Pocos minutos después de jurar Donald Trump ante la Biblia, como 45
presidente de Estados Unidos en el mediodía del viernes 20 de enero,
empezó a llover. No torrencialmente, como muchos podrían pensar, sino de
forma suave, tranquila. La lluvia puede ser un buen presagio como
símbolo de energía y crecimiento, o por el contrario, puede ser,
simplemente, un signo de mal tiempo. Esta es la doble interpretación que
se puede hacer ante unas circunstancias meteorológicas que son vistas
de dos formas distintas por quienes están a favor y en contra, entre
quienes manifestaban su contento con la llegada de Trump y quienes se
manifestaban en las calles contra quien piensan que representa, una
forma, populista y peligrosa de ejercer el poder.
Esta misma división se ha producido entre quienes creen haber oído un
discurso patriótico que hará más grande a Estados Unidos, con la
realización de grandes obras, creación de empleo y riqueza y quienes
están convencidos de que estamos ante un discurso más de los muchos que
pronunció el presidente republicano durante la larga campaña electoral.
Su discurso de toma de posesión ha sido un discurso claramente
populista, en contra de la clase política de Washington, una clase
política que, según él ha tenido secuestrado al poder y que, desde
ahora, será liberado por quien ha jurado lealtad a la Constitución
norteamericana. Un discurso populista, dirigido, sobre todo, a esas
clases medias que le han votado, que han creído en sus mensajes. “A
partir de ahora, el poder de Washington pasa al pueblo”.
“Hoy no estamos transfiriendo el poder de una administración a otra,
estamos devolviendo el poder de Washington al pueblo” ha insistido un
Trump que si algo desprecia es a la clase política, a esa “casta” que
tiene secuestrada al país y que piensa que es corrupta. Un razonamiento y
un discurso que para los españoles no nos suena extraño. Al contrario,
lo conocemos y lo identificamos inmediatamente. En fin, un discurso
populista, nacionalista (primero Estados Unidos y después, Estados
Unidos también), primero las fronteras nuestras, después las de los
demás. Primero nuestra economía, después la de los demás, si nos
interesa. Nada de globalización, sino proteccionismo y nada de política
exterior sino interior. Este puede ser, en resumen, su breve discurso
que no difiere mucho de los que ha venido diciendo durante la campaña
electoral.
Pero ha sido otro neoyorquino como Trump, que fue miembro del Partido
Republicano y alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, el único que se
ha atrevido a aclarar esa imagen de gran Empresario, de Donald Trump.
En su intervención en la Convención demócrata en Filadelfia fue
implacable :“A lo largo de su carrera, Trump ha dejado atrás un
historial bien documentado de bancarrotas, miles de pleitos, accionistas
enfadados, proveedores que se sienten engañados, y clientes
desilusionados que se sienten robados. Dice que quiere gobernar este
país como sus negocios, Dios nos ayude”, resumió Bloomberg, uno de los
más respetados hombres de negocios de Estados Unidos, dueño de un
conglomerado de información y bases de datos financieros que lleva su
nombre.
Pero al margen de si es un empresario de éxito, o, por el contrario,
es un oportunista que ha aprovechado la popularidad de un “Reality Show”
de la CBS para alzarse con la nominación del Partido Republicano y
ganar la Presidencia, sobre todo por la ineficacia de su contrincante
demócrata Hillary Clinton ¿quién es este Donald Trump, que nació en
Queens, Nueva York, el 14 de junio de 1946, hijo de una madre inmigrante
escocesa y con unos abuelos paternos también inmigrantes de origen
alemán, que estudió en la Escuela de Negocios de Wharton de la
Universidad de Pensilvania y que se graduó en 1968, como Bachiller en
Ciencias, Economía y Antropología?
Este magnate de la construcción, presentado como un hombre hecho a sí
mismo no comenzó, como muchos parecen creer desde la pobreza, sino que
su carrera fue respaldada desde un inicio por una fortuna familiar,
aunque rápidamente logró grandes hazañas en el mundo de las bienes
raíces. Sin embargo durante su intervención en Filadelfia, Bloomberg se
encargó de destruir esa imagen de fortuna self-made que tan bien ha
vendido Trump, achacando que inició su aventura empresarial con un
cheque de un millón de dólares otorgado por su padre. Hay que decir que,
entre otros muchos pleitos, Trump se ha enfrentado a la justicia por
una estafa en la comercialización de los cursos Trump University. Un
negocio en el que el magnate vendía sus secretos a todo aquel que lo
pagara, al módico precio de unos 35.000 dólares.
La realidad, bien
distinta, era que no recibían más que contenidos similares a la
teletienda, según se detalla en documentos oficiales de demandantes.
Días antes de comenzar en San Diego del juicio, en el que tenía que
testificar el pasado 28 de noviembre, llegó a un acuerdo que pone fin a
una demanda presentada por el fiscal general de Nueva York Eric
Schneiderman, así como dos demandas colectivas en California. Alrededor
de 6.000 exestudiantes están cubiertos por el acuerdo. Según el fiscal
este acuerdo representa un cambio de opinión increíble por parte de
Trump. El cambio se produjo después de pagar Trump, 25 millones de
dólares.
Tras una campaña inédita, Trump ha mantenido el mismo rumbo, con
una política de tweets incendiarios que preocupa a todos por su falta
de rigor. Resulta difícil anunciar con 140 caracteres una posición
diplomática precisa, reflexiva y comprensible. Pero nada parece asustar
a Trump. Cuba, Irán, la ONU, Rusia, las armas nucleares, Corea del
Norte, la paz en Oriente Medio: el Presidente electo se pronunció sobre
todas estas cuestiones a través de Twitter. Tremp ha entrado en la Casa
Blanca según recuerda The Washington Post, con bajísimos índices de popularidad. Según un sondeo de ABC
y el periódico norteamericano, solo el 40% de los americanos tienen una
opinión favorable de Donald Trump, es decir, 20 puntos por debajo de la
de Barack Obama, que alcanza un índice récord cercano al 60%…
(*) Periodista y economista