Efectivamente, ya no basta con convocar 
una rueda de prensa, comparecer solemne en carne mortal y no en plasma y
 soltar la acostumbrada sarta de trolas y embustes. Después de tres años
 de engaños, silencios y excursiones por los cerros de Úbeda, no es que 
el crédito del presidente esté "bajo mínimos". Es que está en el cero 
absoluto. Nadie lo cree. Ni él mismo.
Por
 eso ya no se molesta en hacer verosímiles los datos que habitualmente 
manipula. Ahora ha decidido recurrir a la retórica, incluso a la 
licencia poética. Así, el 11 de diciembre anunciaba que la crisis ya es historia,
 una frase autorreferencial, destinada a hacer historia, como la de "ya 
no hay Pirineos" o "vine, vi, vencí". Pero la opinión descreída se la 
tomó a chirigota y hasta los suyos le dijeron que redujera el 
redoble. Se vistió entonces de experto ténico y anunció que 2015 será el año del despegue definitivo de la economía. Ciberlandia sacó su más afilado sarcasmo y apostó porque el despegue se haría desde el aeropuerto de Castellón de la Plana.
Escarmentado
 de tanta burla Rajoy redujo el núcleo de su habitual patraña a su 
mínima expresión, confiando en hacerla más aceptable a fuer de modesta:  
 "España ha conseguido superar la peor etapa de la crisis sin menoscabar lo sustancial del sistema de protección social"
 . Pero ya es tarde hasta para la modestia. Ni los suyos lo creen. 
Zarzalejos, un periodista de acrisolada tendencia a la derecha del PP, 
califica el año que resta de legislatura de año políticamente agónico.
Efectivamente,
 ya no basta con mentir, ni siquiera en sordina. Hay que echar mano a 
otros recursos para mantener quieto el Reino. Y a no dudarlo, se 
recurrirá a ellos:
La amalgama.
 Una vieja táctica, consistente en meter en el mismo saco a dos o más 
adversarios, asegurando que son todos iguales. Los estalinistas la 
emplearon con gran éxito en la Unión Soviética y en España, asegurando 
que los trostkistas eran colaboradores de los nazis. Los comunistas 
también se la aplicaban a los socialdemócratas en los años treinta, 
hablando del socialfascismo. Ahora se oye mucho hablando de la 
igualdad entre PP y PSOE y, desde luego, el partido del gobierno recurre
 a ella con fruición equiparando a Podemos con el comunismo, el chavismo
 y el populismo en general, y al soberanismo catalán, cómo no, con los 
nazis, en aplicación de la Ley de Godwin. 
La intoxicación.
 A estas alturas no debe quedar aspecto de la biografía de los líderes 
adversarios más populares, especialmente en Podemos y el consabido 
soberanismo catalán, que no se haya escudriñado milimétricamente en 
busca de cualquier asunto, por insignificante que sea, que se pueda 
agrandar hasta convertirlo en escándalo y desprestigio. Y, si no se 
encuentra, se inventa. Para eso el gobierno y su partido tiene 
prácticamente comprados a todos los medios escritos en papel y 
audivisuales con la misión de cantar sus alabanzas y denigrar a sus 
adversarios, incluso al modo torticero en que lo hace a veces RTVE, 
cuando enmarca noticias sobre Podemos con anagramas de Bildu, por 
ejemplo.
La oración.
 Este recurso no debiera figurar aquí de ser España un país normal. Pero
 no lo es. Este gobierno no echa solamente mano del BOE, de los informes
 oficiales, los expedientes administrativos y los códigos para gobernar 
sino también, y mucho, del misal. Vari@s ministr@s ponen sus políticas 
públicas bajo la advocación de diversas Vírgenes, otros se asesoran 
directamente en las sacristías y otros hacen pública ostentación de su 
fe. ¿Por qué no convocar procesiones y oraciones colectivas para salir 
de la crisis y ganar las elecciones igual que las gentes sencillas 
impetran la lluvia?
La represión.
 El espíritu es fuerte pero la carne es débil. La gente es de una 
contumacia insoportable en la protesta, sobre todo los catalanes, a 
quienes no parecen tranquilizar las jaculatorias del Rey. Hay que estar 
preparados para defender el orden. La crisis y los recortes no han 
pasado por el ministerio del Interior que lleva años pertrechando a las 
fuerzas de seguridad con medios materiales de todo tipo para hacer 
frente no ya a manifestaciones pacíficas y alguna algarada ocasional 
sino a sublevaciones en toda regla, como las de los campesinos en 
Alemania o la revuelta de los payeses en Cataluña. Lo peor no es que 
estas fantasías puedan realizarse. Lo peor es que quizá haya alguien 
interesado en provocarlas. La nueva Ley Mordaza es la verdadera 
clave del sentido de la legislatura. La prueba definitiva de que estamos
 saliendo de la crisis es que se prepara un Estado policial. 
Ya no basta con mentir.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED 

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