toda sobre los interlocutores, la verdad 
es que tod@s lo han hecho hasta la fecha malamente y no han sido capaces
 de superar ni siquiera sus propios obstáculos. En otros términos, guste
 o no guste, lo que la historia retendrá es que tres fuerzas politicas 
independentistas, con el añadido de formaciones de la sociedad civil y 
una movilización popular nunca vista fueron incapaces de gestionar la 
primera victoria clara del independentismo.
Volvamos
 a la persona de Mas que, en el fondo, es la cuestión principal para 
todos, para sí mismo, para la CUP y para el gobierno español que está 
deseando quitarlo del medio y, si se tercia, meterlo en la cárcel. Sin 
duda, Mas tiene un pasado de políticas neoliberales y corrupción de 
partido que sus adversarios airean siempre que pueden, aunque sin llegar
 a personalizarlo en el propio Mas como, por ejemplo, puede hacerse con 
la corrupción del PP en la persona de Rajoy.  Fastidia mucho a quienes 
quieren verlo fuera, pero nadie puede acusarlo de nada.
Lo
 que siempre se dice es que antepone sus intereses personales a los del 
país, Cataluña. Obsérvese bien, pues es importante, no se le acusa de 
anteponer sus intereses de partido al país (como él hace con la CUP) 
sino los suyos personales. Puede ser cierto. Mas insiste en que él es el
 líder del proceso a la independencia; él quien puso en marcha ese 
proceso; él quien quiere culminarlo dando paso a la República catalana; 
él quien, seguramente, querrá ser su primer presidente. 
¿Cuál
 es, pues, su interés personal? El del país. Mas entendió el movimiento 
social y popular hacia la independencia y se puso al frente, lo que le 
ha supuesto costes elevados y puede suponerle más, como el de ir a parar
 a la cárcel. Dejó detrás la vestimenta de político y adoptó el de 
estadista, igual que las serpientes mudan de piel. Es lo que se llama 
liderazgo, una cualidad que se estudia en todas partes, en las escuelas 
de negocios, las facultades universitarias, las academias militares, y 
que es imprescindible en todos los sistemas políticos, dictaduras o 
democracias. 
Un
 líder triunfa cuando conduce a su país allí donde su propia visión lo 
quiere. Y fracasa cuando no lo consigue. Esa es la baza real de Mas: que
 hasta ahora lo ha conseguido y quiere seguir al frente para terminar la
 faena. Y eso es lo que entiende y quiere favorecer todo el mundo, 
(excepto los unionistas españoles),  esto es, sus votantes, sus 
seguidores en ese partido CDC, que se mantiene proforma para poder 
presentarse a las elecciones, en sus aliados de ERC, en las formaciones 
sociales que coadyuvan y en la mitad de la CUP. Y lo que la otra mitad 
no comparte.
En
 el fondo, ambas posiciones tienen su grandeza porque se lo juegan todo a
 una carta, a unas elecciones de resultado incierto en el que pueden 
darse tres posibilidades (con distinto grado de verosimilitud) a) 
triunfo del independentismo por mayoría absoluta; b) derrota del 
independentismo a manos de esa tercera vía que lleva un tiempo cocinándose y sobre la que Palinuro opinará en breve; y c) la repetición de la confusa situación actual. 
Por todas estas razones Palinuro piensa que debió investirse a Mas. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 
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