Gallardón no ha dimitido por dignidad
propia; se ha sacrificado por su jefe. Rajoy lo fichó para que hiciera
la Ley del Aborto de los obispos porque disponía del perfil adecuado por
su condición de ‘progre’, y esto podría hacer de efecto colchón. No ha
resultado. ¿Y quién carga con las responsabilidades políticas? ¿El que
dio a Gallardón las órdenes para la elaboración de la Ley? Por supuesto
que no. Ha dimitido el amanuense disciplinado que cumplió estrictamente
las indicaciones de su jefe.
Pues bien, esta sencilla ecuación, tan bien resuelta por Gallardón,
es la que Bascuñana no entiende. No entiende que deba dimitir por
facilitar la cementación de un humedal protegido del Mar Menor cuando
él, en su condición entonces de consejero del Gobierno Valcárcel, se
limitaba a seguir el guión que se redactó en una reunión en San Esteban,
adonde fue llevado el empresario Galea para que pudiera, como Santo
Tomás, ver y tocar: “Tú tira p’alante, que el jefe está de acuerdo”, era
el inequívoco mensaje al de Hansa Urbana, como legítimamente cabe
deducir. ¿Con que cara podría venir ahora el jefe a pedir la dimisión de
un colaborador necesario? El propio Valcárcel lo admitió, palabra por
palabra: “Carezco de autoridad moral para pedir la dimisión de
Bascuñana”. Más claro, agua para todos.
Lo que Bascuñana es incapaz de ver es que, después de que Valcárcel
lo haya tenido de pieza de quita y pon, pero siempre pisando alfombra,
le toca ahora sacrificarse para hacer de cortafuegos. Haz como
Gallardón, Bascu, o las llamas llegarán al piso de arriba.
Pero son las doce de la mañana y algo tan obvio todavía no le ha entrado en la cabeza.
El rey del metacrilato
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