Antes de entrar en harina, un juicio
sumario sobre las dos ausencias del debate de anoche. Rajoy volvió a
demostrar que es un cobarde. No se atrevió a dar la cara, aunque esa fue
una de las numerosas promesas (todas incumplidas) que hizo para ganar
las elecciones de 2011. Se escondió en Doñana, a comer una paella,
mientras la ratita hacendosa que tiene en la vicepresidencia le sacaba
las castañas del fuego. Lo normal con este acomplejado gandul, verdadero
bochorno del país que dura ya cuatro largos años. La ratita trató de
disculparlo con una de las habituales mendacidades con que esta
asociación de presuntos malhechores coloca sus trolas: Rajoy no ha ido
porque no hacía falta ya que el gobierno es un equipo. Podía haber dicho
que Rajoy no iba porque está salvando almas en el Congo y la mentira
hubiera sido menos insultante.
La segunda ausencia es la de Alberto Garzón. Sigue sin haber motivo alguno para excluir al cabeza de lista de Ahora en común,
esto es IU, como no sea impedir que su discurso llegue a la gente. Su
exclusión es una vergonzosa muestra del viejo espíritu censor español y
carece de todas justificación, como la de UPyD. Como persona de
izquierda, Palinuro no puede admitir que ni Pablo Iglesias ni Pedro
Sánchez defiendan el derecho de Garzón a debatir con ellos. No entiendo
cómo alguien de izquierda acepta beneficiarse de una injusticia ajena y
sin formular aunque sea una mera queja.
En
cuanto al juicio sobre el debate. Efectivamente, nado contra corriente.
Todo el mundo se felicita por este acierto de Atresmedia, considera que
se ha roto un tabú, que ha ganado la democracia , etc., etc. Yo también
creo todo eso. Efectivamente, en este país de ventajistas y tramposos
hemos dado un paso muy importante hacia la normalidad y la transparencia
democráticas al haber abierto y hecho más naturales las comparecencias
televisivas y no sometidas a minuciosos preacuerdos que esterilizan todo
intercambio. Con razón el amigo de los sobresueldos se ha escaqueado
pues en un ambiente de libres interpelaciones, hubiera quedado como un ecce homo.
Pero
eso habla sobre la oportunidad y la conveniencia del debate. No sobre
el debate en sí. En sí mismo, este ha sido muy malo. Malísimo. Y no por
culpa de los cuatro políticos, sino por la de los periodistas que lo han
planeado mal, quizá por falta de pericia con el formato, quizá por
pedantería. Cuatro políticos todos ellos candidatos a la presidencia del
gobierno (los tres hombres manifiestamente y la mujer tapándolo de
momento) se enzarzarán con alusiones con lo cual es casi seguro que, si
se pretende que cubran todos, absolutamente todos los temas de la agenda
política, solo se conseguirá embrollar más los asuntos. Es un error
garrafal de planificación. La obsesión por agotar la temática forzó un
ritmo trepidante, con frecuentes interrupciones mutuas, réplicas,
contrarréplicas, sin tiempo para reflexionar sobre las propuestas o que
se sedimenten o puedan calibrarse.
Una planificación más competente
hubiera aligerado la agenda temática porque el interés por tocar todos
los puntos, aunque fuera a la carrera, no permitió discernir exactamente
qué dijo cada quién. Obviamente, de haber sido más realistas y haber
reducido los temas para que los intervinientes no tuvieran que largar a
la carrera, hubiera sido posible incorporar a Garzón como es de
justicia. Pero no fue así y por eso todo el mundo se lanza a determinar
quién "ganó" el debate pero a base de recuerdos visuales sobre la
actuación de cada candidato, su modo de moverse, de mirar, de accionar
con las manos etc., lo que venía favorecido por el formato de todos de
pie, de cuerpo entero, y no de análisis de sus propuestas.
