Sergio
Vicente forma parte del Panel Intergubernamental de Expertos sobre
Cambio Climático de la ONU (IPCC) y es uno de los científicos españoles
con un mayor impacto en el ámbito las ciencias de la atmósfera. En una
tranquila charla con él, justo en el momento en que Cataluña ha entrado en alerta por la sequía,
nos deja afirmaciones tan interesantes como que no llueve menos, que
optimizar los regadíos ha empeorado el problema o que el aumento de
superficie boscosa le está robando caudal a los ríos. Y noticias sobre
el papel que, en este escenario, juega la “sed” del cielo.
¿Cómo de excepcional es la situación de sequía en la que estamos?
Es un evento extremo y, como tal, es raro. Pero no es un
fenómeno que pueda decir que sea inaudito, porque la sequía es
consustancial al clima mediterráneo. Pese a lo que se está diciendo en
los medios de que es la mayor sequía de la historia en Cataluña, si nos
vamos al registro desde 1850 ha habido sequías equivalentes a esta desde
un punto de vista pluviométrico. ¿Qué sucede ahora? Además de la falta
de lluvia, que sigue siendo el factor principal, tenemos dos componentes
nuevos que la agravan: el primero es el calentamiento y el segundo es
que ahora consumimos más agua.
¿Qué efecto tiene el aumento de temperatura?
Ahora mismo, cuando se produce un déficit hídrico en nuestras
latitudes le tenemos que sumar también que hay dos grados más de media,
que lo que hacen es aumentar la demanda de agua por parte de la
atmósfera. En nuestras latitudes esta demanda se ha incrementado en
torno a 120-130 litros al año. Es decir, que ahora mismo nuestra
atmósfera demanda unos 120 litros más al año que lo que demandaba en los
años 60. Esa es la clave.
¿Es como si el cielo tuviera “sed”?
Sí, pero no hay que confundir la demanda de agua con la
evaporación, que se produce cuando hay agua en el suelo. Para
entenderlo: en los desiertos hay una muy elevada demanda de agua de la
atmósfera, pero la evaporación es prácticamente nula, porque no hay
agua. En función del estado de la atmósfera —de su temperatura, humedad,
radiación y velocidad del viento— la atmósfera demanda una cantidad de
agua.
De media, en España esa demanda es de 1.200-1.300 litros al año
(mm/m2). Esto quiere decir que si tuviéramos un cubo con esa cantidad,
la atmósfera se la bebería. Pero si el cubo está vacío, no se evaporaría
el agua que no hay, pero provocaría un elevado estrés, que es lo que
está pasando.
¿En qué se traduce ese estrés?
Si esa demanda extra que mencionábamos antes se produce en un
año húmedo no pasa nada, incluso puede ser beneficiosa para la
vegetación. Pero si no tenemos lluvia, la vegetación tiene que cerrar
los estomas, se produce un estrés en la planta. ¿Qué sucede? Que si la
sequía coincide con años cálidos, los cultivos de regadío van a demandar
más agua.
¿Eso se suma a nuestra mayor demanda porque somos más?
Claro, cuando hay un déficit de precipitación como el que
tenemos ahora, se produce una situación crítica porque los regadíos
demandan mucha agua, porque la población en las cuencas internas de
Cataluña ha crecido mucho, porque el sector turístico allí es muy
relevante… Es decir, tenemos más factores estresantes, aparte de la
precipitación. En 1879, por ejemplo, en la mayor sequía que ha habido en
Barcelona, no había esta demanda, no había que dar de beber a los
millones de personas que viven ahora mismo allí ni a la cantidad de
turistas que van a ir dentro de unos meses.
Y hay otro componente fundamental, y es que en España las zonas
de cabecera de montaña –donde se producen los recursos hídricos, porque
son fundamentalmente las zonas donde llueve– se han abandonado casi en
su totalidad desde el final de la Guerra Civil. A partir de los años
40-50, la gente que se dedicaba a la agricultura de montaña y ganadería
abandonaron estos espacios. Entonces se ha producido una revegetación
muy intensa con paisajes predominantemente boscosos que consumen mucha
agua.
Pero esa mayor demanda en los bosques de cabecera de montaña no es tan grande como la de la agricultura, ¿no?
No, pero en algunas zonas se han reducido los caudales en torno a
un 15 o 20% debido a este efecto, que no es poco. Esto es muy diverso y
depende muchísimo de la cuenca, pero en algunas nos vamos a cifras por
encima del 30%. En zonas del Pirineo aragonés se han reducido un 30-40%
mientras la lluvia solo se ha reducido un 5%. Un ejemplo es el río Aragón, que alimenta al río Ebro.
Decía usted hace un tiempo que “en España no llueve menos”, ¿con qué datos se explica esta afirmación?
A nivel global cada vez llueve más, vamos hacia un mundo más
húmedo. Esto puede resultar paradójico, pero vamos hacia un mundo más
cálido. Y un mundo más cálido es más húmedo porque la cantidad de agua
que puede albergar nuestra atmósfera es mayor. El problema es que, al
producirse cambios en los gradientes térmicos globales, se espera que
haya cambios en los procesos de circulación atmosférica. La Península
está en una zona límite, entre las borrascas y los ciclones
subtropicales, y si se nos suben los ciclones tropicales, en teoría
vamos a tener condiciones de estabilidad superiores.
Pero, respondiendo a
tu pregunta, cuando te vas a los registros meteorológicos largos,
desciende la lluvia según el periodo que estés considerando. En el caso
español, si ampliamos la perspectiva, vemos que no se producen cambios
en el periodo de tiempo largo, es decir, no llueve menos.
Y hay que ser cuidadosos con las afirmaciones, porque puede suceder que
vuelva a llover mucho o haya años fríos, como sucedió en el pasado, y
estemos alimentando a los negacionistas.
Y, sin embargo, esta sequía destaca respecto a las anteriores, ¿no?
Desde luego es una sequía muy extrema. Sobre todo en la
vertiente Este, porque en la meseta norte y Galicia hay más humedad que
en años normales. No hay un solo mecanismo que explique una sequía, al
final es una conjunción de factores. En general, es muy raro que se den
condiciones de sequía en toda la península —como en 1948, 1995, o 2005,
cuando hubo episodios muy severos—, lo habitual es que se produzcan
sequías a nivel regional, por anomalías en determinadas regiones.
¿Cuánto se puede a atribuir a la mala gestión y cuánto a la escasez de lluvia?
En España tenemos uno de los mejores planes de sequía del mundo.
Las administraciones han hecho un buen trabajo en ese sentido. No
estamos como en 1995, cuando tuvimos una sequía muy extrema y se llegó a
plantear movilizar a la población de Sevilla porque no había agua.
Ahora hay planes de sequía muy desarrollados, tenemos unos indicadores
que cuando llegan a prealerta ya directamente se producen restricciones
en la agricultura de regadío, antes que cortar el agua en Barcelona.
¿Qué consecuencias tienen las anomalías de temperatura como las de estos meses de enero y febrero?
Que la nieve se derrita antes significa que no tienes reservas
y, además, las zonas cubiertas de nieve están protegidas. Con la nieve
por encima la temperatura nunca cae por debajo de cero grados y esto lo
que hace es proteger el pasto. Además está el daño en las estaciones de
esquí, que no están muy felices. Este deshielo es relevante sobre todo
en las zonas de cultivo de secano, pues te garantiza que vas a tener un
suelo cargado de humedad para cuando el cereal esté en activo en
primavera. En esas zonas de nieve, en montaña, no es tan relevante desde
el punto de vista agrícola.
Ante esta nueva realidad, ¿España va a tener que cambiar su modelo agrícola a la fuerza?
En España tenemos un problema muy gordo con el regadío,
está muy sobredimensionado. Pero, a la vez, nuestra capacidad de
regulación está sobrepasada, hemos regulado todos los ríos de España,
podemos almacenar la lluvia que cae en un año, somos el país de Europa
que más embalses tiene y aún así no conseguimos suplir las demandas.
Porque hemos triplicado la agricultura de regadío desde los años 50.
Y se produce una situación paradójica: alrededor de tres cuartas
partes de esas superficies de regadío son regadas con goteo o
aspersión, pero ni aún así tenemos agua suficiente
porque, para conseguir una mayor rentabilidad se han duplicado los
ciclos de cultivo. Y resulta que con un sistema modernizado de riego
consumimos la misma agua.
Con un problema añadido, los riegos
tradicionales por gravedad, que consumen más agua, te recargan el acuífero.
Pero si llega un agricultor y moderniza su campo, gasta la misma agua,
pero esta se aprovecha toda y se va a las plantas y a la atmósfera. La
eficacia es tremenda, prácticamente toda el agua se convierte en
fotosíntesis, pero por otro lado no se infiltra nada.
Si el agua es siempre la misma, ¿dónde ha ido a parar la que falta?
El agua es siempre la misma, es cierto, pero no siempre está en
el mismo sitio ni en el mismo momento. El factor tiempo, cuánta agua
tienes en ese momento respecto a lo que deberías tener de forma
habitual, es fundamental. Los gestores tienen que hacer frente a una
situación muy anómala, a pesar de planes de sequía muy bien
desarrollados. Llevamos tres años en los que llueve muy poco y han sido
de los más secos. El problema es que nos pensamos que el agua que hay en
un año normal o húmedo son los recursos que tenemos para gestionar, y
no es así, porque la sequía es algo consustancial al clima mediterráneo.
Las causas del problema actual se resumen en el cambio climático y que
tenemos una mayor demanda. Sequías ha habido muchas en el registro
histórico, la diferencia es que ahora somos muchos, hay una actividad
que demanda mucha agua, que es la agricultura, que en las zonas de
cabecera no se cultiva ni se pastorea y, además, tenemos el calor.