Esta tierra, la tierra murciana, nuestra tierra, padece un serio déficit de honra. Lo padece y arrastra, decidida y pertinaz, sabiendo que se hunde, pierde y arruina, que se desinteresa del futuro, que cada día se aleja un poco más del marco deseable de convivencia, equidad y satisfacción en común, dispuesta siempre a encabezar, por la cola, la ristra de tierras o de regiones que, como ella misma, se mueven hacia atrás recalcitrantes, distinguiéndose en infamias por sobre la piel de toro ibérica.
Veamos. Una tierra en la que el pueblo vota una y otra vez a los enemigos del pueblo ha de definirse por su ignorancia, su necedad y su miseria política (a escoger o acumular). Porque es ignorancia, general y política, creer que a quienes votan una y otra vez por mayoría les mueven los mismos intereses que a sus votantes y que por eso han de ser dignos de representarlos; electores que se muestran incapaces de percibir que a quienes representan en realidad esos elegidos es a un reducido, pero bien integrado, mundo de empresas, negociantes y caciques que se las ingenian para mantener su predominio desde hace siglos.
Esa ignorancia, rápidamente transitada a necedad, es decir, a incultura política global, ha ido creciendo con el consumismo en general y sus espejismos, la dictadura del agropoder, la pobreza e indecencia informativas y -sin ser exhaustivo- las insidias continuadas contra la educación de niños y jóvenes (y que, por cierto, en nada ha aliviado el paso de una a tres universidades, que más bien pareciera haber sucedido al contrario). Y esa degradación de valores básicos y constituyentes, en la Europa mediterránea y en el siglo XXI, nos deshonra sin remedio.
Es de género miserable sentirse vinculados a los programas, o más todavía, las políticas de los partidos imperantes, PP y Vox, lo que en parte puede explicarse por la actitud o complacencia de esos -muchos- que se sienten cómodos con el abuso, la mentira y las agresiones con que el conglomerado de poder real, con sus lacayos en el Gobierno regional, castiga a la mayoría.
Porque si la corrupción y las malas artes contra los más no influyen en las elecciones… estamos en presencia de un colectivo de actitud política miserable, además de deshonrosa. E, inevitablemente, una sociedad deshonrada tiene que producir una política, una ciencia, unas instituciones, etcétera… inútiles, ignorantes, corruptas o miserables, es decir, deshonrosas.
Ilustraré este juicio severo, más indignado que dolido, con alusiones directas y alguna generalización, y señalaré en primer lugar a un político como Fulgencio Gil, flamante alcalde de Lorca, cuya medida primera ha sido deshonrar la institución que preside abandonando la obligación que tiene de perseguir a los sujetos que amenazaron, asaltaron y vejaron la institución que ahora preside, con sus concejales incluidos; y se deshonra, personal y políticamente, haciendo lo que hace por miedo, confabulación o sintonía: formas distintas, además de innobles, que pueden darse juntas y que sin duda apuntan a deshonra de libro.
Aludiré a esas organizaciones agrarias de regantes, empresas o exportadores del Campo de Cartagena, por ejemplo, que financian, tan generosa como descaradamente, a la Fundación Ingenio, para sacudirse la responsabilidad del crimen continuado contra el Mar Menor principalmente con campañas de publicidad, y poder así persistir atacándolo y deshonrándolo…
Un ejemplo provocador y montaraz de que, en esta tierra que se considera agrícola, hayan conseguido que se llame agricultura a todo lo contrario: una exacción intensiva, salvaje e impune contra una tierra a la que todo deben y a la que corresponden mancillándola con sus venenos, arruinando consciente y ruidosamente todo futuro y toda ética.
Un conglomerado de intereses que impone su ideología del agua rapiñada a una población crédula, mal informada y confiada en principios tan procaces, y derechos tan imaginarios, como que es justo arrebatarle el agua a otros ciudadanos y otras tierras que la necesitan igual, aunque más legítimamente.
