Podemos es un típico media party, surgido de los medios,
organizado a través de los medios y cuya acción se expresa básicamente a
través de los medios. Ya se sabía hace mucho tiempo: la nuestra es una
sociedad mediática y nuestra democracia, al decir de Manin, una democracia de audiencias.
Se sabía, pero apenas se actuaba en consecuencia. Los partidos
tradicionales, todos ellos surgidos de la interacción social directa, no
mediada, se adaptaban a los medios como podían y trataban de valerse de
ellos pero desde fuera, considerándolos como algo ajeno, como
instrumentos.
Podemos no se adapta a los medios sino que se identifica
con ellos; él mismo forma parte de los medios. Su líder y fundador no
solo se mueve en los audiovisuales como pez en el agua, sino que es
presentador de televisión. Lo ha sido en La Tuerka, lo es en Fort Apache
y podría serlo en alguna cadena comercial privada de mayor alcance.
¿Por qué no? Las empresas privadas buscan la audiencia como los
heliotropos el sol. Las audiencias, por supuesto, son beneficios y, si
estos aumentan dando cancha a quien critica el sistema que los
posibilita, tarde o temprano se le dará cancha. De uno u otro modo. Es
uno de los efectos de las contradicciones culturales del capitalismo, de
Daniel Bell.
El carácter mediático de Podemos, visible también en que La Tuerka emite desde la plataforma del eldiario.es,
se refuerza con el empleo de las redes. Podemos también ha nacido en
las redes y se expresa en las redes con una pericia, una competencia y
un éxito que son la envidia de su competidores, cuya presencia en ellas
suele ser poco lucida. Audiovisuales y redes en conexión con un momento
de difusa agitación social con descontento creciente, desafección hacia
los partidos dinásticos y las instituciones e indignación por los
fenómenos de corrupción generalizada en medio de una crisis cada vez más
percibida como una estafa. Tal es la clave de la irrupción sorprendente
de Podemos.
Esa
repentina y poderosa aparición en la esfera pública ha provocado una
curiosa reacción de hostilidad generalizada. Los medios, casi todas las
cadenas de televisión, con alguna excepción, las emisoras de radio,
todos los periódicos de papel y algunos digitales se manifiestan
beligerantes frente al nuevo partido. Los comunicadores oficiales y
tertulianos de derechas echan venablos y a alguno va a darle un pasmo.
Los intelectuales orgánicos de prácticamente todas las tendencias
ningunean y desprecian a los líderes y avisan de sus tendencias
leninistas, totalitarias.
Tengo
para mí que parte de esa irritación procede de la hegemonía que Podemos
ha establecido casi de la noche a la mañana, imponiendo gran parte de
los contenidos del debate público. No todo porque Cataluña se le escapa.
La hostilidad se hace furor cuando se comprueba que los medios,
favorables o desfavorables, se vuelcan en Podemos. Y lo hacen en tres
órdenes o niveles:
En
un nivel ideológico, los medios ponen de relieve la ambigüedad del
partido en cosa de principios. El debate izquierda/derecha vs.
arriba/abajo, el pase a la reserva de la reivindicación republicana, la
indefinición frente a Cataluña, el silencio sobre la Iglesia, son los
clavos con los que otras opciones políticas amenazadas quieren construir
a Podemos el ataúd del populismo. Pero el intento no cuaja y sí,
en cambio, la sospecha de que esa ambigüedad en paralelo con la
claridad en reivindicaciones prácticas, programáticas, del día a día,
puede ser un acierto.
En
un nivel programático, los medios acosan a Podemos y quieren detalles
sobre la deuda, la banca, el crédito, la jubilación, los salarios, las
pensiones, los impuestos, etc. Y lo quieren en datos y magnitudes
comprobables. Consultan a expertos, convocan jornadas, reclaman
artículos. De este modo mantienen a Podemos en el proscenio y, además,
le ayudan a perfilar su programa, cotejándolo con otras opiniones o
criterios y corrigiéndolo cuando necesario. Eso les da más prestigio
sobre todo en comparación con los dos partidos dinásticos que, o no
tienen programa o el que tienen lo ignoran.
En
un nivel personal, los medios escudriñan la vida y milagros de los
dirigentes, pero en términos más o menos superficiales. Que si pagan las
consumiciones en los bares, tienen un novio en Arenas de San Pedro o
son aficionados al fútbol. Claro, todo eso importa; pero no es decisivo.
Es preciso ir algo más allá, hasta ese punto en que, según el nuevo
feminismo, lo personal es político.
El partido representa la
irrupción en la esfera pública de un grupo de gentes cohesionadas por
afición y devoción que, además, gustan de verse como una generación, una
generación nueva. Como tal, sus integrantes, considerados
personalmente, están atravesando lo que quizá sea para ellos el gran
momento de sus vidas, una experiencia vital única. Y lo hacen tocando
con los dedos la posibilidad de conseguir lo que todas las generaciones
han anhelado y anhelarán: cambiar el mundo. Al menos este, aquí, ahora,
en España. Cuando se tiene este espíritu en cuenta se entiende mejor la
diferencia entre la "nueva y la vieja política" al modo de hoy.
Considerados personalmente, los dirigentes de Podemos viven la política
como una pasión; los de los partidos institucionales como una rutina.
Óigaseles cómo hablan de su relación con sus respectivos partidos. Los
políticos institucionales se dicen siempre al servicio de su partido.
Los de Podemos tienen el partido a su servicio.
Aquí
intervienen dos consideraciones finales que remachan una visión
desapasionada del fenómeno y no son necesariamente coincidentes: la
referencia al carisma del liderazgo de Podemos y el reiterado discurso
de este de no considerar la posibilidad de perder. Ganar, conseguir el
Poder es el objetivo al que se orienta todo lo demás, la ambigüedad en
los principios, la flexibilidad programática y el carácter centralizado y
jerárquico de la organización.
Es
el bolchevismo, es el leninismo, acusan los mandarines de la Corte. No,
responde Iglesias, es la verdadera socialdemocracia. Formalmente es
correcto por cuanto Lenin fue socialdemócrata hasta que se proclamó
comunista. Y vuelve a serlo pasándolo por el cedazo del Eurocomunismo,
la feliz fórmula que inventó Carrillo en los 70 del siglo pasado de
renunciar a la revolución y adoptar la vía electoral con un discurso
socialdemócrata que, por supuesto, descansaba sobre la idea de que los
socialdemócratas se habían hecho todos de derechas y habían dejado
libres sus zapatos. Dicha fórmula no funcionó electoralmente.
La
cuestión es si lo hará ahora. Si lo hace, Podemos habrá triunfado y
podrá administrar la victoria. Si no lo hace, habrá perdido y no podrá
administrar la derrota porque no nació para eso. Puede ganar o perder,
pero ello solo dependerá de él. Lo que haga el frente de la hostilidad
es irrelevante. No puede con Podemos.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED