No se cuánto tiempo hace que estos tipos murcianos, tan característicos, se hicieron invisibles, cuando antes lo eran con tanta facilidad al verlos pasar por una calle. Bien pudiera ser porque ahora van disfrazados de Emidio Tucci; tampoco sé por qué la gente se ha olvidado de ellos. Hubo un tiempo en que todos formábamos parte de esa legión de singularidades con matices diferenciadores, y hoy parece que han muerto o emigrado; pero sin embargo, siguen ahí.
Lo que pasa es que todos vamos vestidos decorteingles; comemos hamburguesas americanas en los macdonalds, en lugar del disfrute de los refrescantes ventorrillos de la huerta, bajo una higuera, de los que antes había en esta tierra nuestra; ahora ni siquiera nos conocemos, ni sabemos quiénes somos, y somos tantos, que Murcia parece ya un Nueva York extrapolado.
Polo de Medina, grandísimo poeta y satírico, murciano universal, retrata con estilo barroco y quevedesco los mas diversos tipos y personajes. Los recoge magistralmente mi maestro Juan Barceló en su obra sobre Polo, y son tipos murcianos, antes que universales.
Al médico lo define como «gran doctor de las gentes, matador de a dos con recetas y versos»; los sastres son ladrones y mentirosos, mientras que para Quevedo, en juego de palabras, son desastres. A los calvos les recomienda postizos para su cabeza, a la que llama «calabaza ensogada»; a los engreídos del «don», pedantes. A los aváros e hipócritas los satiriza y condena por su conducta.
Los valentones son fanfarrones y pendencieros; a los pícaros los identifica con los comerciantes que se agolpan para entrar en las puertas del infierno. Retrata el hambre en el epigrama «A un hombre que se limpiaba los dientes sin haber comido», y a los borrachos, con estos versos: «Aquí yace el que, por ser quien nunca pensó morir, no bebió para vivir y vivió para beber».
Existe una obra esencial para conocer la tipología social murciana del siglo XIX y esa es Doce murcianos importantes de Rodolfo Carles. Ahí quedan retratados con sutileza y fina ironía el aguador murciano, al que califica como «caballero en su desvencijado carro», y el auróro, considerado como «el tipo mas genuinamente murciano que se conoce»; el perfil extenso y emocionado del nazareno murciano, y la cita, tan actual del pareado del caramelo: «Desde Levante a Poniente está chupando la gente», o la cita del «Sabijondo» o sabiondo, que es muy «leío y escrebío».
¿Quién es el mindango?, se pregunta. Y responde: el diccionario lo ignora, pero los murcianos si lo sabemos, y hasta las condiciones que se requieren para serlo. El fundamental sería «haberlo parido su señora madre mindango». No debe confundirse con el gandul, que es el tipo de los tipos murcianos. Sabe la vida y milagros de los demás, gruñe, está en todas partes, es aprovechado y egoísta, pedante e incordiador, y un «si es o no afeminado».
Juan García Abellán es el grandísimo escritor murciano del siglo veinte. Su agudeza y sentido crítico, su lenguaje poético y la descripción de nuestra identidad son extraordinariamente singulares. Así calificó a los tontos murcianos, excluyendo a los que lo son en contra de su voluntad y que considera muy respetables.
Se refiere al tontorrón metafísico, al tontucio deshuesado, a los niños y mozalbetes, tontarrillas; a los tontilocos que son nerviosos y delgados, y al tonto del culo, que es tonto y follonero. Rango mayor alcanzan el tontoelpijo, el tontogilipollas y el zorritonto. Este último, el zorritonto, que es el tontico que barre para sí, es el que prolifera en la actualidad, y termina ocupando altísimos cargos.
En muy distintas fuentes encontramos otras especies y subespecies de tipos murcianos y que Ismael Galiana y yo, recogimos, hace ya tantos años, en nuestra Guía Secreta de Murcia. Es el caso del mandilón y el superlativo mandilonazo, que es de sexo incierto y hombrecito de su casa; no afeminado, pero sí con acusada delicadeza. Grandote y mofletudo.
El setón y la setona son tranquilotes y cachazudos, con cierto grado de afeminamiento. Cuando no hay dudas de su virilidad, la voz exacta es huevares, todavía muy vigente, y se deriva de la genérica huevón.
Los camanduleros murcianos son pesados, vagos, hipócritas y embusteros. Los ceporros, torpes. El cagarrutero es un tipo ruín y despreciable, que se hace acreedor al nombre por su comportamiento y conducta.
El zanguango es solterón, pleno de pretensiones, con más de cuarenta años y más conchas que un galápago, entretenedor de muchachas casaderas, a las que termina abandonando.
Las acepciones autóctonas y murcianazas de turronera y turronero, son para los ligones y ligonas; no indican plenitud amorosa, y sí aproximación, y posiblemente recalentamiento carnal. Al acto se le denomina «esto es un turrón» y cuando deviene en menor se le llama «turroncico».
Hasta que despareció la huerta de Murcia, los huertanos denominaban churubito al señoritingo de la ciudad, y los capitalinos llamaban perullos a los huertanos. El perete era un huertano que disimulaba su procedencia porque quería ser churubito, pero quedaba delatado por su pronunciación y acento panocho.
Son estos, tipos en clave local, con una definición aproximativa. Lo importante es que les quede una leve sonrisa veraniega y agosteña, como una brisa perfumada de aire murciano.