miércoles, 10 de junio de 2020

"Cuando un amigo se va... se detienen los caminos porque una estrella se ha perdido" / Paco Poveda





"Cuando un amigo se va... se detienen los caminos 
porque una estrella se ha perdido" (Alberto Cortez)


Adios, sólo de momento, a mi amigo desde niños Antonio Ruipérez Ortega, que se marchó deprisa esta semana sin poder avisarnos. Gracias de corazón por todos los consejos sinceros  y conciliadores que me diste por Facebook y Messenger, lo que me ha vuelto a demostrar tu gran calidad humana, intacta en los últimos sesenta años y como el primer día.

Y que, siendo como era Antonio, estoy seguro que ahora nos protejerá a todos sus condiscípulos, desde su lugar de privilegio y con un cuerpo glorioso que nos devuelve a aquel Ruipérez con mofletes pronunciados que algunos conocimos como infante. Ahora ese niño está sólo dormido.

Estaba escrito que, después de tantos años sin vernos (la pista siempre se perdía tras tu etapa en la Jefatura Provincial de Tráfico), nos encontrariamos hace ya bastantes meses para poder comprobar que eras esencialmente el mismo que cuando en Primaria aparecistes por nuestro curso del colegio de los Capuchinos acompañado de tu abuelo y de tu padre, ambos perfectamente uniformados, para mayor impresión de todos aquellos tus nuevos compañeros de clase y que nos hacía sentirnos hasta tan protegidos.

Muchos te buscamos durante decenios, sin suerte, aunque un día apareciste por el despacho de Andrés Martínez y fue, para algunos, como si hubiésemos ido a Fátima (aunque realmente aparecieses en tu casa, hasta entónces ilocalizable por nosotros, de El Verdolay). 

Porque aquella promoción 59-70 no se podía entender, y todavía, no se entiende sin tí. Ni ya se entenderá jamás. Vamos a estar noqueados durante bastante tiempo. Y no solo los que compartieron contigo esa reciente invitación que nos hicieste para almorzar juntos y, que se ha convertido, por azar del destino, en la última reunión en tu casa de varios de aquellos ahora ex alumnos sesentones del colegio San Buenaventura. 

Ahora eres para todos nosotros como un tizón encendido, que no lo apaga ni toda el agua de un río, en un espacio vacío.

Aunque no eres el primero en dejarnos presumo que si has sido el pionero en abrir definitivamente el melón que ya nos conducirá a todos, uno tras otro y por intervalos de tiempo, junto a Juan Crisóstomo (José Juan Ample Ríos en la vida civil), aquel capuchino revolucionario que a muchos nos inculcó a fuego un código de conducta vital para intentar evitar que nos vencieran, y hablo muy en serio, el Mundo, el demonio y la carne, lo que creo ha conseguido en gran manera a tenor de toda la información que me ha ido llegando de algunos de vosotros durante el último medio siglo; con muchos más claros que oscuros, por supuesto.

A la gente de gran corazón termina por estallarle de amor y el estruendo emocional que produce es señal de su paso mediante otra dimensión, creemos, a un mundo mejor. No sientas nostalgia de lo que dejas encarnado aquí y que nada detenga ya a tu espíritu en el camino irreversible hacia el encuentro con el Padre.

Descansa, amigo, siempre amigo,  Antonio Ruipérez.