Palinuro
también dará respuesta a la pregunta de ¿quién ganó el debate? según su
leal saber y entender, pero antes quiere hacer un pequeño repaso a
algunos temas tratados en el intercambio porque, al fin y al cabo, no se
pedía nuestra atención para decidir quién da mejor ante las cámaras, sino quién hace las propuestas más inteligentes, razonables, de futuro.
El
bloque de economía y Estado del bienestar lo despachó Sáez de
Santamaría según costumbre en su partido: echando la culpa de todo a
Rodríguez Zapatero y mintiendo descaradamente en todos los datos. Y
cuando digo "descaradamente" lo sostengo porque está claro que estos
gobernantes corruptos saben que mienten y saben que sabemos que mienten.
Pero les da igual porque vienen directamente de la tradición
franquista, cuando nadie era responsable de nada que saliera mal y ellos
repiten ese comportamiento.
Que le digan que España está en la ruina,
que la deuda pública es del 100% del PIB, que nunca se han cumplido los
objetivos de déficit, que el paro es inasumible, que han recortado las
prestaciones de los más débiles y que han esquilmado la caja de la
seguridad le da igual. Ella seguirá repitiendo los embustes que forman
el argumentario del gobierno porque, como buenos franquistas, solo
sienten desprecio por las convenciones democráticas de que los
gobernantes deben rendir cuentas de sus actos y decir siempre la verdad.
En materia de contratación laboral ninguno parece tener las ideas muy
claras pero el discurso más convincente, al menos para Palinuro, es el
de Podemos. En cuanto a los impuestos, algo parecido: el gobierno sigue
mintiendo y Rivera no le va en zaga. Las propuestas más atractivas, las
de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
En
materia de educación, Sáez de Santamaría trató de defender la LOMCE, la
necia ley de un necio ministro que ni los de su partido quieren
aplicar. Pero luego todos se fueron por los cerros de Úbeda hablando del
respaldo grande o pequeño a una ley general de educación. Ninguno
cuestionó el sistema de colegios concertados, la verdadera estafa con la
que se privilegia la educación privada, sobre todo la de los curas y se
desmantela la pública. Ninguno, tampoco, habló de la enseñanza de la
religión católica como materia curricular ni se atrevió a topar con los
privilegios de la Iglesia. Todos callados como monaguillos. Este (y el
de la República, por supuesto) es uno de los argumentos por los que
Palinuro sostiene que los tres aspirantes a presidente no dan la talla.
Hablar de educación en España y no hablar de la Iglesia católica (en
general, no hablar de los curas y sus privilegios en absoluto) es
engañar a la gente.
En
cuanto a la corrupción, sin duda, hubo algo más de acrimonia en el
intercambio, pero nada en comparación con la que tendría que haber
habido. Iglesias fue quien estuvo más contundente, seguido de Sánchez.
Pero se dejaron muchas cosas en el tintero. La principal de todas,
extenderse en el cobro de sobresueldos (solo se mencionaron una vez y
como de pasada) y en quiénes lo habían efectuado. Según Bárcenas, Rajoy
recibió unos 400.000 euros en negro y Soraya Sáez de Santamaría unos
600.000. ¿Qué sentido tiene callar estas responsabilidades personales,
fuera de un miramiento pacato con quienes no han tenido reparos en
trincar todo lo que han podido?
Igual
que la financiación de los partidos políticos. No está mal hacer
propuestas constructivas, aunque no se oyeron muchas, fuera de la de
Iglesias, muy puesta en razón, de que los partidos no sean financiados
por los bancos. Pero hay que ir más al fondo de las cosas. El PP está
acusado en sede judicial por financiación ilegal y es obligación de todo
demócrata denunciar a esta organización como más parecida a una
asociación de malhechores que a un partido político.
En
el tema catalán, llamativo cierre de filas del nacionalismo español
(PP, PSOE, C's) frente a Podemos, el único con el sentido democrático y
la valentía de pedir un referéndum de autodeterminación en Cataluña, ya.