Y señalaré al ejecutivo murciano, el gobierno autonómico presidido por López Miras, que marca con astucia inesperada el ritmo oficioso de la deshonra, hundiendo a los murcianos en la incultura, la insolidaridad, la ruindad ambiental y la desvergüenza política, y disimula su profunda comunidad de intereses con los ultras y parafascistas que van a lanzarse contra los núcleos de dignidad que aun resisten, como (ciertos) ecologistas, testigos de la decidida marcha de esta tierra hacia la nada envilecida…
Porque no necesita de ningún pacto explícito con Vox para seguir manteniendo a la región, con eficacia bien probada, en la cola social, ética y ambiental del elenco nacional.
Más esa judicatura, de fiscales y jueces cuya praxis y singladura se adapta sin estridencia ni repulsa a este proceso de deshonra, no observándosele la menor intención de frenarlo, corregirlo o, mucho menos, revertirlo: una institución que -tardona, timorata y tantas veces incompetente- transcurre en la inepcia y en un ejercicio de escasa utilidad general en tierra de indignidades; en la que más bien nubla que aclara ocupando, con ilustre comodidad e insensibilidad patente, el rol contrario al que debieran asumir, en una lamentable sociedad pletórica de lamentos.
O esa oposición, la socialista apoltronada y la radical aparente, curtida en años de indolencia o impotencia, atrapada en un cepo que la inutiliza, y contra el que no consiguen elaborar ninguna técnica de escape.
Que dice alarmarse cuando siente a los bárbaros de ariete junto a las murallas de cartón piedra, y que también se deshonra pidiendo un voto tan escasamente merecido, recorriendo sus heraldos tierras y paisajes que nunca contemplaron, soltando fatuos discursos copiados de textos y pasquines (como los ecologistas) que ni son suyos ni, con alta probabilidad (¡ay!) nunca harían suyos.
Una oposición que pierde la oportunidad de prestigiarse en luchas necesarias, aunque ingratas, erigiéndose en referencia para el pueblo necesitado, y que ha ido alejándose de la influencia y la honra que le serían naturales.
Y esa prensa, de papel infumable o digitalismo sin libertad, intimidada, maniatada o comprada, instalada en la impostura un día con otro, pero pretendiendo servir a la información, a la verdad y al pueblo. Seguidista del poder conservador y propaladora de sus mentiras y verdades a medias, acostumbrada a una potente, por bien engrasada, autocensura: vicios asumidos y que tantas veces contribuyen a consolidar la degradación de un pueblo y una tierra, asentándose y perviviendo en un evidente estado de dependencia sin honra.
O los pensadores de café, los científicos de solárium, los políticos de pueblo y tribu, y tantos ciudadanos de mísero deambular por la complacencia, el desinterés o el regalismo, que se deshonran todos ellos en su inane malestar clandestino, en su queja al sol o en su pasar de confortable indiferencia.
Pero que se movilizan y alarman, cuando ya no hay nada que hacer, apelando a redes etéreas que absorben energías y cuya algarabía pretende sustituir a la obligación y el genio, dejando incólume a esta sociedad, la murciana, fagocitada por avispados beneficiarios del esfuerzo ajeno, y por una mayoría sin rumbo moral, sentido colectivo o perspectiva ética: sin honra.
Y dejo para el final a los que más me duelen: esos ecologistas que renuncian a la independencia política, seleccionan amistades (políticas o empresariales), se lucran de políticas sin rumbo real o probado, o se adjudican tabúes con pretextos inasumibles para eludir la deshonra que los acecha; es decir, que se burocratizan sin crítica o enmienda, con la consecuencia inevitable de perder influencia y utilidad sociales.
Entre los que, junto a negociantes de militancia en avanzado proceso de degeneración, atraídos por el brillo de los dineros, caso de Anse, figuran ambiguos y pusilánimes quejicas sin marco ideológico aplicable o método combativo reconocible, como los de Ecologistas en Acción, ya que, a más de despolitizados y mal dirigidos o inspirados, no pueden disimular su imitacionismo hacia los primeros.
En efecto, es digna de estudiar esa discreta, pero impúdica, alianza en la que tampoco se oculta cierta rivalidad por acceder a los favores, regados de dinero contante y sonante, que a esos de Anse, eco-conservadores tirando a ultras, les suministra el poder socialista, de cuyo brazo se pasean, mimados y prósperos: como si el caso del Mar Menor se fuera a resolver con el exhibicionismo jeremíaco y el reparto de fondos públicos.
Un ecologismo, el murciano, que se deja atrapar por esa tenaza que los sujeta y somete a los mismos rasgos de una sociedad, la murciana, que se degrada, de forma desesperante, política, moral y ecológicamente. Porque convertirse en imagen y consecuencia de esa realidad infame por incompetencia, despiste o intereses personales, trastorna seriamente la ética ecologista tradicional, anulando la capacidad transformadora de los grupos, que corren así serio peligro de deshonrarse.
Y que se distrae en minucias protestonas y picotazos sin gran efecto en la coraza del sistema o en el corazón de los malos, dejando pasar la oportunidad, que es obligación estricta, de asumir el papel (quizás) principal en el abanderamiento de la revuelta necesaria, del no profundo y sistemático, del enfrentamiento resuelto, con señalamiento de nombres, hechos e intenciones.
Porque en nuestra tierra sufriente, el mal apremiante, severo e inexorable es físico, ecológico y ambiental, ya que pervierte todo lo demás.
En la derechización progresiva de la región, del país y de Europa, con aceleración de políticas antiecológicas (que pretenden ser aceptadas como avances de una “sociedad verde y digital”, menuda broma), ha de ser un ecologismo profundamente político, es decir, de izquierda declarada e insurgente, el que ofrezca la esperanza de un combate liberador allá donde más le duele al nuevo capitalismo insolente y depredador: en la denuncia y la guerra a sus mentiras renovadas y sus tácticas embaucadoras, que despliega, desvergonzado y canalla, contra la naturaleza.
Pero hay, no obstante, en este panorama decepcionante y en esta descripción horrenda, quienes trabajan sin desmayo, con ideas claras y ánimo tenso, con valor, ingenio y honra: son las minorías que siempre justifican la conciencia y el destino humanos.
Pienso ahora en esos concejales de IU (cuyo partido, por cierto, no deberá dejarse asimilar, ni menos anular, por la nebulosa y el exceso de guirigay de esa mixtura electoral que ha dado en llamarse Sumar), y algunos más, que se tienen y aguantan, manteniendo una tradición, propia y prestigiosa, de esfuerzo y solidaridad de pueblo, que el aluvión de ingratitudes no ha podido eliminar ni, mucho menos, desalentar.
O esos ciudadanos que, formando grupos y plataformas, se alzan contra abusos, como los ambientales sin ir más lejos, agobiantes e insidiosos, pero sin miedo frente a la coalición enemiga de políticos y empresarios que, al unísono, los amenazan y agreden (ante la mirada, distante e indecisa, de las grandes organizaciones ecologistas, que hacen como que no se enteran o que actúan por oportunismo, temiendo desgastarse si intervienen con decisión).
Y esos enseñantes que duplican su esfuerzo para neutralizar la estupidez y el racaneo de planes y programas oficiales, apelando a la pedagogía, imbatible pese a acosada, de la sensatez, la proximidad y, sobre todo, la entrega. Esa gente, en suma, empeñada en mejorar las condiciones de vida en pueblos y ciudades, la supervivencia de la agricultura decente y salutífera, la cultura secular del pueblo…
Murcianos que, por aquí y por allá, trabajan sin apoyos frente a la hostilidad del establishment, esa trama institucional y administrativa dedicada más bien a humillarlos; pero firmes en sus convicciones, conformándose con la respuesta, también minoritaria, de quienes se empeñan en estar vivos en una región que asiste sin sorprenderse, cada cuatro años, a una nueva y más nutrida invasión de zombis.
Hablo de héroes y heroínas que no desesperan, pese a todo, y que combaten sin confiar en el éxito: por el esfuerzo per se, por un imaginario que choca como subversivo contra la miseria político-cultural, pero en el que creen por tenerlo por necesario; y por una ética asociativa que, respaldándolos con su potente racionalidad, resulta ser la de mayor calidad y la única que, en realidad, compensa la honradez propia y dignifica la historia en común.
Aludo, y apelo, a minorías que actúan en una red de esfuerzos colectivos, cuyo vínculo y nota común es la voluntad de resistencia, el guiño al futuro, el homenaje a la incomodidad y el afecto del codo a codo… ¡el honor residual, pero invencible, en una región deshonrada!
(*) Activista, ingeniero y profesor universitario
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