El federalismo de Sánchez suena a un ejercicio poco interesante de
hacer de necesidad virtud y la actitud de C's y PP, está mucho más cerca
del "una, grande, libre" del franquismo que de la democracia. Pero esto
tampoco es una novedad. Tanto los del PP como los de Rivera son
franquistas más o menos declarados y, entre otras delicias, no
consideran que en España haya más nación que la suya. Los del PP la
quieren para expoliarla; los de C's está por ver.
El
debate sobre violencia machista no es obviamente un asunto que quite
mucho el sueño a los intervinientes, ni siquiera a la vicepresidenta
que, siendo mujer, podría tener algo más que decir al respecto al margen
de recomendar a las chicas que no se dejen fisgar el móvil, como si
estuviera revelando un factor crucial. Nadie, en cambio, le recordó que
su gobierno empezó negando hasta la denominación de violencia de género
por boca de aquella analfabeta que tenían de ministra de Sanidad, Ana
Mato, y siguieron recortando en todos los servicios relacionados con
esta lacra, tanto en formas de intervención social como en protección o
medidas remediales. Y, en efecto, todos estaban de acuerdo porque, en el
fondo, esto del feminismo ninguno lo siente como algo propio; ni Sáez
de Santamaría.
En
materia de guerra de Siria y terrorismo, el único que destacó por su
relativa coherencia fue Iglesias de nuevo. Su negativa a firmar el Pacto
antiterrorista y a enviar tropas a Siria le valió los ataques
concentrados de sus contertulios que, como en el caso del nacionalismo
español también cerraron filas, con Sánchez y Rivera dispuestos a mandar
tropas bajo el paraguas de la legalidad de la ONU y la vicepresidenta
dando largas a todo porque sabe de sobra que el atentado del 11M en
Atocha fue la consecuencia de la canallada de Aznar de meternos en la
guerra del Irak y no quiere que les pase ahora algo parecido.
Por
último, la cuestión de los pactos postelectorales fue un juego de
dobleces. Sáenz de Santamaría, aferrada a la consigna de que gobierne la
lista más votada reconocía implícitamente que su partido no repetirá la
mayoría absoluta y, con su talante autoritario y mentalidad franquista,
exige el gobierno para la lista más votada al margen de la dinámica
parlamentaria. Es tal su carencia de sentido democrático que no se da
cuenta de que, de imponerse este criterio habría que reformar la
constitución para eliminar la figura de la moción de censura porque,
mientras esta figura exista, todo gobierno que no cuente con apoyo
parlamentario superior a la mayoría absoluta estará en precario. Y
legítimamente. Los tres candidatos dijeron que ellos "salían a ganar",
como si alguien saliese a perder y, de este modo, se escabulleron de
compromisos respecto a los pactos postelectorales. Hicieron bien porque,
como están los sondeos, puede pasar cualquier cosa.
Por
último, lo prometido es deuda y Palinuro expone su criterio de
ganadores y perdedores, no sin reiterar que tiene un valor muy escaso en
un debate de cuyo contenido, probablemente, no guarde memoria mucha
gente a horas de haberse producido.
Doy
ganador a Pablo Iglesias porque es el mejor comunicador, quien aguantó
más fuego concentrado de los otros, es flexible, respetuoso con los
demás y es más convincente. En segundo lugar, a cierta distancia, Pedro
Sánchez que estuvo brillante a ratos, pero es menos convincente, fía
demasiado al pasado y no es muy respetuoso con los tiempos ajenos. En
tercer lugar, Albert Rivera que dio impresión de estar nervioso y,
aunque apenas interrumpió a los otros, su discurso, siempre hablando de
la necesidad de innovar pero aportando pocas innovaciones, acabó, como
siempre, siendo muy confuso. En último lugar, la vicepresidenta del
gobierno, una fábrica de mentiras descaradas una detrás de otra (basta
con escucharla acerca de la lucha que dice que han librado en su
gobierno en contra de la corrupción de la que son responsables), con su
talante autoritario, la vulgaridad de sus ademanes y su falta de respeto
a los tiempos de las intervenciones ajenas. Y es que los franquistas
jamás podrán ser demócratas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED